La consciencia no es reflexión ni análisis, sino espontaneidad, captación, sin ningún propósito específico, sin ninguna finalidad particular. Su complejidad reside en el hecho de que, a pesar de su simplicidad, de su mero estar presente, está involucrada en los procesos cognitivos más complicados de cuantos produce el intelecto humano.
La consciencia activa ilumina nuestros actos, nuestros pensamientos, nuestras percepciones, nuestros sentimientos, nuestras intenciones… Nos permite estar presentes y observar nuestra actividad interior y exterior. Nos muestra, como en un espejo, lo que realmente somos, lo que nos mueve a actuar. Eso es todo, y es mucho.
La consciencia no es reflexión ni análisis, pero su simple iluminar el escenario activa ambas capacidades, pone en movimiento el fuad, el mecanismo que interconecta entre sí todas las facultades cognitivas. Una y otra vez, lanza imágenes de lo que está ocurriendo en nuestra geografía interior y en nuestro entorno exterior, generando una dinámica de lanzar, procesar y recibir, constante.
El primer acto reflejo al activarse la consciencia es espontáneo, sorpresivo, incluso para nosotros que somos los actores. Es como si la consciencia nos hubiera tendido una emboscada. A veces, somos incapaces de reaccionar, pero el hecho de que la consciencia estuviera allí, iluminando la escena, nos permite registrar ese acto en la memoria y, más tarde, restaurarlo, rescatarlo y actualizarlo. Ahora, comenzará el trabajo de la reflexión y del análisis. Si la consciencia no hubiera estado activada, ese acto, esa situación, se habría perdido, extraviado, hundido en lo más profundo de la memoria, y sería muy difícil, si no imposible, devolverlo a la superficie.
La consciencia nos hace espectadores de nosotros mismos y, de esta manera, nos libera de la acción, nos separa de ella –somos uno más en el escenario existencial. ¿Dónde queda entonces el dilema entre el libre albedrío y la llamada predestinación? Desaparece, pues somos espectadores de todo. No estamos dentro de la predestinación, observamos la manifestación predestinada de todos los elementos existenciales (ver Artículos VI, VII y XIII; Esquema 7 y su texto).
(22) No ocurre nada, ni bueno ni malo, en la Tierra o en vosotros mismos que no esté en un registro (Kitab) antes de que hagamos que se manifieste.