Una explicación sorprendente para el declive global de la religión

Ros Pomeroy para Big Think

La creencia ha ido retrocediendo en todo el mundo desde principios del siglo XXI. Según los resultados de la Encuesta Mundial de Valores, realizada entre 2007 y 2019, la importancia de Dios disminuyó en promedio en 39 de los 44 países analizados y el porcentaje de personas que se identifican como no religiosas ha aumentado en más del 10% en numerosos países.

El declive de la religión es más sorprendente en los Estados Unidos. Entre 1940 y 2000, la membresía de la iglesia rondaba el 70%, según Gallup, pero a medida que avanzaba el nuevo milenio, cayó vertiginosamente. Para 2020, la membresía de la iglesia se había desplomado al 47%. Entre 2007 y 2020, la proporción de estadounidenses no afiliados a ninguna religión creció del 16% al 30%.

La creencia y la adoración de seres sobrenaturales, dioses y deidades ha sido una faceta fundamental de la existencia humana durante miles de años. Sin embargo, el declive de la religión se ha produciendo en lo que podemos llamar un abrir y cerrar de ojos. ¿Qué podría explicar esta agitación en la sociedad global?

La desaparición de la religiosidad

El avance tecnológico atrae mucha atención por parte de los académicos como una posible explicación. En el pasado, la gente recurría a las creencias religiosas para buscar respuestas y resolver problemas. Ahora tenemos tecnología. “Cuando las personas puedan utilizar la tecnología para predecir el clima, diagnosticar y tratar enfermedades y fabricar recursos, es posible que dependan menos de creencias y prácticas religiosas”, escribió recientemente un equipo internacional de investigadores en un artículo publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences.

Pero, si la tecnología está eliminando la necesidad de la religión, ¿por qué no vimos una caída masiva de las creencias durante la Revolución Industrial, la carrera espacial o la introducción masiva de las computadoras personales? ¿Por qué el declive de la religión se ha vuelto tan generalizado y rápido sólo recientemente?

Los investigadores ofrecieron una hipótesis: no es la tecnología por sí sola la que reduce la religiosidad, sino específicamente la automatización en forma de robótica e inteligencia artificial, que sólo se volvieron prominentes en el siglo XXI. «Esta afirmación se basa en una investigación reciente sobre las percepciones no profesionales de la automatización», afirman. «Tales estudios muestran que la gente atribuye a la tecnología de automatización habilidades que rayan en lo sobrenatural. Históricamente, la gente ha recurrido a agentes sobrenaturales y profesionales religiosos para resolver problemas instrumentales más allá del alcance de la capacidad humana. Estos problemas pueden parecer más solucionables para las personas que trabajan y viven en espacios altamente automatizados”.

La automatización y el declive de la religión

Para comprobar su suposición, los investigadores realizaron cuatro experimentos. En el primero, rastrearon el declive religioso entre 2006 y 2019 en 68 países a través de una pregunta de encuesta de «sí» o «no» con más de 2 millones de encuestados: «¿Es la religión una parte importante de tu vida diaria?» Luego correlacionaron estos datos con el stock operativo anual de robots industriales de cada país. Según sus conclusiones, «la exposición a la robótica se asoció fuerte y negativamente con la religiosidad en todo el mundo». La asociación se mantuvo al controlar el PIB per cápita, el desarrollo de las telecomunicaciones y el desarrollo energético.

En el siguiente experimento, los científicos se centraron únicamente en el declive de la religión en los Estados Unidos, comparando el crecimiento de la religiosidad y la robótica en las áreas metropolitanas entre 2008 y 2016. «Las áreas metropolitanas con niveles más altos de crecimiento de la robótica experimentaron una disminución anual de aproximadamente el 3% en la religión cada década», según sus conclusiones.

Para el tercer experimento, los investigadores siguieron a 46.680 personas en una comunidad entre 2009 y 2020, midiendo su creencia en Dios y su exposición a la automatización en sus trabajos. Descubrieron que las personas que trabajaban en empleos con mayor exposición a la IA y la robótica mostraron una significativa reducción en la religiosidad con el tiempo. «Las personas con trabajos que tenían una desviación estándar mayor que la media en cuanto a exposición ocupacional a la IA tenían un 45% menos de probabilidades de creer en Dios en comparación con las personas en ocupaciones que tenían un nivel medio de exposición a la IA», según muestran sus resultados.

El cuarto experimento se llevó a cabo al nivel más local. Los investigadores siguieron a 238 empleados dentro de una sola organización a lo largo del tiempo, midiendo directamente su exposición a la IA y su religiosidad. La exposición a la IA se relacionó con una disminución de las creencias religiosas.

Todos los estudios completados son correlativos y, por lo tanto, no prueban la causalidad, pero en conjunto, apoyan firmemente la afirmación de los autores de que la automatización reduce las creencias religiosas.

«Nuestros estudios demuestran que la automatización está relacionada con el declive religioso en múltiples tradiciones religiosas (por ejemplo, cristiana, musulmana y budista), regiones del mundo (por ejemplo, América del Norte, Asia del Sur y Oceanía) y niveles de análisis», comentan.

Sus hallazgos coinciden con las reflexiones de otros académicos, incluido Neil McArthur, director del Centro de Ética Profesional y Aplicada de la Universidad de Manitoba. En un artículo publicado en The Conversation a principios de este año, McArthur predijo que pronto algunas personas podrían adorar a la IA en lugar de a los dioses. La IA generativa como ChatGPT, por ejemplo, ya tiene rasgos a menudo asociados con deidades, como la inmortalidad, una inteligencia aparentemente ilimitada y la falta de vulnerabilidades humanas como el dolor y el hambre. A medida que la IA gana importancia y poder, el declive global de la religión puede continuar e incluso acelerarse.

SONDAS: Raras veces existe un solo factor como la causa de un gran acontecimiento. Esta premisa es particularmente cierta en el caso del abandono sistemático por parte de las sociedades occidentales de posiciones existenciales religiosas.

No obstante, la propuesta de Ros Pomeroy está fuera de lugar y carece de rigor, pues si ya hay grupos de individuos dispuestos a adorar a algún mecanismo robótico, ello parece indicar que la inclinación intrínseca del hombre por adoración permanece intacta.

Otro asunto muy diferente a dilucidar es si el objeto de adoración de una comunidad dada está afinado con la coherencia cognitiva del hombre. La racionalidad de una creencia religiosa deberá estar sujeta a supuestos incuestionables, como la existencia de un Dios Diseñador, Originador y Sostenedor de todo cuanto existe. Fuera de ese Dios todo lo que adoremos serán ídolos que no habrán creado nada, sino que antes bien ellos mismos habrán sido creados, como es el caso de la IA. Para un individuo psicológicamente sano, con todos sus dispositivos de reconocimiento y de análisis funcionando correctamente, resultará un escándalo racional adorar a otra criatura o incluso a un objeto inanimado. Sin embargo, la normalidad, la ausencia de anomalías cognitivas, se alcanza únicamente a través de un proceso que consta de diferentes fases.

La primera fase, y al mismo tiempo motor de toda búsqueda, la constituye la extrañeza. En un momento dado entrará en nuestro campo de consciencia un creciente malestar provocado por esa extrañeza, que nos impedirá interesarnos por aquello por lo que todo el mundo se interesa. Sentimos que algo está mal. No encontramos suficiente consistencia en los fenómenos que se despliegan dentro y fuera de nosotros. Es como si viviéramos en una continua alucinación. Nos preguntamos con cierta inquietud qué es la realidad. ¿Por qué no logra mantenerse, existir, durante el sueño? Y estas y otras preguntas nos van separando de nuestros semejantes, de su inconsciente felicidad.

Sin embargo, una atenta observación fenomenológica nos alerta de que los elementos que componen el Universo interactúan entre sí, siguiendo precisos sistemas de control, ciclos periódicos y todo ello según un vaivén dinámico y dialéctico –la noche sigue al día, la lluvia a la sequía, el frío al calor, la tempestad a la calma…

Y de esta forma entramos en la segunda fase –Alguien está a cargo de esta creación. Hay en ella una funcionalidad que abroga cualquier intento de otorgar a la casualidad su causa y origen. Ahora, nuestro campo de consciencia se va agrandando. Nada puede quedar fuera. Se hace, pues, imperativo encontrar a ese Diseñador, Originador, Sostenedor.

La observación y el análisis nos permiten entrar en la tercera fase –la absolutez. No puede haber dos consciencias diferentes ni dos voluntades. Ese Dios Creador solo puede ser el Uno, el Absoluto, dejando en la estacada al resto de ídolos que se habían ido asociando a su Unicidad.

Y de esta forma llegamos a la cuarta y última fase –la del encuentro. ¿Dónde ha dejado ese Dios Su mensaje, la descripción funcional de Su naturaleza? Es la fase de la escrupulosidad –la que nos saca, precisamente, de la negligencia, de la despreocupación, de la inconsciencia –el peor enemigo del hombre. Ahora, el continúo análisis de la historia, de la geografía, de la literatura… nos lleva al sistema profético como el vehículo en el que no se ha dejado de transportar, siglo tras siglo, el mensaje divino transcrito en una lengua comprensible para los hombres.

Sin embargo, la integridad de ese mensaje que ha viajado desde la absolutez divina a la contingencia humana solo la encontraremos en la última revelación, contenida en un Corán (Lectura) en lengua árabe original. El resto de textos no han dejado de sufrir interpolaciones, añadidos, omisiones… que han alterado la naturaleza misma del mensaje, de la conexión entre el hombre y su Creador.

Éste es el proceso por el que los individuos entran en el camino de la creencia transcendente. Y basta con echar un simple vistazo a este recorrido para entender que la gran mayoría de la humanidad está fuera, deambulando por desiertos chamánicos, zarandeados por modas y propuestas diabólicas. Y poco importa en este caso si adoramos a santones que nunca han existido, a imágenes humanas de un supuesto dios transcendente, a vírgenes de diferentes colores y virtudes… o adoramos a un maniquí provisto de inteligencia artificial.

¿Son estos factores los que han tenido en cuenta a la hora de elaborar su informe sobre el estado de la creencia religiosa en el mundo? Probablemente no, pues esos expertos carecen de toda experiencia religiosa. Hablan de un universo cuasi infinito, pero ellos mismos se encuentran encerrados en un devastador provincialismo intelectual. Es hora, pues, de abandonar sus informes académicos, sus fantasiosas encuestas, y comenzar a recorrer el camino profético, a servirse del método profético, el que nos saca del chamanismo, de la idolatría y nos lleva a la creencia en un Dios Diseñador, Originador y Sostenedor del Universo.