La Navidad no se puede sostener porque está basada en una blasfemia, en un altercado ontológico.

Así pretende la ideología «woke» eliminar a Dios y sustituir la Navidad y las tradiciones cristianas por el «buen rollo»

REBECA ARGUDO para La Razón

En 2021 se filtraba un documento interno de la ONU, una guía sobre lenguaje inclusivo, en el que se instaba a evitar felicitar la Navidad e instaba a desear unas «felices fiestas» para no dar por supuesto el cristianismo de aquel que recibía nuestros buenos deseos. Hacerlo podría suponer ser insensible «al hecho de que las personas tienen tradiciones religiosas diferentes». La guía fue finalmente retirada, porque «no era un documento maduro» y porque no cumplía «los estándares de calidad de la Comisión» pero, desde entonces, parece que pronunciar la palabra Navidad o hacer referencia a la tradición de la que beben estas fiestas se ha convertido poco menos que en anatema. Este año, el rector de la complutense, Joaquín Goyache, llevaba al extremo esta máxima y ni siquiera era capaz de pronunciar la palabra «invierno», ya no Navidad .

Así que transmitía sus deseos de «paz, renovación y prosperidad» con motivo del fin del otoño, que no de estas entrañables fechas, y elegía para ello la imagen de una hoja seca. A Maruja Torres le molestaba especialmente que unos vecinos exhibiesen en su balcón particular una imagen clásica del niño Jesús. Y así lo hacía saber en redes sociales, exhibiendo ella a su vez su tolerancia y respeto por las creencias de los demás. Tampoco fueron pocos los que criticaron el anuncio navideño de la Comunidad de Madrid por hablar de fe, esperanza y encuentros. Es decir: por destacar los valores que se asocian tradicionalmente con la Navidad. Lo acusan también de falta de diversidad.

En Vilavenut (Girona), por el contrario, el pesebre viviente tendrá dos vírgenes, no habrá San José y el niño Jesús no será niño, será niña. Ya con Carmena, los Reyes Magos fueron reinas en 2028, en su afán por alejarse de la tradición y rechazar todo lo que representaban clásicamente las Navidades. Cada vez más, las felicitaciones que recibimos nada tienen que ver con la Feliz Navidad y el Próspero Año Nuevo y han pasado a ser, como la del rector de la Complutense, buenos deseos por el solsticio de invierno, las fiestas el Sol Invictus o estas entrañables celebraciones. Unos lo rechazan por cuanto contiene de cristiandad, por no dar por supuesto que todos somos católicos cuando hay otras sensibilidades y otras creencias. Otros, por potenciar y visibilizar la familia clásica frente a otras opciones más diversas. Están los que creen que está desvirtuada la festividad, los que creen que está demasiado mercantilizada, los que creen que se consume demasiado, los que creen que contamina. Los belenes se vuelven laicos, los árboles se deconstruyen, las iluminaciones se vuelven abstractas. ¿Qué pasa con la Navidad? ¿Qué tiene de malo? ¿Por qué siempre hay alguien que la ataque?

Movimientos identitarios

Ya en la Edad Media, cuando no era tanto una celebración familiar sino jolgorio y desmadre, eran fiestas incómodas, reprimidas por el Concilio de Trento. En Inglaterra, en el siglo XVII llegaron a estar prohibidas en Inglaterra por el tribunal de la Corte de la Cámara Estrellada. Estuvo acechada la celebración durante la Revolución Francesa, y también durante la Revolución Rusa, por parte de las autoridades. Y lo está ahora que los movimientos identitarios y la doctrina Woke se instalan en las instituciones, la academia y los medios.

Para el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz hay, pese a todo, cierta similitud entre la religión católica y «lo woke» que explicaría este ataque. «Lo woke», señala, «supone una referencia al despertar religioso que ha habido en las sociedades anglosajonas. Ese despertar, como nueva religión que pretende constituir una nueva cultura, viene a sustituir el mundo religioso y cultural judeocristiano y grecolatino. Se aprovechan ciertas fallas de la civilización occidental desfigurando la tradición judeocristiana y apropiándose, por ejemplo, de la importancia que se otorga al sufriente. Pero a continuación la modifica hasta el punto de convertirse en una cultura de adoración al victimismo, en una deformación exacerbada de ese aprecio por la víctima.

Modifica también la solidaridad hasta el punto de convertirla en fundamental, pero única y exclusivamente con determinados grupos identitarios: mujeres, razas, LGBTI. Sin embargo, no se apropia de la idea de perdón, que es central en la tradición judeocristiana. La ideología woke desprecia el perdón, lo ha cambiado por la humillación y la revancha, y ha eliminado a Dios». Y la Navidad recuerda a Dios, así que hay que eliminar la Navidad. Como antes trataron de hacer otros sin éxito.

Y aún así, la celebración sobrevive a los continuos embistes interesados gracias, precisamente, a la institución familiar y al arraigo popular del rito, desprovisto incluso en estos tiempos del factor de la fe. La Misa del Gallo, los cánticos navideños, comidas y cenas (familiares y de empresa), regalos, iluminaciones callejeras, películas temáticas, el sorteo del Gordo y el del Niño, buenos propósitos… Es la importancia del rito, como sostiene el filósofo Byung-Chul Han, en su libro «La desaparición de los rituales». En él señala la importancia del carácter civilizatorio de este, incluso desprendido de la fe que los origina, como ocurre ahora en nuestra sociedad con la Navidad y la cristiandad. Es su carácter sostenido y repetido el que permite reconocer el suceso y sentirse partícipe de una comunidad de iguales gracias a la identificación.

Para la filósofa y teóloga María Gelpi la clave para justificar la Navidad como deseable tradición a conservar estaría, precisamente, en los valores que representa «a pesar de sus defectos». «Aquí entran en juego los principios teológicos», apunta, «aunque la fe se haya desvanecido. O la proyección de valores antropológicos, como desvelara el filósofo alemán Feuerbach. En el caso de la Navidad, el nacimiento de Jesús supone el primer estadio de la redención, del restablecimiento de la gracia repartida para todas las criaturas humanas, sin distinción; de la inclusión en la mesa de los niños, la reconciliación con los semejantes, del deseo de una vida nueva y de la satisfacción de la fiesta, la música y el consumo como anticipación del cielo… Es decir, de la constante búsqueda de la felicidad universal de los seres humanos. No se me ocurre mejor motivo para seguir celebrando la Navidad que mantener vivo ese deseo». Así pues, Feliz Navidad. Por muchos años.

SONDAS: Resulta difícil imaginarnos a esta pareja del cuadro celebrando la Navidad al estilo Rebeca Argudo o al del resto de los “cristianos” que festejan entre langostinos y champán el aberrante acontecimiento de un dios –el suyo– naciendo de una humana, rodeados de símbolos paganos que nada tienen que ver con su supuesta creencia –renos, trineos, nieve, árboles, gnomos, calcetines… teñido todo de rojo –¿rememoración de la sangre derramada por Attis al castrarse bajo un pino?

No es la ideología “woke” la que está enterrando la Navidad con paladas de paganismo grecorromano y escandinavo. Son los propios cristianos los que están llevando a cabo este lento, pero anunciado, funeral. En numerosas ocasiones, como apunta la autora del artículo, se ha intentado eliminar en Europa esta celebración desprovista de toda religiosidad, de toda beatitud o misticismo que debería acompañar nada menos que al nacimiento de Dios.

Sin embargo, y aquí está la causa verdadera de tal altercado, los europeos tuvieron que aceptar la Trinidad por la fuerza, contra la razón, contra la más elemental lógica; en contra incluso de los propios textos del Nuevo Testamento. Mas entonces la Iglesia tenía un poder fáctico que le permitía encarcelar, torturar o quemar vivo a todo aquel que se opusiera al concepto de una familia sagrada, divina. Fue la suerte que corrió el anti-trinitario Miguel Servet al publicar su correspondencia con Calvino, en la que claramente se mostraba la superioridad de sus argumentos. Y fue quemado vivo en una plaza de Ginebra con madera verde para que durase más el tormento. Era un acto barbárico más de la civilización judeo-cristiana.

A medida que la Iglesia perdía su poder ejecutorio, los pueblos europeos volvían al paganismo que siempre había imperado en esta parte del mundo o practicaban un cristianismo tintado de Islam, que –tras haber civilizado a Europa durante 800 años desde Al Ándalus e influenciado de raíz a los cruzados que volvían derrotados de Oriente Medio– seguía ordenando la moral de buena parte de las comunidades cristianas europeas.

El cuadro que encabeza el comentario de Sondas es “El Ángelus” de Millet. Vemos en él a un matrimonio de campesinos orando. Es la salat de zuhur de los musulmanes –una oración que los cristianos han abandonado. Resulta alarmante que Rebeca Argudo justifique y apruebe la Navidad como un evento social, familiar, tradicional… aunque esté desprovisto de fe. Y aquí vemos la influencia judía en la mentalidad de los cristianos europeos. De la misma forma que ellos se han instalado por la fuerza en buena parte de los territorios palestinos alegando que un dios en el que no creen les ha otorgado esa tierra, asimismo los cristianos celebran el nacimiento de un dios en el que tampoco creen o no creen que Dios pudiera nacer o que el que nació fuese Hijo de Dios y Dios el mismo.

En realidad, se trata de un acto de cinismo. Se pide que aceptemos su propuesta aunque sea contradictoria, injustificable, simplemente porque debemos amarles. “No creemos en ninguna transcendencia. Nuestro Dios, como el de los grecorromanos, sigue siendo el Becerro de Oro, y su adoración incluye –fundamentalmente– bailes, banquetes y sexo indiscriminado.” Y eso es lo que algunos agnósticos y algunos musulmanes reprochan a la Navidad: “¿No será hora de acabar con todas esas farsas, con todas las transgresiones que enturbian el sano juicio de los hombres?”

La Navidad no se puede sostener porque está basada en una blasfemia, en un altercado ontológico. Y es esta situación terriblemente anómala, la que también acabará con el cristianismo. En este sentido, y desde el paganismo cristiano, resulta mucho más racional y apropiada la postal que ha enviado el rector de la Complutense a todos los empleados. En ella les felicita de un acontecimiento real –el paso del otoño al invierno. No pensamos que sea motivo de una celebración especial. Es un hecho natural y necesario, que forma parte del sistema de creación del Todopoderoso. Sin embargo, es más coherente con su posición religiosa –posiblemente sea agnóstico o ateo, al igual que la gran mayoría de los cristianos.

La coherencia es parte esencial de esta creación y por ello mismo podemos entenderla, servirnos de sus fenómenos, de sus materiales, de sus procesos. La incoherencia es contraria a la naturaleza humana. El hombre debe situarse en un ámbito existencial coherente, comprensible, fácilmente observable. Y no sería descabellado comenzar por una simple, pero profunda confesión: “En verdad que no hay más dios que Tú, el Único, el Creador de los Cielos y de la Tierra y de todo cuanto entre ellos hay. Nada ni nadie puede asociarse a Tu gloria. A Ti someto mis bienes y mi vida. Permíteme seguir el viaje existencial hacia Tu infinito conocimiento.”

Ésta sería una buena forma de celebrar la Navidad aunque ello significase que los lobbies judíos empresariales perdiesen billones de dólares al dejar la gente de comprar sus zarrios paganos.

Desde Gaza –Feliz Navidad.