La “teoría de la estupidez” de Bonhoeffer: debemos temer más a los estúpidos que a los malvados

El mal es fácil de identificar y combatir; no así la estupidez.

Jonny Thomson para Big Think

Hay un dicho que dice: «Debatir con un idiota es como intentar jugar al ajedrez con una paloma: derriba las piezas, caga en el tablero y vuela de regreso a su bandada para reclamar la victoria». Es divertido y astuto. También es profunda y deprimentemente preocupante. Aunque nunca lo diríamos, todos tenemos personas a nuestro alrededor que consideramos un poco tontas, no necesariamente en lo referente a todo, pero ciertamente en algunos asuntos.

La mayoría de las veces nos reímos de ello. Después de todo, la estupidez puede ser bastante divertida –como cuando mi amigo nos preguntó recientemente a un grupo de nosotros cuál era el apellido de Hitler o como cuando mi hermano se enteró el mes pasado que los renos son animales reales. Bromear sobre la ignorancia de una persona es una parte cotidiana de la vida.

La estupidez, sin embargo, tiene su lado oscuro. Para el teólogo y filósofo Dietrich Bonhoeffer, el estúpido suele ser más peligroso que el malvado.

El enemigo interno

En los cómics y las películas de acción, sabemos quién es el villano. Visten ropas oscuras, matan por capricho y se ríen locamente de su plan diabólico. También en la vida nos encontramos con villanos obvios: los dictadores que violan los derechos humanos o los asesinos en serie y los criminales violentos. Por muy malos que sean, no son la mayor amenaza, ya que representan una amenaza conocida. Una vez que algo es un mal conocido, el bien del mundo puede unirse para defenderlo y luchar contra él. Como dice Bonhoeffer, “Uno puede protestar contra el mal; éste puede quedar expuesto y, si es necesario, impedido por el uso de la fuerza. El mal siempre lleva dentro de sí el germen de su propia subversión.”

La estupidez, sin embargo, es un problema completamente diferente. No podemos luchar tan fácilmente contra la estupidez por dos razones. En primer lugar, colectivamente somos mucho más tolerantes. A diferencia del mal, la estupidez no es un vicio que la mayoría de nosotros tomemos en serio –no criticamos a otros por su ignorancia; no gritamos a la gente por no saber cosas. En segundo lugar, la persona estúpida es un oponente escurridizo. No los vencerás en un debate ni se abrirán a la razón. Además, cuando la persona estúpida tiene la espalda contra la pared, cuando se enfrenta a hechos que no puede refutar, estalla y arremete. Bonhoeffer lo expresa así:

“Aquí ni las protestas ni el uso de la fuerza logran nada; las razones caen en oídos sordos; los hechos que contradicen su prejuicio quedarán simplemente desestimados –en esos momentos la persona estúpida incluso se puede volver crítica. Y cuando los hechos son irrefutables, tal persona simplemente los ignora como si fueran intrascendentes e incidentales. En todo esto, el estúpido, en contraste con el malicioso, está completamente satisfecho de sí mismo y, al irritarse fácilmente, se vuelve peligroso al lanzarse al ataque”.

Con un gran poder viene una gran estupidez

La estupidez, como el mal, no es una amenaza mientras no tenga poder. Nos reímos de las cosas cuando son inofensivas, como la ignorancia de mi hermano sobre los renos. Esto no me causará ningún dolor. Por lo tanto, es divertido.

Sin embargo, el problema con la estupidez es que a menudo va de la mano con el poder. Bonhoeffer escribe: «Al observar más de cerca, se hace evidente que cada fuerte aumento de poder en la esfera pública, ya sea de naturaleza política o religiosa, infecta a una gran parte de la humanidad con la estupidez».

Esto funciona de dos maneras. La primera es que la estupidez no inhabilita para ocupar un cargo o autoridad. La historia y la política están llenas de ejemplos de cuando los estúpidos han subido a la cima (de la cual los inteligentes son excluidos o asesinados). En segundo lugar, la naturaleza del poder requiere que las personas prescindan de ciertas facultades necesarias para el pensamiento inteligente –facultades como la independencia, el pensamiento crítico y la reflexión.

El argumento de Bonhoeffer es que cuanto más alguien forma parte del sistema, menos individual se vuelve. Un extraño carismático y emocionante, lleno de inteligencia y políticas sensatas, se vuelve imbécil en el momento en que asume un cargo. Es como si “lemas, consignas y cosas por el estilo… se hubieran apoderado de él. Está bajo un hechizo, cegado, maltratado y abusado en su propio ser”.

El poder convierte a las personas en autómatas. Los pensadores inteligentes y críticos ahora tienen un guion para leer. Usarán sus sonrisas en lugar de sus cerebros. Cuando se unen a un partido político, parece que la mayoría elige seguir el ejemplo en lugar de pensar las cosas detenidamente. El poder drena la inteligencia de una persona, dejándola como un maniquí animado.

Teoría de la estupidez

El argumento de Bonhoeffer, entonces, es que la estupidez debe verse como algo peor que el mal. La estupidez tiene un potencial mucho mayor para dañar nuestras vidas. Un idiota poderoso hace más daño que una banda de maquinadores maquiavélicos. Sabemos reconocer la maldad y podemos negarle poder. Sabemos cómo tratar a los corruptos, opresivos y sádicos.

Pero la estupidez es mucho más difícil de eliminar. Por eso es un arma peligrosa. Ya que a la gente malvada le cuesta tomar el poder, necesitan gente estúpida para hacer su trabajo. Como ovejas en un campo, una persona estúpida puede ser guiada, dirigida y manipulada para hacer lo que sea. El mal es un titiritero y nada ama tanto como a los títeres inconscientes que hacer posible su existencia –ya sea dentro del público en general o en los pasillos del poder.

La lección de Bonhoeffer es reírse de esos momentos tontos cuando estamos con los más cercanos. Pero, debemos enojarnos y asustarnos cuando la estupidez toma el control.

SONDAS: Quizás no haya mayor estupidez que tratar de definirla, pues como vemos en este artículo, todos los ejemplos que propone el autor, así como los comentarios del propio Bonhoeffer, son erróneos y ambiguos, ya que en vano buscaremos estupidez en la política. En este ámbito encontraremos maldad, mediocridad, cinismo… sin olvidar la hipocresía como el caldo en el que nadan estos ingredientes, pero no hay estupidez.

Y lo mismo sucede en el ámbito religioso. Es cierto que en numerosas ocasiones el papa Francisco se hace el tonto –más como estrategia que como síntoma de estupidez. Conoce bien el sistema. Lo ha heredado de sus predecesores, a los que podemos hacer llegar hasta Pablo de Tarso. Ellos son el sistema, y conocen bien sus objetivos. Mas a veces tienen que proyectar una cierta inocencia, una sutil estupidez como si no supieran; como si en realidad no quisieran decir lo que han dicho. Es parte del cinismo, de la maldad, pero no de la estupidez.

¿En qué ámbito, pues, podemos encontrar manifestado este sustantivo? ¿En la ignorancia? Quizás en la ignorancia como sistema, como epistemología. Éste era el estado de cosas al que se opuso Islam. Frente a la estúpida subjetividad que reinaba en las sociedades pre-islámicas, se erigió la sabia objetividad del Creador, expresada en el Corán.

Mas la estupidez subjetiva, cuando se impone y domina a toda una sociedad, entonces se convierte en sub-normalidad; y al aceptar sus reglas, su lógica, la estupidez deja de ser tal al no tener ninguna referencia a la que contraponerse. Por ello, es el Islam el que pone de manifiesto la ignorancia de estas sociedades (yahiliyah).

Los ejemplos que propone el autor del artículo no se corresponden con el concepto de estupidez. No saber que Hitler era su apellido, no es algo preocupante, ni tampoco divertido. Muchos jóvenes de hoy probablemente ni siquiera sepan quién fue este personaje histórico y lo confundan con un filósofo o un jugador de rugby.

Por lo tanto, no vemos otro ámbito más adecuado que el de la ciencia y el de sus acólitos para situar a la estupidez.

En los últimos años los científicos no han dejado de regalarnos con sus artículos una cosmología de payasos. Hay encubrimiento en ellos y hay cinismo, pero, sobre todo, hay estupidez. Hay que oírles hablar del origen del universo, de la materia y de la energía oscura, de la física de partículas desbaratada por la física cuántica. Nada de lo que observan encaja en las casillas que ellos mismos han fabricado.

Mas lo importante es salvar a Newton y a Einstein –dos payasos fraudulentos que se dedicaron al rentable negocio de copy/paste, sin saber en realidad lo que copiaban, sin entender la estructura básica de la creación.

Y ahí están los arqueólogos, quizás los más estúpidos, con un Neandertal que comenzó siendo un mono bastante evolucionado, para llegar hoy a un grado de inteligencia y habilidad manual superior a la del Homo sapiens. Todos hemos visto sus dibujos, sus representaciones, en las que estos hombres antiguos se protegían del frio con vestidos de pieles que dejaban al descubierto la mayor parte del cuerpo –estúpidas representaciones, estúpidas teorías, una continua y estúpida revisión de fechas, de rutas migratorias…

Y ahí, como no, están los biólogos, arrebatados por la emoción que les produce el ver el alto grado de consciencia de los osos y de las hormigas. Y dicen que, finalmente, han observado, han caído en la cuenta, de que hay «patrones» en la creación. Hay patrones, pero no hay sastre; como si un patrón no fuese el resultado de un proceso en el que estarían implicadas la reflexión, el análisis y la voluntad, lo que exigiría un agente externo inteligente. Y utilizan los términos «instinto» y «naturaleza» cuando no saben qué decir; cuando no pueden explicar un fenómeno.

La ciencia toda, lo que los propios científicos llaman «ciencia», es un ámbito atravesado por la estupidez de este a oeste; y ya vemos lo peligrosa que puede llegar a ser.