A pesar del afinamiento, Roger Penrose se muestra «escéptico» sobre el diseño inteligente

Granville Sewell para Evolution News

Mientras me preparaba para una clase sobre diseño inteligente el verano pasado, me tropecé con un vídeo que contenía un segmento sobre el afinamiento de un debate amistoso entre el premio Nobel de física de 2020, Roger Penrose, y el filósofo cristiano William Lane Craig. Justin Brierley era el moderador.

Este segmento del debate es particularmente interesante por dos razones. En primer lugar, Roger Penrose ha ofrecido el ejemplo más asombroso sobre el afinamiento que persiste en todo el universo. Ha estimado que se requeriría una precisión de uno por 10 N, donde N= 123. “N” es en sí mismo mayor (mucho mayor, como señala el propio Penrose) que el número de átomos en el universo conocido. Este “ajuste inicial de la entropía” se analiza en las páginas 148-151 del libro de Stephen Meyer de 2021, “El retorno de la hipótesis de Dios”. Y segundo, aunque Penrose dice que es “escéptico” con respecto a la teoría del diseño inteligente, no le gusta el argumento del multiverso –que casi siempre se utiliza para evitar la conclusión de la existencia del diseño.

El problema principal del multiverso

Por supuesto, el principal problema con el argumento del multiverso es que no hay absolutamente ninguna evidencia científica (nunca puede haber ninguna evidencia científica) de que existan otros universos, pero la razón por la que Penrose no acepta la teoría del multiverso es que si eso pudiera explicar el afinamiento, “deberíamos estar observando un universo muy diferente al que observamos” (resumen de Craig de la objeción de Penrose). Así, parece que Penrose ve el mismo problema con una explicación multiverso para el afinamiento que otros han señalado, y que Michael Behe expresa en “The Edge of Evolution” de la siguiente manera:

Desde el punto de vista del multiverso aleatorio finito, muy probablemente deberíamos vivir en un mundo básico, con poco o nada en la vida más allá de lo absolutamente necesario para producir observadores inteligentes. Entonces, si nos encontramos en un mundo repleto de extras (con mucho más que el mínimo), deberíamos apostar fuertemente en contra de que nuestro mundo sea el resultado de un escenario de multiverso finito… Es difícil presentar un argumento riguroso sobre tal cuestión. Sin embargo, parece que nuestro mundo es bastante exuberante y contiene mucho más de lo que es absolutamente necesario para la inteligencia.

Me pregunto si otra razón por la que a Penrose no le gusta el argumento del multiverso podría ser que se necesitarían muchísimos universos para explicar el excepcional afinamiento que él mismo ha descubierto. De hecho, si vamos a tener que imaginar tantos universos, también podríamos imaginar que los hay suficientes como para que por pura casualidad observadores inteligentes y conscientes puedan aparecer completamente formados en uno de ellos. Entonces no hay necesidad de preocuparse por cómo la vida pudo haberse originado o evolucionado con características irreductiblemente complejas. (No sé cómo calcular la probabilidad de que un observador inteligente y consciente aparezca por pura casualidad, pero para el contexto, imagina un libro con tantas palabras como átomos hay en el universo conocido. La probabilidad de que un mono escriba al azar cada palabra de este libro correctamente es mucho más plausible que 1 en 10-N, donde N=10 a la potencia de 123, como en el cálculo de Penrose anterior).

La alternativa al diseño inteligente

Entonces, ¿qué ve Penrose como alternativa al diseño inteligente? Simplemente alega ignorancia y afirma que sabemos muy poco. Quizás, añade, haya otros tipos de vida y, por tanto, otros tipos de observadores conscientes que ni siquiera podemos imaginar, que podrían evolucionar incluso en un universo totalmente diferente, y proporciona un par de ejemplos de ciencia ficción.

Cuando escuché por primera vez los comentarios de Penrose pensé que algo anda muy mal con esta idea, y William Lane Craig la llama respetuosamente una «propuesta desesperado». Y el problema no es sólo la dificultad para imaginar cualquier forma de vida sin estrellas o elementos más pesados que el hidrógeno, aunque eso ya es bastante difícil. “Si no se hicieran afinamientos, ni siquiera habría problema. No habría química”, dice Craig. Los más mínimos cambios en casi cualquiera de los parámetros básicos de la naturaleza habrían conducido a un universo sin estrellas estables o sin estrellas en absoluto, sin átomos estables y, por tanto, sin carbono y compuestos de carbono, ni planetas rocosos orbitando estrellas, ¡y muy probablemente sin observadores!

Un tipo de vida muy diferente

No obstante, incluso si se acepta la descabellada idea de que en un universo así podría surgir un tipo de vida muy diferente (no basada en el carbono, obviamente), e incluso los observadores conscientes, eso todavía no explica realmente el inexplicable afinamiento que vemos en este universo. Este vídeo sobre el afinamiento del universo muestra un mundo en equilibrio sobre la punta de un lápiz, que se equilibra sobre la punta de un clip, que se equilibra sobre…. Si vieras este acto de equilibrio probablemente no podrías pensar: no estoy impresionado, porque incluso si uno de los soportes se moviera ligeramente y este mundo se derrumbara, aún sería posible construir un tipo de mundo completamente diferente. Todavía necesitamos diseño inteligente o una increíble cantidad de suerte para explicar la química, las estrellas y la vida tal como la conocemos.

SONDAS: Lamentablemente, la investigación biológica y astrofísica está en manos de observadores no-inteligentes y carentes de consciencia –grotescas criaturas, chamanes enanos surgidos de los bosques de “Frozen”. Por una parte, la probabilidad de que exista un universo tan estrictamente afinado como el nuestro es –sencillamente– imposible, de la misma forma que está fuera de toda evidencia “científica” la teoría de los multiversos. Sin embargo, y por otra parte, no se acepta la evidente realidad de que solo una inteligencia, más allá de la imaginación humana, haya podido diseñar el mundo en el que vivimos –un mundo portentoso, que sobrepasa hasta el infinito los mínimos necesarios para que haya vida inteligente y consciente.

¿Qué podemos hacer entonces con estos científicos que han paralizado, disecado, congelado, los procesos naturales del intelecto? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que estos gnomos sigan prohibiéndole al hombre llegar a una comprensión lógica y racional… observable de la vida y del universo? ¿Por qué nuestro tren tiene que estrellarse una y otra vez, junto con el suyo, contra el dique de vía muerta? Es hora de continuar nuestro camino hacia un horizonte luminoso, claro, comprensible, afinado con nuestras capacidades cognitivas, con nuestras más íntimas percepciones. Han tenido 300 años para demostrarle al hombre que no necesita ningún dios, ningún diseñador. Y esa tarea, absurda e innecesaria, contraria a la observación de ese hombre inteligente y consciente, se ha derrumbado sobre ellos –aplastándolos. Naturaleza muerta, inteligencia muerta.

Estamos obligados a asumir que su fracaso nos traslade a una nueva situación. Y no diremos que “El retorno de la hipótesis de Dios” sea el mejor título para la nueva epistemología. Hacen mal los creyentes en tratar de demostrar la existencia de Dios, pues lo que es obvio no necesita ser demostrado. Son los que niegan que haya un Creador Omnipotente –los científicos, los Penrose, los gnomos– los que tienen que demostrar Su inexistencia, ya que cuando Penrose se encuentra con la clara evidencia de que ninguna hipótesis, ninguna teoría, más allá de la teoría de un Dios Creador, puede explicar la existencia de este universo, se encoge de hombros y sonríe puerilmente –“Entonces, ¿qué ve Penrose como alternativa al diseño inteligente? Simplemente alega ignorancia y afirma que sabemos muy poco.” ¡Premios Nobel! ¡Mitos! Estructuras de ficción que habrá que ir desmontando y arrojando sus piezas al mar, a ese mar al que fueron arrojados los trozos del becerro de oro. Si este universo es una alucinación controlada, la ciencia es una pesadilla descontrolada.

La teoría de los multiversos es una falacia porque aquí no se trata de probabilidades, sino de objetivos. Tenemos en el punto inicial un millón o cien millones de universos. ¿Hacia dónde se van a expandir? ¿Qué es lo que van a originar sus moléculas, su química? Si no hay un objetivo hacia el cual dirigirse; más aún, si ese objetivo no es el de lograr que haya vida y que esa vida se vaya complicando hasta producir un observador inteligente y consciente; esos universos no generarán, sino mundos distópicos, engendros moleculares.

Desmontemos pieza a pieza una bicicleta. Ahora cojamos todas esas piezas y lancémoslas al aire todas las veces que queramos. Al caer al suelo nunca se formará una bicicleta. Ni siquiera una rueda de bicicleta. ¿Por qué? Porque esas piezas no tienen ningún objetivo al caer. Ni siquiera tienen el concepto “bicicleta”. Solo una entidad inteligente y consciente puede tener objetivos.

Mas ¿quién podría desde la nada absoluta, desde antes del “inicio”, representarse un universo cuyo objetivo final fuese el de crear al hombre? Una criatura inteligente, capaz de observar, capaz de reflexionar, de admirar… una criatura consciente. Es en este punto inicial en el que deberían situarse los científicos, Penrose, los gnomos… para entender que ellos están tratando de construir la historia de la existencia desde el final, desde el objetivo logrado. Mas si se situasen en el “inicio”, en el punto cero, el locus en el que no puede haber ningún input, caerían en la cuenta de que para llegar a lo que ahora tenemos, a lo que ahora observamos, harían falta dos factores imprescindibles:

Uno –el diseño de este universo con todas sus fases, con su sistema operativo y funcional;

Dos –el impulso que llevase a ese diseño, a esa idea, a su manifestación.

¿Podría la materia inerte o la inteligencia humana, llevar a cabo semejante tarea? ¿Cómo entonces el hombre, los científicos, Penrose, los grasientos gnomos… se atreven, siquiera, a decidir “cómo fue”, “cómo se hizo”? La creación de algo a partir de nada solo puede llevarse a cabo desde una realidad ontológica muy diferente a la nuestra y, por lo tanto, incomprensible para el hombre. No podemos penetrar ni comprender el sistema operativo del universo, de la vida, de los seres vivos. Vemos síntomas, funciones y podemos imaginarnos la realidad que todo ello representa. Podemos entender que la batería de un laptop le transmite energía y que esa energía eléctrica se va distribuyendo por los diferentes dispositivos del ordenador. Mas cómo funciona todo ese proceso solo unos pocos ingenieros pueden entenderlo y quizás ni siquiera ellos pueden describir al detalle las operaciones que van realizando estos dispositivos.

Penrose no sabe. Alega ignorancia. Es como si dijera: “Todavía nos queda mucho camino por recorrer.” ¿Por qué entonces recoge el Premio Nobel? ¿Por qué permite que le den el título de “Sir”? ¿En qué se diferencia Penrose de ti, de mí, de aquél y de ese otro? ¿Qué es lo que sabe, lo que saben todos los Premios Nobel desde hace 100 años? ¿Han acabado con la enfermedad? ¿Han detenido la muerte? ¿Viajamos por esos multiversos?

Su fracaso nos ha llevado a un fracaso todavía mayor. Su medicina no cura, sino que enferma. Sus sistemas políticos generan más guerras, más pobreza, más destrucción. Ese mundo feliz que iban a construir a espaldas del Creador se ha convertido en un escenario de fuego. ¿Seguiremos, pues, caminando sobre sus pasos? ¿Unos pasos que conducen a ese escenario de fuego? Penrose ya arde en él. No tienes por qué seguirle.

“No los tomé como testigos de la creación de los Cielos y de la Tierra ni tampoco de su propia creación, ni Me serví para ello de los que extravían a otros.” (Corán, sura 18, aleya 51)