Uno de los problemas sin resolver de la filosofía: la demarcación entre la ciencia y lo que está fuera de ella

Scotty Hendricks para Big Think

La cuestión de cómo distinguir la ciencia de lo que no lo es se remonta al menos a Sócrates (siglo V a. C.). Más allá de su importancia filosófica, la pregunta a menudo encuentra su camino en los casos judiciales. Definir lo que cuenta como ciencia, filosofía o cualquier otro campo de estudio significativo y lo que cuenta como tonterías parece fácil. El problema es que, como señaló Sócrates, es bastante difícil encontrar una respuesta que funcione sin ser un experto en el campo que se desee analizar. A pesar de esta dificultad, la filosofía moderna ha propuesto algunas posibles soluciones sólidas.

Thomas Kuhn argumentó que la ciencia se define por “paradigmas” dentro de los cuales trabajan los científicos y en los que implícitamente están de acuerdo. Todo lo que encaja dentro del paradigma es “ciencia”, y lo que está fuera no lo es. Los paradigmas no tienen que ser perfectos: la física newtoniana fue el paradigma dominante durante siglos a pesar de los problemas no resueltos. A medida que estos problemas se multiplicaron, la física de Einstein comenzó a dominar. La mayoría de las veces, los científicos son «solucionadores de rompecabezas» que trabajan en problemas dentro de un paradigma dado. Solo justo antes de un cambio de paradigma, sugirió Kuhn, comienzan a trabajar activamente en los problemas principales. Muchos han apoyado las ideas de Kuhn, que han resultado útiles en las ciencias sociales. Por otro lado, sus ideas a menudo son criticadas como relativistas.

Karl Popper argumentó que la ciencia está marcada por la falsificación. Una teoría científica, como la relatividad general, hará predicciones que pueden demostrarse como falsas. En el caso de Einstein, una predicción fue que la gravedad desviaría la luz de manera que los telescopios pudieran detectarla. Popper argumentó que la pseudo-ciencia, por otro lado, no puede ser refutada. Señaló el psicoanálisis y la teoría marxista de la historia como ejemplos. Independientemente de los datos que proporcione, esas teorías siempre parecen ser correctas. Si bien este punto de vista es popular y bastante útil, hay críticas al respecto, ya que cualquier argumento que haga una afirmación que pueda ser falsificada podría contarse como una ciencia.

Una teoría más reciente, presentada por Victor Moberger y que él mismo ha dado en llamar «teoría de la mierda», se centra, esencialmente, en una falta de preocupación por la verdad. La pseudo-ciencia y la pseudo-filosofía se definen por esa falta de preocupación. Por ejemplo, si bien la idea de que la Tierra es plana hace mucho tiempo que ha sido desacreditada, muchas personas que la promueven no se preocupan por los hechos, la lógica o la evidencia. Lo mismo puede decirse de otras pseudo-ciencias. Esta teoría es nueva (2020) y ampliamente discutida. Aunque adopta una visión amplia, tiende a centrarse en el carácter de las personas que hacen las afirmaciones, lo que parece irrelevante para decidir qué es la ciencia.

SONDAS: Una y otra vez es la frivolidad y una aterradora superficialidad lo que caracteriza a los artículos que, para más inri, pretenden ser científicos o filosóficos. No es la demarcación de la que habla este artículo la que señala la distinción entre lo que se denomina «ciencia» o «científico» y lo que se tacha de no serlo, y, por lo tanto, de estar fuera del ámbito del conocimiento. Para comprender esta diferencia deberemos introducir en el análisis dos conceptos fundamentales –el sistema operativo y el sistema funcional.

Cuando observamos la creación de Allah en toda su extensión o las manifestaciones tecnológicas del hombre, lo que fabrica, o a nosotros mismos, vemos que hay una parte oculta, operativa, y otra aparente, funcional; una parte inaccesible y otra parte de la que nos podemos valer y a la que podemos manipular. Observamos el firmamento y vemos en él la Luna y el Sol. Siguiendo sus movimientos calculamos el tiempo (sistema funcional), pero desconocemos cuál pueda ser la naturaleza intrínseca de las fuerzas que los mueven y controlan (sistema operativo).

Lo mismo ocurre con los ordenadores –sabemos utilizarlos, pero no entendemos el mecanismo interno que los hace funcionar. En cualquier máquina que tomemos como ejemplo habrá un sistema funcional accesible a su operario –cuadro de mandos– y un sistema operativo inaccesible al operario –el motor, sistemas eléctricos o tarjetas electrónicas. Algo hace que una máquina fotocopiadora reproduzca en papel, por ejemplo, la página de un libro. Sabemos cómo hacerlo utilizando los botones del sistema funcional, pero no sabemos cómo lo hace la máquina –utiliza un sistema operativo que desconocemos. El médico ve los síntomas de la enfermedad (sistema funcional) que atenaza al paciente, pero no ve la enfermedad (sistema operativo).

Cada día observamos atónitos cómo los niños aprenden en muy pocos años a hablar la lengua de sus padres sin estudiarla. Necesariamente debe existir en alguna parte de su estructura cognitiva un dispositivo capaz de producir lenguaje a partir de la experiencia continuada de escuchar esa lengua. Vemos los síntomas –todos los niños hablan la lengua de sus padres (y otras si se dan las condiciones necesarias), pero no vemos el mecanismo que lo hace posible, ya que forma parte del sistema operativo.

No obstante, lo que más nos importa de esta diferenciación es el hecho de que la inaccesibilidad por parte del hombre al sistema operativo es lógica, ya que ese es un conocimiento que no le interesa, que no le sirve en realidad ni le aprovecha. Es un conocimiento que no le incumbe.

Hemos comprado un ordenador para escribir textos o para diseñar o visionar videos… y para eso no necesitamos saber cómo funciona un ordenador, cómo circula la información por sus tarjetas electrónicas. Más aún, este conocimiento no añadiría nada a nuestra capacidad de manipularlo. Lo que sí nos permite utilizar al máximo su poder, es el conocer su sistema funcional –conocer bien el teclado y los programas que vayamos a utilizar.

También en el Corán existen estos dos sistemas. Hay aleyas operativas cuyo significado no entendemos ni podemos extraer de ellas ninguna consecuencia o aplicación, y aleyas funcionales de las que obtenemos una clara enseñanza. Hay suras que comienzan con una serie de enigmáticas letras –alif, lam, mim, por ejemplo– que quizás actúan como marcadores de comienzo y finalización de textos o secuencias, o son indicaciones de procesos constructores y generadores. Sin embargo, en ninguno de los dos casos entendemos cómo funcionan dichos procesos o quién los lleva a cabo. En la siguiente aleya se nos relata un diálogo en el que las frases son perfectamente comprensibles, pero no así el significado general ni el proceso que se describe en ella:

Cuando dijo Ibrahim: “¡Señor! Muéstrame cómo devuelves a la vida lo que estaba muerto.” Dijo: “¿Acaso no crees?” Respondió: “Por supuesto que sí, pero es para sosiego de mi corazón.” Dijo: “Toma cuatro pájaros, vuélvelos hacia ti y, a continuación, pon una parte de ellos en cada colina y luego llámalos. Vendrán a ti presurosos. Y sabe que Allah es El Poderoso, El que Juzga con sabiduría.” (Corán, sura 2, aleya 260)

Parece evidente que la palabra clave aquí es “llámalos”, pues esa acción de llamar es la que provoca el resultado de que los pájaros vuelvan a la vida. Sin embargo, seguimos sin entender la relación entre llamar y resucitar. Podemos indagar aún más y llegar a la conclusión de que el término “llamar” lo deberíamos traducir por “vibrar”, ya que la voz emite sonidos que se propagan en el aire por vibración. Este fenómeno físico es mucho más importante de lo que se creyó en un principio, pues la vibración podría modificar o alterar el ADN en las células y provocar cambios genéticos de primer orden. De hecho, científicos del Instituto de Control de la Academia de Ciencias de Rusia y del Instituto Lebedev han llegado a esta misma conclusión –la vibración, las resonancias pueden cambiar el funcionamiento del ADN. La misma interpretación se puede aplicar a la frase muy repetida en el Corán: kun fa iakun (“¡Sé!” Y es):

Dio origen a los cielos y a la tierra. Cuando decide un asunto, Le basta con decirle ¡Sé!” Y es (kun fa iakun). (Corán, sura 2, aleya 117)

La fuerza creadora siempre es la voz; el decir, el llamar, la vibración:

«En el principio fue el verbo (la palabra, la voz, la vibración) (Juan 1:1)

«Dijo Dios: “Hágase la luz” …» (Génesis 1:3)

Suponiendo que ésta fuese la correcta interpretación (lo es para nosotros), nos estaríamos refiriendo al sistema funcional –la vibración crea alteraciones en el ADN y lo muerto puede volver a la vida. Sin embargo, la respuesta a la pregunta ¿cómo ocurre ese proceso? formaría parte del sistema operativo –incomprensible para el hombre.

A pesar del aparente desarrollo tecnológico de Occidente al que se han unido otros bloques de países; a pesar de su sorprendente rapidez y de sus apabullantes promesas, seguimos sin saber qué pueda ser la enfermedad, seguimos muriendo (el profeta Muhammad dijo en una ocasión: “cada 100 años se renueva la humanidad entera;”) seguimos sin poder establecernos más allá de unos pocos miles de kilómetros por encima de la corteza terrestre; seguimos sin saber cómo dio comienzo el universo, cómo de la materia inerte surgió la vida; seguimos sin saber qué hay después de la muerte. Y ello porque todo eso que el hombre quiere manipular, controlar y dirigir a través de lo que se ha dado en llamar «ciencia» forma parte del sistema operativo de la creación, al que no tenemos acceso, excepto lo que Allah quiera.

A mediados del siglo XVII se establecieron en las universidades inglesas de Oxford y Cambridge varias sociedades –de alguna forma secretas– con la intención de descubrir los mecanismos operativos de la materia, del pensamiento y del universo en general, si bien ellos llamaron a sus investigaciones y métodos –científicos. Parece ser que esos grupos o sociedades se fueron amalgamando en torno al llamado “Colegio Invisible”, cuyo fundador o, al menos su principal figura, fue Robert Boyle (1627-1691). Con la muerte de Oliver Cromwell y la llegada de la restauración de Carlos II, la invisibilidad del colegio se convirtió en una sociedad pública reconocida por el rey y apoyada por las fuerzas masonas de Inglaterra y Escocia. También hubo un cambio de nombre –en 1660 se funda sobre los cimientos invisibles de todas aquellas sociedades seudocientíficas –más dadas a la alquimia y a las filosofías esotéricas que a la ciencia propiamente dicha– la Royal Society de Londres. Muchos de estos “hombres de ciencia” ya pueden ahora aprovecharse de los cientos de manuscritos en árabe que desde el tiempo de las cruzadas y aun antes, durante el verdadero “reinado del conocimiento” de al-Ándalus, habían estado comprando y robando los judíos europeos. Durante 700 años no habían sido otra cosa que tratados indescifrables, no sólo por la lengua, sino también por el contenido, ya que el pobre –casi nulo– conocimiento matemático, físico, químico, astronómico… que asolaba la intelectualidad europea, les impedía entenderlos. Ahora, la Royal Society va a aglutinar a lo mejor de los pensadores europeos en un intento desesperado de hacerse con el mecanismo que sostiene y mueve el universo.

Sin embargo, las fuerzas demoniacas sobre las que se va a sustentar la tecnología occidental no están interesadas en esa aventura, pues de sobras saben que el sistema operativo de la creación es inaccesible. El objetivo de Iblis es crear una magia que mantenga entretenidos a los hombres, que les haga olvidar su origen, que los individualice hasta el punto de hacerles romper todas las relaciones entre ellos, como vemos en las sociedades occidentales –no matrimonios, no hijos, no compañerismo, no hermandad, no compromisos.

Estas fuerzas demoniacas no le han dado a Occidente ningún verdadero conocimiento, sólo unos cuantos artilugios con los que tenerlo entretenido, al mismo tiempo que lo han ido hundiendo más y más en las arenas movedizas de la ignorancia y la confusión. Esto es lo que ocurre siempre que nos dirigimos al sistema operativo en vez de aprender a utilizar el sistema funcional.