USA: La dimisión de un funcionario del Departamento de Estado

Redacción del Daily Pnut

Josh Paul, quien trabajó en la Oficina de Asuntos Políticos-Militares durante más de 11 años, anunció ayer en su página de LinkedIn que renunció «debido a un desacuerdo político sobre nuestra continua asistencia letal a Israel». Paul dijo que no puede trabajar para apoyar un conjunto de decisiones políticas que incluyen envío de armas, que él cree que sea una actitud «miope, destructiva, injusta y contradictoria con los valores que defendemos públicamente».

Paul escribió que, aunque «el ataque de Hamas contra Israel era más que una monstruosidad; ha sido de hecho, una monstruosidad de las monstruosidades … la respuesta que está tomando Israel, y con ella el apoyo estadounidense tanto para esa respuesta como para el status quo de la ocupación, solamente conducirá a un sufrimiento cada vez más profundo tanto para el pueblo israelí como para el palestino, y no está en el interés estadounidense a largo plazo». La noticia se produce cuando el presidente Biden regresa de un viaje para mostrar apoyo a Israel y se prepara para solicitar miles de millones de dólares en ayuda para este país.

SONDAS: Si no conocemos el movimiento de cada una de las fichas que se mueven en el tablero de ajedrez, habrá –inevitablemente– caos, disputas entre los jugadores, trampas y posiciones contradictorias. ¿Y qué tablero de ajedrez puede ser más complicado que el de la historia? Desconocer la biografía de esta furcia, siempre abierta de piernas para satisfacer la gula sexual e ideológica del macho cabrío –que en algunos bosques se le llama «satanás» y en otros «príncipe de este mundo»– puede llevarnos, como en el caso de Josh Paul, a perder un buen empleo; o a recibir un balazo… sin nada que lo justifique, pues una de las partes «en juego» sí conoce estos movimientos y está al día de las andanzas de la furcia con el macho.

En el caso de Josh la contradicción es flagrante. Si el ataque de Hamás al territorio israelí es una «monstruosidad»; más aún –es la monstruosidad de las monstruosidades, entonces cualquier reacción o contrataque que lleve a cabo tanto Israel como sus aliados –Occidente– estará más que justificado. Podríamos añadir incluso, y sin temor a que se nos acuse de partidismo, que el envío de armas y tropas a Israel es una obligación por parte de Estados Unidos.

Y aquí caemos de nuevo en la trampa del silogismo, pues la conclusión que saquemos al desarrollarlo dependerá de la primera premisa: «El ataque de Hamás es una monstruosidad.» La primera premisa de cualquier silogismo es, en la mayoría de los casos, subjetiva. A Josh le parece una monstruosidad el ataque de Hamás contra una población, tanto civil como militar, en Israel. Y a los palestinos y a millones de otros seres humanos les parece una monstruosidad que los judíos –en el nombre de un dios en el que no creen, de un dios del que ni siquiera conocen el nombre, mencionado, esparcido por cientos de páginas ilegibles, contradictorias y amañadas– hayan invadido su nación, robado sus tierras, ocupado sus valles y lleven 70 años asesinando periódicamente a su población.

No puede haber en una historia cualquiera dos buenos o dos malos. No parece lógico que ambos jugadores traten de matar al mismo rey. Y éste es el problema que se obvia –es una monstruosidad, pero Estados Unidos debería enviar ayuda humanitaria en vez de armas. Tal sublimación sería inaceptable para cualquier gobierno, para cualquier ciudadano.

Mas se trata aquí de no señalar al malo de la historia, ya que a pesar de los muchos intereses que están en juego, hay en este conflicto una incuestionable objetividad. Los palestinos querían liberarse del «yugo otomano» y pensaron que los británicos podrían ayudarles a conseguir este nefasto objetivo; nefasto en verdad, pues tanto el Corán como el profeta Muhammad nos instan encarecidamente a no romper la unidad entre los musulmanes y a mantenernos fieles a las autoridades –por muy opresoras que pudieran parecernos– pues el escenario que establece la rebeldía es siempre peor que el que se intenta abolir. Y nada más incauto y funesto que confiar nuestra riqueza a un pirata. Los palestinos celebraban la entrada de los británicos en una Palestina «liberada» cuando percibieron con horror que detrás de ellos se habían colado los judíos.

La imagen no podía revestir más encanto ni presagiar mejores perspectivas: musulmanes, cristianos y judíos –el apoteósico sueño milenario hecho ahora realidad; las tres religiones conmemorando la llegada del profeta Musa con las tablas de la Ley. ¿O era el becerro de oro lo que palpitaba en sus corazones? ¿Por qué no? Las tres religiones danzando alrededor del macho cabrío. Solo que no hay tres religiones, solo hay una, y las otras dos son el ruido de trompetas con el que los sacerdotes paganos entretienen a la chusma embriagada de deseo.

No tardarían mucho los musulmanes en comprender que mientras ellos danzaban, los judíos tomaban posiciones, y tras la Segunda Guerra Mundial el plan estaba concluido y la suerte echada. El becerro de oro se había convertido en la estrella de David. Y todas las naciones del mundo bailaban a su alrededor.

La imagen no fue tan nítida como nos la presenta la historia, los comentaristas, los historiadores. Hubo pactos secretos, traiciones, y sobre todo el abandono de la creencia en Ajirah –en la vida del Más Allá. No obstante, la herida que abrió aquella invasión, aquel robo, aquella usurpación, no se ha cerrado a pesar de que el tiempo lo cura todo.

Es hora, pues, de que cada uno vuelva a su lugar de origen. Los judíos a los países en los que durante siglos han vivido y los palestinos esparcidos por todo el mundo a su tierra –a esa Palestina otomana cuyas puertas nunca debieron abrir a judíos ni a piratas. Debemos retroceder hasta el lugar del cruce, hasta aquel lugar en el que el camino se bifurcó, generando un tramo esquizofrénico en la línea general de la historia.

Los encubridores son aliados unos de otros. Si los creyentes no se unen como ellos, habrá desorden en la Tierra y una gran corrupción. (Corán, sura 8, aleya 73)