700 millones de cristianos no pueden estar equivocados sobre Israel

Yael Eckstein para Newsweek

Han pasado 100 días desde que los terroristas invadieron mi patria, el único hogar del pueblo judío: Israel. Han pasado 100 días desde que cientos de israelíes fueron tomados como rehenes. Han sido 100 días de guerra, tristeza e incertidumbre.

Pero después de estos 100 días, de lo único que estoy segura (de lo que siempre he estado segura, y lo he visto más que nunca en los días transcurridos desde el 7 de octubre) es que el Estado judío y el pueblo judío tienen verdaderos amigos en los cristianos alrededor del mundo.

Por eso ha sido tan inquietante ver cómo se difunde el antisemitismo en nombre del cristianismo, tanto por parte de quienes están en los medios marginales como de quienes aparecen en los principales medios de comunicación. Sin embargo, los hay que no se dejan engañar por estas mentiras.

Israel tiene más de 700 millones de amigos cristianos en todo el mundo. Como personas que valoramos la vida humana en esta lucha contra aquellos que no consideran que la vida sea sagrada, todos nosotros, cristianos y judíos, debemos adoptar ahora una postura clara –antes de que sea demasiado tarde. Ha llegado el momento de defender a Israel y al pueblo judío, ya que el odioso y peligroso antisemitismo ha aumentado casi un 400 por ciento en los 100 días transcurridos desde los ataques de Hamás contra el pueblo judío.

Durante estos 100 días de guerra, me ha sorprendido ver resucitar etiquetas ensangrentadas que siempre han tenido como objetivo dividir a las comunidades cristiana y judía, y hacerlas verse como enemigas: «Los judíos mataron a Jesús… » (…no, los hicieron los romanos).

Durante estos últimos 100 días, también he visto nuevas teorías antisemitas difundidas como la pólvora, todas ellas también basadas en imprecisiones históricas, entre ellas las de Munther Isaac en el New York Times y las del padre Edward Beck en la CNN, ambos diciendo que si Jesús naciera hoy, sería palestino (…no, Jesús era judío, nació en lo que la Biblia llama la Tierra de Israel, más de 100 años antes de que los romanos llamaran a Judea Palestina).

Al escuchar estos tópicos antisemitas peligrosos, dañinos y malvados, me pregunto por qué el propio pueblo de Jesús, el pueblo judío, está siendo atacado en su nombre. Es porque hoy Jesús sería un ciudadano judío del Estado judío, el único país de Oriente Medio donde la población cristiana está creciendo, un 1.3 por ciento más que el año anterior, con 187.900 cristianos viviendo en libertad. Más del 20 por ciento de la población de Israel no es judía y disfruta de plena igualdad legal. Jesús hoy estaría orgulloso de ser israelí. Hoy en día, el Jesús judío ciertamente no viviría ni se le permitiría visitar lugares bíblicos como Gaza, Jericó o Belén: estos son lugares a los que ningún israelí puede entrar.

Y al igual que los israelíes de todas las religiones (judíos, cristianos y musulmanes), Jesús estaría en medio de esta guerra en curso, pasando tiempo en un refugio antiaéreo mientras los cohetes terroristas han apuntado a casi todas las ciudades de Tierra Santa, incluida la ciudad natal de Jesús, Nazaret.

Una de las razones por las que me sorprende, aterroriza e indigna que ese antisemitismo se esté extendiendo es porque las relaciones judeo-cristianas han llegado tan lejos. Los puentes construidos sobre la fe y el compañerismo han puesto fin a lo que han sido siglos de desconfianza y cosas peores. Por primera vez en la historia, millones de cristianos y judíos están compartiendo hombro con hombro valores judeocristianos que consideramos sagrados. Supongo que tiene sentido que los terroristas y las fuerzas de la oscuridad estén tratando de destruir lo que nosotros, como personas de fe en un Dios amoroso que santifica la vida, hemos logrado. Pero esas fuerzas del mal nunca ganarán. Hoy más que nunca, millones de amigos cristianos en todo el mundo defienden a Israel.

Millones de cristianos han apoyado a Israel—con sus oraciones y su actitud—durante esta guerra. En lugar de unirse a los llamamientos a la destrucción de Israel, están orando por nuestra fuerza y nuestro éxito en eliminar a Hamás, el moderno Amalek. Millones de amigos cristianos del pueblo judío actúan rechazando audazmente las mentiras antisemitas que se están difundiendo sobre Israel.

Una gran parte de la comunidad cristiana ya no se dejará engañar por el odio y las mentiras, ni se dejará engañar para difundirlas. Los amigos cristianos de Israel están demasiado comprometidos con difundir amor y apoyo a sus hermanos y hermanas judíos, mientras luchan por sobrevivir en la única patria judía.

El creciente antisemitismo en todo el mundo sólo sirve como un claro recordatorio para todos nosotros de por qué el pueblo judío necesita un refugio seguro.

En Israel, ha sido un rayo de esperanza para todos nosotros ver cómo millones de cristianos aman, oran y actúan por Israel durante nuestra lucha por la supervivencia, mientras enemigos de todos lados intentan destruir la tierra del pueblo judío, la Tierra Prometida de la Biblia.

Los cristianos y los judíos ya no estarán separados por la mentira y el odio. Hoy estamos unidos.

Estos últimos 100 días, mientras los enemigos de Israel han cantado «del río al mar», los millones de amigos cristianos de Israel continúan el mismo coro con el que han estado comprometidos durante más de 75 años:

Nunca más.

SONDAS: Todo parece indicar que el pánico se está apoderando de los pusilánimes corazones judíos. Esta vez se han asustado de verdad. Se han dado cuenta de que sus milenarias falsificaciones se están revelando contra ellos mismos –sus mentiras, su ateísmo… Desde hace decenios escuchamos la cantinela de un Occidente judeo-cristiano. Mas ¿cómo desde el punto de vista religioso –doctrinal– se pueden unir esas dos corrientes que fluyen por cauces tan distintos?

La autora del artículo habla de lo orgulloso que sentiría Jesús, en el caso de que estuviera con nosotros ahora, de ser israelí. Concentrémonos, pues, en este nombre –Jesús (en realidad Isa) – y preguntemos a Yael quién es para ella, para los judíos, el portador de este nombre, ya que para los cristianos –católicos, protestantes u ortodoxos– era el Mesías prometido, Hijo de Dios, Dios él mismo. ¿Cómo entonces se puede compaginar esta creencia con la creencia judía de que ese tipo era una farsante, un agitador; que ni era el Mesías prometido ni mucho menos el Hijo de Dios?

Más grave aún es el haber hecho pasar el judaísmo por una religión. Y aquí el término “religión” está haciendo referencia a un sistema doctrinal basado en la existencia de un Dios Creador del Universo y de una vida transcendental más allá de la muerte. Todo sistema que no contemple estos dos factores podrá llamarse “espiritual, chamánico o filosófico”, pero no religioso. En el llamado judaísmo no tienen cabida ninguno de estos dos elementos. Todas sus celebraciones hacen referencia a sus propias historias, no a conceptos religiosos o transcendentales.

El Dios de Israel es un dios particular, tribal. En ningún pasaje del Pentateuco se habla de la vida del Más Allá, de la Resurrección de los muertos, del Juicio Final, del Paraíso ni del Fuego. Sin embargo, en el Nuevo Testamento encontramos mencionada está geografía existencial. ¿En qué punto entonces podrían conectarse judaísmo y cristianismo? Nada más disparatado. Y, sin embargo, es lo que necesitan desesperadamente los judíos –un apoyo fuerte. Estos expertos falsificadores han conseguido convencer a una parte de la Cristiandad para que se asocien con ellos y se protejan mutuamente contra un sistema religioso, el Islam, que sí es monoteísta –el único.

¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no Me veréis, hasta que digáis: “Bendito el que viene en el Nombre del Señor.” (Mateo 23:37-39)

Cuando Jesús salió del Templo y se iba, se acercaron sus discípulos para mostrarle los edificios del Templo. Respondiendo él, les dijo: “¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada. (Mateo 24:1-2)