Los humanos no somos “tribales”

Desde la política hasta la cultura, culpamos al “tribalismo” de los problemas de la humanidad. Esta explicación es completamente incorrecta.

Agustin Fuentes para Big Think

Más de 200 millones de personas murieron en el siglo XX debido a las guerras y los actos de genocidio. Muchas de estas confrontaciones tenían sus raíces en conflictos étnicos, nacionales, religiosos, políticos o de otro tipo de identidad. El siglo XXI está a rebosar de horrores similares. Para muchos investigadores y para gran parte del público, este patrón de conflicto entre grupos surge directamente del sentido profundo y evolucionado de la humanidad de «nosotros» frente a «ellos». En pocas palabras, la naturaleza humana es «tribal». Así es como construimos ciudades, naciones, imperios. También es cómo cada una de esas cosas se ha derrumbado.

Sin embargo, no es cierto. Los conflictos intergrupales humanos y su relación con la naturaleza humana no tienen que ver con ser «tribales» ni con una hostilidad evolutiva y fija entre «nosotros» y «ellos».

La humanidad, la gran clasificadora

Los seres humanos son excelentes para clasificar las cosas, y a ellos mismos, en tipos y grupos. Generalizamos a partir del conocimiento existente sobre individuos y grupos conocidos y aplicamos estos criterios a las personas nuevas que vemos o conocemos, haciendo que el panorama social humano increíblemente complejo sea más fácil de navegar. Este «truco social» para la vida diaria evolucionó durante los últimos millones de años porque quienes conocemos y cómo pensamos sobre ellos e interactuamos con ellos es uno de los mayores desafíos diarios para ser humanos con éxito.

Esta capacidad clasificadora comienza con los bebés. A los nueve meses de edad, la frecuencia cardíaca de los bebés aumenta cuando ven extraños, pero lo que queda clasificado como un «extraño» depende de a quién el bebé haya visto u oído, o con quién haya interactuado previamente. Sus reacciones están estructuradas no solo por el aspecto de las personas, sino también por el contexto social y la experiencia. Los bebés clasifican y responden principalmente a las acciones más que a las caras, los colores u otros marcadores, y de manera especialmente preferencial a un tipo de acción: la amabilidad.

No es algo sorprendente. Los bebés desde muy pequeños tienden a responder mejor a las personas que son amables y sociales con los demás. Pueden ser aquellos que son amables con los bebés o aquellos que los bebés ven como amables con los demás. Es un sistema poderoso hasta el punto que los bebés incluso parecen preferir a los no humanos, como animales o marionetas, que son siempre amables con los demás. Sin embargo, antes de cumplir el primer año de vida, los bebés no forman mapas mentales de grupos de personas; no parecen distinguir entre grupos de personas, solo individuos. Los bebés no hacen automáticamente categorías de «nosotros» y «ellos»; la mente humana debe aprender a “hacer” clasificaciones de grupos.

No evolucionamos para ser “nosotros contra ellos”

Si bien los humanos no se caracterizan por una forma determinada de antemano para crear divisiones de la humanidad, tenemos la capacidad de clasificar y desarrollar atajos mentales para usar clasificaciones una vez que las hemos creado (o aprendido). Lo que es más importante, categorías como «nosotros» y «ellos» no están grabadas en piedra; son flexibles y no establecen necesariamente una relación conflictiva.

Los neurocientíficos revisaron recientemente una amplia gama de datos sobre cómo funciona el cerebro cuando clasificamos a las personas en grupos. Descubrieron que las bases biológicas de los procesos de clasificación muestran que las categorías específicas dentro y fuera del grupo no están «programadas». Más bien, nuestra neurobiología refleja un sistema altamente flexible que puede representar el yo y los otros. Además, la forma en que se dividen «nosotros» y «ellos» puede cambiar rápida y dinámicamente. Ésta es una realidad muy diferente de la suposición de una mentalidad natural e inherente de «nosotros contra ellos».

Las personas pueden ser desagradables entre sí tanto dentro como fuera de sus propios grupos, pero es una capacidad, no una obligación. Ni siquiera es el patrón más común de lo que los humanos han hecho a lo largo de su historia. De hecho, el ser humano no ha desarrollado un antagonismo de «nosotros contra ellos». Investigaciones recientes sobre la evolución de la guerra y el conflicto entre grupos demuestran que, si bien la violencia entre grupos ocurrió a lo largo de la historia evolutiva humana, «no hay suficiente evidencia material concluyente del Pleistoceno para ver la guerra como una fuerza impulsora principal para la evolución humana». La evidencia disponible demuestra que «nuestra capacidad para relacionarse de manera armoniosa fuera de los límites del grupo es un aspecto importante del éxito de nuestra especie».

Hace cientos de miles de años, los grupos humanos se acercaban unos a otros, intercambiaban conocimientos y costumbres y formaban lazos sociales al menos tanto, si no más, de lo que luchaban entre sí. Hay evidencia de que las piedras y los minerales, el conocimiento sobre el uso del fuego y otros comportamientos culturales, así como los genes, se difunden entre muchas comunidades a lo largo de nuestra historia. Trabajos sobre los primeros humanos demuestran que una asombrosa capacidad para la compasión y las relaciones sociables es tan central entre los grupos como dentro de los grupos. Décadas de estudio de la dinámica intergrupal en sociedades de primates, grupos humanos de forrajeo y sociedades a pequeña escala revelan que la selección natural ha dado forma a una mayor confianza en las relaciones tolerantes entre comunidades en los humanos que en cualquier otra especie de primate (o posiblemente en cualquier otra especie de mamífero).

Incluso el argumento de que el modo de existencia de “nosotros contra ellos” surgió con el advenimiento evolutivamente reciente de la agricultura, las ciudades, los estados y las naciones no es correcto. Los humanos no son bestias hobbesianas ni igualitarios rousseaunianos. Somos una especie que se caracteriza por relaciones entre grupos que son complejas y dinámicas, buenas y malas. No hay duda de que el conflicto entre grupos jugó un papel en nuestra evolución, pero la evidencia fósil y arqueológica arroja dudas sustanciales sobre si tal conflicto prevaleció en el nivel y la omnipresencia para apoyar un argumento que la naturaleza humana se caracteriza por «nosotros contra ellos».

El problema con «tribal»

El último defecto en la visión de la “naturaleza tribal” es el hecho de que el término “tribal” no tiene nada que ver con un proceso evolutivo de “nosotros contra ellos”.

En todo el antiguo mundo colonial, el término «tribu» se usaba y se usa a menudo para identificar una estructura social que es «más antigua», más «primitiva» y menos civilizada que las formas europeas de sociedad. Usado de esta manera, el término conlleva suposiciones históricas y culturales engañosas sobre los «salvajes» y una idea relacionada sobre el comportamiento del grupo interno versus el grupo externo. El uso de la palabra “tribu” de esta manera es problemático y proviene directamente del pasado feo, genocida y colonial, caracterizado por un conjunto de suposiciones incorporadas sobre los pueblos indígenas que son sesgadas, incorrectas y racistas.

En realidad, el término “tribu india” en los Estados Unidos tiene una definición legal relevante para los acuerdos entre el gobierno federal y las diversas naciones soberanas de los pueblos indígenas. Para los pueblos nativos de los Estados Unidos las palabras «tribu» y «nación» generalmente son intercambiables y pueden tener significados muy diferentes. En Canadá, el término para los pueblos indígenas es Primeras Naciones, Métis e Inuit. En México, los términos preferidos son indígena, comunidad y pueblo. Los términos “tribu” y “tribal” no tienen cabida como calificativos en el discurso sobre la naturaleza o la evolución humana.

¿Qué explica el conflicto?

Demasiados investigadores y voces populares siguen comprometidos con la opinión de que la evolución de la humanidad ha sido, en gran parte, impulsada por los patrones de cohesión dentro del grupo y conflicto fuera del grupo. Están equivocados. La mayoría de las investigaciones actuales sobre los seres humanos y nuestra historia refuta la idea de que la xenofobia profundamente arraigada («nosotros contra ellos») es el factor central en la evolución humana. La opinión de que los grupos humanos evolucionaron para pelear, odiarse unos a otros y vivir el estilo de vida que se puede describir como «dentro del grupo bueno, fuera del grupo malo» simplemente no es cierta.

No obstante, eso no significa que los seres humanos sean naturalmente pacíficos o que siempre se lleven bien. Ninguna otra especie crea economías monetarias e instituciones políticas, cambia los ecosistemas de todo el planeta en unas pocas generaciones, construye ciudades y aviones, arresta y deporta a sus miembros, lleva a miles de otras especies a la extinción e intencionalmente odia y diezma a otros grupos de humanos. Aun así, no es una simple historia de «nosotros contra ellos».

Durante los últimos cientos de milenios, los humanos han desarrollado sociedades demasiado grandes para que las personas se conozcan y reconozcan individualmente. Los miembros de tales sociedades dependen de marcadores de identidad para identificar a sus compatriotas: ropa, idiomas, hábitos, cocinas y sistemas de creencias. La identidad y los marcadores de identidad son fundamentales para la experiencia humana. Pero el hecho de que la identidad sea importante no es sinónimo de odio extra-grupal o conflicto entre grupos. Sí, la identidad de grupo se puede utilizar para generar odio, pero también se utiliza de muchas otras formas. “Nosotros contra ellos” no es necesariamente conflictivo ni está gravado en piedra.

Hoy en día, los conflictos entre grupos, pueblos y conjuntos de identidades están entrelazados con la desigualdad económica extrema y la violencia constante del nacionalismo, los conflictos religiosos, el racismo y el sexismo: todas realidades complejas con historias, procesos sociales dinámicos y múltiples factores, a menudo diferentes, que configuran resultados. No existe una explicación “natural” simple para los líos que creamos.

La forma en que hablamos sobre los problemas de la sociedad es importante. Invocar la noción de “tribalismo” para los problemas actuales del mundo es engañoso en el mejor de los casos e insultante en el peor.

SONDAS: Todas las afirmaciones que hace el autor en este artículo, sus interpretaciones sociológicas y las conclusiones a las que llega tras un superficial repaso histórico y sociológico, serían ciertas si en vez de utilizar el término “ser humano”, “hombre”, lo reemplazase por “judíos”. En este caso las piezas encajarían en el rompecabezas cuyo dibujo tratamos de descifrar.

Más de 200 millones de personas murieron en el siglo XX debido a las guerras y los actos de genocidio.

Parece como si esos genocidios y guerras que acabaron con más de 200 millones de individuos hubiesen surgido por generación espontánea. El autor dice que ocurrió eso, que se produjeron esos acontecimientos, pero no dice la causa que los motivó ni quiénes los propiciaron. De esa forma los promotores quedan a cubierto. Mas pensemos en la primera y la segunda guerra mundial. ¿Acaso fue China la que las activó? ¿O fueron las naciones africanas las que las avivaron? ¿Deberíamos acusar a los países de América Latina de haberlas causado?

Escenarios tendenciosos aparte, fue Alemania y en realidad toda Europa Central, dominada por los lobbies judíos, la que prendió fuego a Europa. Y después, las elites judías consiguieron su cheque en blanco para dominar el mundo desde el victimismo que ellos promovieron y permitieron. Únicamente las elites judías se benefician de sus planes de dominación; el resto de los humanos –el lumpen judío incluido– no son, sino fichas, pilas y muñecos.

Los aliados, a pesar de tener exacta información desde el principio de la situación de los judíos, no hicieron ningún esfuerzo militar para rescatarlos o bombardear los campos de trabajo, o las vías férreas que llegaban hasta allí. Sonaron las alarmas, se pronunciaron condenas, se hicieron planes para juzgar a los cul pables después de la guerra, pero no se tomó ninguna acción concreta para detener el “genocidio”.

El informe Vrba-Wetzler ofrecía una clara imagen de la vida y muerte en Auschwitz. Como consecuencia de ello, los líderes judíos de Slovakia, algunas organizaciones judías americanas y la junta de los refugiados de guerra, insistían en la intervención de los aliados. Sin embargo, esa insistencia estaba lejos de ser unánime. El liderazgo judío estaba dividido. La máxima autoridad judía reconocida oficialmente se mostraba reacia a presionar para que se tomase una acción militar dirigida específicamente a salvar a los judíos.

Sería un error pensar que el anti-semitismo o la indiferencia hacia la grave situación de los judíos -aunque ambos existían- fueran la causa principal de la falta de apoyo a los bombardeos. El asunto es más complejo. El 11 de junio de 1944 el comité ejecutivo de la agencia judía en su reunión en Jerusalén se negó a exigir el bombardeo de Auschwitz. Los líderes judíos en Palestina no eran obviamente ni anti-semitas ni indiferentes a la situación de sus hermanos. David Ben-Gurion, presidente del comité ejecutivo, dijo: “No conocemos la verdad de lo que está sucediendo en Polonia, y parece que no vamos a poder proponer nada con respecto a este asunto.”

Aunque no se ha encontrado ninguna documentación específica del cambio de decisión del 11 de junio, un mes más tarde los miembros de la agencia judía llamaban insistentemente a que se llevara a cabo el bombardeo de Auschwitz. (Michael Berenbaum, Why wasn’t Auschwitz bombed?)

Resulta confuso que en el mismo texto se diga que los aliados tenían conocimiento “desde el principio” de la situación de los judíos y al mismo tiempo se hable del informe Vrba-Wetzler –dos presos que lograron escapar de Auschwitz– redactado en 1944 como la causa de que la agencia judía pidiera a Inglaterra, en julio de ese mismo año, que bombardease el campo. Lo cierto es que la resistencia polaca no dejó un instante de pasar información a sus enlaces en Gran Bretaña no sólo de los campos de trabajo, sino también de la exacta localización de bases en las que se estaba investigando y construyendo armamento especial. Ese fue el caso de la isla Peenemünde situada en el Báltico, en el estuario del río Peene y desde donde los alemanes lanzaron sus nuevos y temibles misiles V-1 y V-2. Aquel lugar estaba rodeado del más absoluto secretismo y de no haber sido por la información que recibieron los británicos de la resistencia polaca, nunca habrían dado con él y la guerra podría haber tomado un cariz muy diferente.

Todavía más confuso resulta el consejo que nos da el autor de no pensar que fue el anti-semitismo o la indiferencia la causa principal de no apoyar los bombardeos. ¡Realmente extraño! ¿Cómo se puede siquiera contemplar la posibilidad de que los líderes judíos fuesen anti-semitas? Pero el propio texto lo afirma, aunque no lo considera la causa principal.

En julio de 1944 –si bien no hay ninguna documentación sobre este drástico cambio de opinión–la agencia judía pide a Gran Bretaña que ataque Auschwitz, a lo que Winston Churchill reacciona dando a su Secretario de Asuntos Exteriores, Anthony Eden, la críptica sugerencia: “Intenta sacar algún aparato de la fuerza aérea. Puedes mencionar mi nombre si lo ves necesario.” Sin embargo, los británicos nunca llevaron a cabo el bombardeo.

Si ahora retrocedemos hasta la invasión alemana de Polonia y los acontecimientos subsiguientes, tendremos una imagen mucho más nítida de los hechos. Y nada mejor para movernos por aquel escabroso escenario que la guía del médico, escritor y pedagogo judío Janusz Korczak, seudónimo de Henryk Goldszmit, responsable de un orfanato en Varsovia y principal ideólogo de los nuevos métodos educativos que poco a poco se irán introduciendo en Europa. Su extraordinaria labor en el gueto y su inquebrantable lealtad al cuidado de los huérfanos judío-polacos que había tomado a su cargo, habrían quedado enterradas en el olvido de no haber sido por el cineasta polaco Andrzej Wajda, que en 1990 dirige la película “Korczak” sobre el guion de la judía Agnieszka Holland.

En la filmación vemos escenas que nos hielan la sangre y al mismo tiempo nos llenan de confusión. En las estaciones de tren desde las que son deportados masivamente los judíos hacia los campos de concentración, vemos a oficiales de la Waffen-SS junto a miembros de la elite judía decidiendo quienes deben subir al tren y quienes pueden quedarse en tierra. Por la noche, celebran sentados en la misma mesa en un cabaret de la ciudad la buena marcha de la guerra y los pingües beneficios que los grandes consorcios económicos judíos están obteniendo de ella. Korczak se mantiene al margen de todas esas maquinaciones y les advierte que un día u otro los lobos atacarán a sus dueños. Pero incluso dentro de la elite judía hay grados y estratificación. Los elegidos tienen listo el dinero y los pasaportes falsos para emigrar a Suiza, donde se ha ido reuniendo la nata más elitista y el dinero de los judíos que morirán en los campos de trabajo. Korczak es un hombre pobre, dedicado en cuerpo y alma a sus huérfanos, pero quizás una de las mentes más lúcidas de su tiempo. Los judíos lo necesitan para construir el nuevo orden mundial. Le ofrecen dinero y una nueva identidad –destino, Suiza. Korczak les pregunta con inquisitiva mirada “¿Y los huérfanos?” Los sicarios judíos sonríen y le recriminan por su estúpida compasión. Ellos tienen grandes proyectos y a él sólo se le ocurre preocuparse por esos desheredados. Korczak les devuelve la caja con el dinero y el pasaporte. En su mirada hay ahora desprecio y recriminación. Unos días más tarde, los niños del orfanato suben a uno de los trenes de la muerte; Korczak sube con ellos. Y esa imagen atormentará a los judíos hasta el Día del Juicio Final. Esa imagen es el dedo índice que señala a las elites judías y les acusa de anti-semitas y de haber sacrificado, siglo tras siglo, a millones de sus hermanos, a millones de huérfanos y desheredados para conseguir, con un fabricado victimismo, el cheque en blanco que les permita construir su edificio laico, su edificio corrupto y nefasto en el que, uno a uno, serán enterrados por la historia.

85 Sin embargo, habéis sido vosotros los que os habéis dado muerte y habéis expulsado de sus hogares a un grupo de los vuestros, aliándoos injustamente contra ellos. Y si luego os venían cautivos, pagabais su rescate cuando era una iniquidad que los hubierais expulsado. (Corán 2 – Sura de la vaca, al Baqarah)

Los seres humanos son excelentes para clasificar las cosas, y a ellos mismos, en tipos y grupos.

De nuevo, esta afirmación solo tiene sentido si substituimos “seres humanos” por “judíos”. Los nativos de toda América utilizaban más de 400 tipos de plantas medicinales; utilizaban asimismo venenos de tarántulas, escorpiones y serpientes no solo para envenenar sus flechas, sino también para curar a sus enfermos. Incluso los niños podían distinguir el trino de decenas de pájaros, pero nunca los clasificaron, los disecaron, ni comenzaron un delirante proceso de definición de funciones y de tipos. Eso es algo propio de los europeos, de sus investigadores y sus científicos, en su mayoría judíos, asignados a departamentos de universidades controladas por ellos mismos. ¿Quién ha dividido la humanidad en razas? ¿Quién ha dicho que los chinos, los indonesios, los malayos… son “amarillos”? ¿Quién ha definidos a los nativos de América con el calificativo de “pieles rojas”? Ellos y sus asnos europeos sobre los que montan y a los que dirigen tirándoles de las orejas. ¿Podía ser de otra forma? ¿Podían estos judíos que se han auto-calificado de “pueblo elegido” emocionarse al entrar en contacto con otros pueblos, con otras lenguas, con otras culturas…? ¿Puede haber mayor acto de guerra contra “ellos” que considerarse el pueblo elegido por el mismísimo Dios? ¿Qué nos queda, entonces, al resto de los humanos? ¿Qué relación, si no esclavitud, puede haber entre “judíos” y “el resto”? Entre sus asnos europeos y el resto.

Fijémonos cómo hablan de sí mismos los asnos ingleses: “Great Britain and Overseas” –Gran Bretaña y el resto del mundo. Hasta no hace mucho en el aeropuerto de Londres a la hora de entregar el pasaporte había tres apartados: británicos, europeos, otros países. Son, pues, los judíos y sus asnos los que clasifican, dividen y separan la humanidad para debilitarla y para romper cualquier concepto de hermandad.

(13) Os hemos organizado en etnias y tribus para que os conozcáis unos a otros. (Corán-Sura de las estancias, al Huyurat)

Mas no fue eso lo que hicieron los ingleses con los nativos de Norteamérica. No trataron de conocerles, de ver los puntos en los que podían mantener buenas relaciones con ellos. No fue ese deseo de conocer al otro lo que llevó a Francia a masacrar a Argelia, a masacrar a los argelinos; o a robar el oro de Burkina Faso. Ni fue ese espíritu de hermandad lo que llevó a Bélgica a tiranizar a poblaciones enteras de África, especialmente en el Congo. Ni tampoco vemos ese espíritu en el apartheid que Holanda estableció en Sudáfrica. Son, pues, los judíos, a través de sus asnos, los que generan violencia, los que roban y matan, y luego dicen, como el autor del artículo: el ser humano a veces comete excesos.

Esta capacidad clasificadora comienza con los bebés.

Agradecemos a Agustín que nos haya aclarado cómo funcionan los bebés, pues tras haber tenido 9, nos preguntábamos si nuestros bebés habían clasificado o simplemente habían computado. En cualquier caso, parece que todos ellos tenían una cierta capacidad para el cálculo. Sin embargo, lo que hemos notado a través de esta experiencia de tener 9 bebés, experiencia de la que, quizás, carece Agustín, es que cada uno ha sido muy diferente del otro. Nuestro tercer bebé, por ejemplo, no encontraba mejor diversión que aplastar todo animalillo que veía y tratar de estrangular a un par de gatos que andaban por la casa. El quinto, una bebé preciosa, no paraba de llorar. Si entraba a la habitación su tía o la criada, una nigeriana de casi 2 metros, no paraba, como decimos, de llorar; pero si salía de la habitación su tía, se callaba de repente y se quedaba mirando a la criada. Y cuando entraba de nuevo su tía, comenzaba a llorar hasta que salía la criada. Ello nos hizo deducir que nuestra bebé era una gilipollas, carente de toda lógica y coherencia. Y para qué vamos a hablar del séptimo bebé. Y decimos todo esto porque quizás Agustín sea un judío que trate de clasificar a los seres humanos no solo en razas, sino también en comportamiento ya desde que son bebés.

Nuestra neurobiología refleja un sistema altamente flexible que puede representar el yo y los otros. Además, la forma en que se dividen «nosotros» y «ellos» puede cambiar rápida y dinámicamente.

De nuevo, vemos en Agustín esa visión alienígena de la vida. Pero es que ¿él no vive entre los seres humanos? ¿No tiene padres, vecinos, compañeros, colegas? ¿No ve que la envidia, el resentimiento y la venganza constituyen la red por la que se mueve el ser humano? ¿No ha ido Agustín a la escuela o a la universidad? ¿Qué ha encontrado allí? ¿Amistad, compañerismo…? O por el contrario rivalidad, ambición, guerra –tanto entre estudiantes como entre profesores.

(23) Dijeron: “¡Señor nuestro! Nos hemos condenado a nosotros mismos por nuestra rebeldía y si no nos perdonas y tienes rahmah de nosotros, seremos de los perdidos.” (24) Dijo: “¡Salid! Seréis enemigos unos de otros. (Corán 7-Sura de la parte más elevada de la separación, al Araf)

El hombre es enemigo del hombre, lobo contra lobo, chacal contra chacal; y ello porque no ha logrado completarse. No ha recibido la educación apropiada y sigue siendo un bashar –algo más refinado, algo más elaborado. Mas su consciencia no logra situarle en la posición desde la cual pueda ver el conjunto de la creación, el objetivo de la creación. Solo el creyente, el que actúa con rectitud puede ver en los otros la obra perfecta del Creador. El profeta Muhammad decía a su gente: “El árabe no es superior al no-árabe, ni el no-árabe es superior al árabe. El negro no es superior al blanco, ni el blanco es superior al negro. Y el mejor de los hombres ante Allah es el que más temor tiene.”

Por lo tanto, el racismo, la xenofobia es propio de los que dicen: “Somos el pueblo elegido de Dios,” aunque esos no tengan Dios. Buscan un rey que les haga dueños del mundo.

Hace cientos de miles de años, los grupos humanos se acercaban unos a otros, intercambiaban conocimientos y costumbres y formaban lazos sociales al menos tanto, si no más, de lo que luchaban entre sí.

Agustín, como un acto de humildad, ha hecho un viaje en el tiempo. Ha ido cientos de miles de años atrás para ver en qué se ocupaban los hombres de aquel tiempo. Y se ha encontrado con que hace cientos de miles de años no había hombres. Había seres humanos que nunca formaron parte de la historia, pues no tenían lenguaje conceptual ni escritura, y vivían muy parecido a cómo viven hoy ciertas tribus de Nueva Guinea o de la Amazonia. Ya de vuelta, Agustín se quedó perplejo y se dijo para sus adentros: “Bueno, no importa. Lo fundamental es que el hombre antiguo, pongámoslo así, era bueno y compartía sus hallazgos y sus visiones con los miembros de otras tribus. A veces luchaba, pero nunca de forma definitiva, aplastante.”

Mas esta reflexión lo que nos hace entender es que ha habido, y sigue habiéndolo, un elemento discordante en el desarrollo natural de las sociedades –los judíos y sus asnos. Y es este elemento el que ha ocasionado una deformadora refracción en el devenir histórico de la humanidad. Y decimos esto porque una cosa son las guerras, los conflictos tribales, las batallas de honor, y otra cosa son las masacres, los genocidios, la destrucción sistemática del “otro”; la destrucción de sus tierras de cultivo, el envenenamiento de sus aguas, el secuestro de sus mujeres, el canibalismo, la expoliación sistemática de la riqueza del “otro”. Y este elemento discordante, esta refracción es la que ha protagonizado Occidente –el asno de los judíos. Ningún otro pueblo ha hecho algo así. Ningún otro pueblo ha ido a otro continente para robarles la sal a sus habitantes.

Gran Bretaña sí lo hizo. Fue a la India, atravesando Europa y Oriente Medio, y se llevó decenio tras decenio la riqueza de aquel país, ejecutando a todo aquél que se oponía al saqueo de su patria. Mas los indios nunca hicieron eso. Ningún pueblo lo ha hecho. Por lo tanto, en la ecuación sociológica de la humanidad, sin el factor “judíos” y los “asnos de los judíos” es imposible entender por qué ha sucedido lo que ha sucedido, y por qué ha sucedido de la manera en la que ha sucedido.

El uso de la palabra “tribu” de esta manera es problemático y proviene directamente del pasado feo, genocida y colonial.

Estamos al final del artículo y seguimos sin saber de qué se está hablando. ¿Quién ha pedido, por ejemplo, una clarificación sobre el concepto “tribu” y si es utilizado de forma correcta o no; o si en el concepto “tribu” ya va de forma intrínseca la noción de “nosotros” y “ellos” en tanto que enemigos? La tribu es la forma de organización social más cómoda, eficiente y natural, pues todos conocen a todos, y ello evita que determinados individuos puedan corromper a esa pequeña sociedad.

En la película “Cocodrilo Dundee” un joven australiano, inmerso en una sociedad tribal, es transportado a Nueva York, como un nuevo King Kong; un humano sin referencias culturales occidentales –un bárbaro, pues; un salvaje. En una escena se encuentra con un problema de supervivencia, pues una banda callejera –una tribu urbana– lo tiene rodeado y se preparan para darle una buena paliza. En el fragor de la batalla un taxista negro, enorme, un verdadero King Kong, arranca de un coche de lujo su insignia que tiene la forma de un ala delta, y se la arroja a uno de los asaltantes que está a punto de clavarle un cuchillo a Cocodrilo Dundee. El resto de la banda, ante aquella “intromisión” del gigante negro, se da a la escapada. El joven australiano le da las gracias y le pregunta: “¿De qué tribu eres?”, a lo que el taxista responde: “De Harlem.” Nueva York, como el resto de las ciudades y países está dividido en tribus. Hay en ellas una misma idiosincrasia y un territorio propio. Cuando la gente dice “soy del Bronx,” lo que está queriendo decir es que pertenece a la tribu Bronx.

A veces la tribu es más pequeña, pero más significativa, y la llamamos “vecindad”. Sin embargo, la noción imperialista que pervive en la mentalidad de judíos y asnos, ha optado por dividir el mundo en grandes y amorfos territorios, como la Unión Europea o los Estados Unidos de América del Norte, que obligó a las tribus que se habían ido conformando a unirse y formar una misma nación, a pesar de que la tribu sea una forma de organización social más eficiente y racional. Y para ello tuvo que haber una guerra, pues nadie de muto proprio abandona la tribu, un lugar reconocible, seguro… para unirse a un todo indiferenciado, donde una pequeña elite se aprovecha de la cantidad, y, así, se mantiene democráticamente en el poder, lo que le permite controlar la riqueza del, ahora inmenso, territorio nacional.

En Francia, la Vandée –más que una región, una región más dentro de un vasto territorio– era una tribu. Vivían de la agricultura y de la ganadería, acataban la autoridad del rey, eran fervientes cristianos que después del duro trabajo diario se reunían en iglesias u otros lugares en los que conversaban con los sacerdotes, se daban consejos unos a otros y se hermanaban en esa inquebrantable unidad que formaba la tribu. Sin embargo, la Revolución Francesa les obligaba a luchar por “la France” –un concepto que nunca terminaron de entender; y tras 40 años de lucha, los imperialistas judíos –revolucionarios, civilizados– los masacraron y acabaron con medio millón de sus habitantes. Muchos de ellos no murieron en el campo de batalla –simplemente fueron ejecutados.

Por lo tanto, sí que hay una confrontación entre la visión colonialista, imperialista, “fea”, de unos y la visión tribal de otros. Y esa confrontación resulta inevitable, pues el colonialismo no puede permitir que haya pueblos en la Tierra independientes, que mantengan sus creencias ancestrales, su libertad de costumbres; y no les dan otra opción que la de integrase en esta unidad colonial o extinguirse. Los primeros definen esta situación como “la lucha entre civilización y barbarie”. Los segundos cambian los factores: “opresión contra libertad”. Veamos quién tiene la razón.

Hace 600 años el colonialismo ibérico ofrecía a los bárbaros nativos de América salir de su barbarie ideológica y espiritual, aceptando la trinidad, aceptando que el Dios Todopoderoso y Único resulta que tenía un hijo –tan todopoderoso y único como el padre. Y a este diptongo metafísico había que unir al Espíritu Santo. Los nativos, por su parte, trataron de explicarles a los íberos que aquello no tenía ningún sentido, explicación que muchos de ellos pagaron con su vida. Y ello nos lleva a concluir que la barbarie y la civilización dependen únicamente de quién tenga más fuerza.

Lo más devastador de este asunto es que Agustín se olvida de que ese pasado “feo, colonial y genocida” llega hasta el presente, llega a “hoy”, y se intuye que pavimentará el futuro, pues mientras haya una sola tribu, una sola nación que se mantenga soberana, bárbara y salvaje frente a la civilización fea, genocida y colonial, habrá guerra y habrá conflicto. Mientras haya judíos, habrá discordancia y refracción… habrá un mundo feo, muy feo.

La mayoría de las investigaciones actuales sobre los seres humanos y nuestra historia refuta la idea de que la xenofobia profundamente arraigada («nosotros contra ellos») es el factor central en la evolución humana.

Ya hemos dicho que en la ecuación sociológica de la humanidad el factor más determinante es el “judío”. Para ellos, la xenofobia no es un factor cultural o ideológico, sino estructural. Si ellos son el “pueblo elegido por Dios, por la objetividad absoluta”, ello implicará a lo largo del tiempo infinidad de consecuencias –todas nefastas. Implicará que los otros no son elegidos, no forman parte de la comunidad divina y cualquier mente judía podrá concluir que, excepto ellos, el resto de la humanidad ha sido maldecida por ese Dios. Se tratará, pues, del conflicto entre el bien y el mal; entre lo divino y lo satánico; entre los judíos y el resto de la humanidad –una humanidad maldecida, satánica. Y este planteamiento traerá consecuencias más que previsibles. Los primeros podrán usurpar la riqueza de los segundos, podrán explotarlos, podrán secuestrarles, asesinarles… sin que las columnas del cielo tiemblen o se resquebrajen.

No obstante, le proponemos a Agustín que prepare un programa de simulación en el que se elimine el factor “judío” y vea cómo se van desarrollando las sociedades humanas.