Una vida más larga a menudo significa una muerte peor

La mayoría de las personas no están experimentando una muerte «buena».

Ross Pomeroy para Big Think

Los seres humanos viven ahora más tiempo que nunca. Desde 1950, la esperanza de vida promedio global ha aumentado de 47 a 73 años. Este notable logro se logró mediante la reducción de la pobreza y la erradicación de enfermedades, entre otros avances humanitarios. Sin embargo, en países cuyos ciudadanos ahora viven hasta edades avanzadas en los años 80 y más, se hace inevitable hacer una pregunta complicada: ¿Estamos realmente extendiendo la vida o simplemente prolongando la muerte?

¿Alargar la vida o prolongar la muerte?

Un equipo de investigadores del Instituto Karolinska en Suecia enfrentó esta pregunta de frente con un estudio publicado recientemente en el American Journal of Public Health. El demógrafo Marcus Ebeling y sus colegas utilizaron grandes bases de datos públicas para rastrear el curso de todas las muertes de personas de 70 años o más en Suecia entre 2018 y 2020, centrándose en los últimos 12 meses de los pacientes. Principalmente, querían saber cómo mueren la mayoría de las personas mayores.

¿Son sus muertes cortas y repentinas o largas y prolongadas? ¿Mueren en casa, físicamente capaces y mentalmente agudos hasta el final? ¿O mueren en una instalación, discapacitados y dependientes de la atención en sus últimos años, esencialmente consumiéndose? Trágicamente, cada vez más parece ser lo último.

«Dos tercios de todas las muertes siguieron una trayectoria con una utilización extensiva de la atención de ancianos durante el último año de vida, y al menos la mitad también mostró una utilización extensiva de la atención médica», encontraron. “La mayoría de las muertes de hoy no cumplen con lo que a menudo se denomina una muerte ‘buena’”.

¿Qué constituye una buena muerte? “Mantener el control, estar libre de dolor, poder elegir el lugar de la muerte y que la vida no se prolongue inútilmente son principios que se han mencionado, entre otros”, escribieron los investigadores.

Ebeling y sus colegas también encontraron que la atención prolongada al final de la vida era cada vez más común a partir de los 83 años, la esperanza de vida en Suecia, lo que sugiere que las personas que disfrutan de una vida más larga tienen más probabilidades de tener una muerte prolongada, potencialmente llena de procedimientos médicos y cargas fisiológicas.

Esperanza de vida frente a esperanza de salud

El hallazgo llama más la atención sobre la brecha frecuentemente discutida entre «esperanza de vida» y «esperanza de salud». La esperanza de vida es cuánto tiempo vive alguien; la de salud es el tiempo que alguien vive con buena salud, libre de enfermedades crónicas y discapacidades. Idealmente, deberían ser casi iguales. En realidad, a medida que la vida humana ha crecido rápidamente durante el último medio siglo, la salud no se ha mantenido al mismo nivel. Los análisis sugieren una brecha actual de 10 a 15 años entre ellos en los Estados Unidos. Eso es más de una década en promedio de personas que viven con mala salud, a menudo en el ocaso de sus vidas. De acuerdo con el estudio de Ebeling, esto sugiere que la salud de la mayoría de las personas empeora antes de morir.

Y desafortunadamente, lo que muchos de los cuidados al final de la vida tienden a hacer es aumentar la esperanza de vida, con pocos beneficios para la salud. Los medicamentos y los procedimientos que tratan las condiciones médicas subyacentes en los ancianos a menudo se ven limitados por la cantidad de «salud» que realmente pueden restaurar. En última instancia, la mejor manera de aumentar la vida útil y, con suerte, permanecer independiente hasta el final es evitar que surjan condiciones debilitantes en primer lugar. Eso significa comer bien, abstenerse de fumar, beber alcohol con moderación, mantener conexiones sociales, favorecer actividad intelctual y, sobre todo, mantenerse físicamente activo. Y significa mantener estos hábitos incluso en la vejez.

La conclusión principal es que, para tener la mejor oportunidad de una buena muerte, hagas lo que te ayuda a vivir una vida sana.

SONDAS: Los comentaristas, periodistas, analistas e investigadores de todo pelo hablan de los síntomas, los describen y estudian, pero son incapaces de diagnosticar la enfermedad, y –mucho menos– a recomendar una cura efectiva. Es como si los institutos y los centros de investigación para los que trabajan, el Karolinska Institute de Suecia entre ellos, les pagasen por hacer un trabajo tan pueril como inútil. Al leer sus divagaciones llegamos inmediatamente a la conclusión de que hablan de lo que todos sabemos simplemente mirando con atención a nuestro alrededor. Cada día que pasa, cada visita a un hospital, pone de relieve de forma cada vez más contundente que no estamos prolongando la vida, sino la muerte. Los investigadores del Instituto Karolinska, después de haber analizado la base de datos que puso a su disposición el gobierno sueco, han llegado a la misma conclusión.

Sin embargo, no es una cuestión meramente académica. Cada vez hay más hombres y mujeres que viven más allá de los 83 años, pero ¿cómo viven? Las investigaciones responden claramente: son muertos vivientes, dependientes de fármacos, intervenciones quirúrgicas, sufriendo fisiológica y psicológicamente. Son una carga pesada tanto para la familia como para la sociedad, llegando finalmente los investigadores a la conclusión de que la «expectativa de vida» no se corresponde con la «expectativa de salud», y nos ofrecen el siguiente consejo para remediar esta situación:

…comer adecuadamente, beber moderadamente, no fumar, mantener vida social, tener una actividad intelectual y, sobre todo, tener actividad física…

Y, sin embargo, es precisamente eso lo que los occidentales no pueden hacer, ya que fumar, beber, drogarse… es la base misma de lo que llamamos «mundo libre y civilizado». Además, lo que comemos, lo que bebemos, lo que respiramos… todo ello está contaminado, procesado o envenenado, y el estilo de vida impuesto a nuestras sociedades impide cualquier cambio asequible a la mayoría –ni siquiera la comida llamada biológica es sana. Hemos trastocado el orden natural en el que el hombre había vivido durante milenios; lo hemos invertido, pervertido, corrompido hasta el punto de no retorno. El resultado: millones de seres humanos que ya no son tales, sino que son psicópatas enfermos física y mentalmente mucho antes de que lleguen a los 80.

La situación en el baluarte de la civilización occidental –Estados Unidos, modelo para el resto de la humanidad, por desgracia– se ha vuelto tan difícil que ya han aparecido buitres que están sobrevolando la carroña. El New York Post escribía el 16 de agosto el artículo titulado:»¿Puede una ‘clase sobre la muerte’ hacer que la vida valga más la pena?» (Can a ‘death class’ make life more worth living?):

Repetirse una frase para sí mismo: «Puedo morir hoy, puedo morir hoy», es el primer paso en la práctica única de atención plena que Lina Bertucci, una estudiante de meditación tibetana de Manhattan con 15 años de práctica, afirma le ha ayudado a apreciar cada momento de su vida. Y aunque reflexionar sobre la propia muerte puede sonar morboso para la mayoría, Lina dice que esta actividad ha transformado su relación con las personas, los lugares y las cosas de este mundo. “La meditación sobre la muerte nos ayuda a pensar en la muerte de una manera muy cotidiana y nos inspira a vivir la vida al máximo”, dijo al Post Bertucci. La práctica de meditar sobre los pensamientos de muerte, que está fuertemente arraigada en la antigua tradición budista, ahora se enseña ampliamente en las clases de expertos en la muerte en Nueva York y Los Ángeles. Bryan Melillo, organiza regularmente talleres de meditación sobre la muerte de una hora a través de Zoom. A 20 dólares por reunión, lleva a los estudiantes a un sentido casi inconsciente de «conciencia», sacándolos de sus mentes y llevándolos a un estado de paz de ensueño sobre la muerte.

Reflexionar sobre la muerte es beneficioso si nos lleva a pensar en lo que viene después. No es beneficioso concluir que «la vida hay que vivirla al máximo» o entrar en un «estado casi inconsciente de consciencia». La reflexión correcta nos debería llevar a constatar que una creación como la que nos rodea y de la que formamos parte debe tener un objetivo, a lo que apunta el mero hecho de su complejidad fuera de cualquier comparación. Y es esta inconmensurable complejidad la que nos indica que hay en ella un diseño, y si hay diseño, tiene que haber un Diseñador.

No puede existir un mecanismo sumamente sofisticado, complejo, en el que todas sus piezas –que son incontables– funcionan a la perfección, que se haya configurado de esta manera él mismo o que lo haya fabricado la «naturaleza», ya que ésta forma también parte del mecanismo del que estamos hablando. Y la muerte es una pieza imprescindible en este mecanismo. Su recuerdo es obligatorio para el hombre; es parte de su fitrah –su naturaleza humana. Es por ello que el califa Marwan II hizo gravar en su sello: «Recuerda la muerte, ¡Oh negligente!»

El hombre y el universo en el que vive han sido creados con la verdad y de la mejor manera. Por lo tanto, desatender nuestra propia naturaleza e imponernos una artificial –la cultura– que nos hace, precisamente, olvidar la muerte, es un acto de ignorancia y de soberbia que sólo puede llevarnos a la destrucción. Recordar la muerte de manera adecuada nos lleva a dejar de ser negligentes, porque nos hace entender que el objetivo de nuestras vidas, su sentido, no puede estar en morir entubados en algún hospital, olvidados en algún rincón de una residencia de ancianos, abatidos por una bala perdida o un conductor borracho. Significa vivir y morir sin las parafernalias de las que hemos hablado, que, a su vez, significa estar dispuestos a morir cuando nos llega la hora, sin la dilatada agonía, sin cuidados intensivos, sin tubos ni respiración asistida… sin molestar a nadie. No se trata, pues, de vivir a toda costa. Se trata de poder aceptar la muerte con dignidad y sin miedo.

Éste, sin duda, es el objetivo de los que imparten «clases sobre la muerte». Lo hacen sin haberla experimentado ellos mismos, que es un poco como enseñar cómo subir el Everest sin haber estado nunca allí. Lo que olímpicamente pasan por alto en sus clases es el hecho de que la muerte solamente acaba con el cuerpo que tenemos en este mundo. No acaba con nuestra «nafs» –nuestro verdadero «yo», el que tendrá que dar cuentas en la otra vida de lo que hizo y de lo que no hizo en la vida que se le concedió en el mundo que conocemos –una especia de ajuste de cuentas. Dicho de otra manera: si las clases sobre la muerte hacen que la vida valga más la pena, corremos el peligro de olvidarnos de la muerte y del objetivo de nuestra vida. Por lo tanto, es mejor empezar por conocer este objetivo, ya que el miedo a la muerte es –básicamente– el resultado de ignorarlo.

“No he creado a los yin ni a los hombres –insan– sino para que Me adoren.” (Corán, sura 51, aleya 56-57)