El nuevo análisis de la Paradoja de Fermi sugiere que aún no somos tan interesantes.
Paul Suter para Space
Si la vida sucedió aquí, entonces probablemente sucedió en otro lugar. Pero por lo que sabemos, estamos totalmente solos. Entonces, ¿dónde están todos?
Un nuevo análisis propone una solución alternativa a este enigma, conocida como la paradoja de Fermi: tal vez solo estemos impacientes. Tal vez, con una multitud de mundos para estudiar potencialmente, las civilizaciones extraterrestres probablemente esperarían a que uno comience a transmitir su presencia antes de enviar una sonda. Entonces, si esperamos unos cientos o miles de años, alguien podría llamar a la puerta.
Como supuestamente dijo el famoso físico Enrico Fermi durante una conversación informal durante un almuerzo en 1950: «¿Dónde está todo el mundo?» La vida inteligente surgió aquí, en la Tierra, pero ciertamente no somos el único planeta en el universo. Nuestra galaxia, la Vía Láctea, probablemente contiene hasta un billón de mundos, y es una de hasta 2 billones de galaxias en todo el cosmos. Claro, la mayoría de los planetas son completamente inhóspitos para la vida, pero los procesos físicos en realidad no suceden solo una vez. Si la naturaleza puede crear vida aquí, con la gran cantidad de otros planetas, debería suceder en otro lugar.
Y presumiblemente, algunas de esas criaturas inteligentes comenzarían a construir naves espaciales y explorar su vecindario. Con suficiente tiempo y esfuerzo, podrían extenderse ellos mismos o emisarios robóticos por todas partes. Incluso si promediaran solo un pequeño porcentaje de la velocidad de la luz, esencialmente podrían inundar toda la galaxia en solo unos pocos millones de años.
Incluso si la mayoría de las civilizaciones inteligentes fracasan en el intento (o simplemente pasan a otras cosas), el hecho de que nuestra galaxia haya existido durante más de 10 mil millones de años significa que al menos una civilización ya debería haber visitado nuestro sistema solar, o al menos haber dejado algunos signos de su existencia.
Y, sin embargo, nada. No tenemos absolutamente ninguna evidencia de ninguna civilización extraterrestre, y mucho menos de vida. Esta es la gran paradoja de Fermi: si la vida puede suceder, debería ser común, y si es común, ya deberíamos saberlo. Pero no lo sabemos.
Desde hace décadas, los astrónomos han propuesto muchas soluciones a este rompecabezas. Una idea, llamada la hipótesis de la Tierra rara, postula que tal vez la vida sea realmente especial y única en la escala cósmica. En este escenario, la vida es tan increíblemente rara que podemos estar entre las primeras criaturas o de cualquier tipo en surgir en la Vía Láctea. En otras palabras, las circunstancias que llevaron al surgimiento de la vida en la Tierra son tan especiales que incluso con billones de otros mundos, la vida sucedió esencialmente una sola vez.
Otra solución propuesta, conocida como la hipótesis del gran filtro, postula que quizás la vida es común, pero la vida inteligente es difícil. Después de todo, la vida apareció relativamente temprano en la historia de nuestro planeta, pero la inteligencia tardó miles de millones de años en surgir. Esto significa que tal vez seamos increíblemente afortunados de tener el cerebro que tenemos. E incluso entonces, la introducción de las armas nucleares y el cambio climático ponen en duda el futuro de nuestra especie. Entonces, si bien podemos encontrar bacterias u otros organismos simples en toda la galaxia, es poco probable que encontremos a alguien capaz de conversar.
Ahora, un nuevo artículo escrito por Amri Wandel de la Universidad Hebrea de Jerusalén y publicado en la base de datos de preimpresión presenta una nueva explicación: Debido a que recién llegamos a la escena cósmica, en el sentido de ser capaces de transmitir nuestra presencia a través de transmisiones de radio, tal vez sólo tenemos que esperar un poco.
Wandel argumenta que si bien no podemos imaginar las capacidades tecnológicas de las civilizaciones alienígenas avanzadas, sus poderes no son infinitos. Todavía tienen que lidiar con problemas mundanos, como la captura y el almacenamiento de energía, el calor residual, el procesamiento de información y una cantidad finita de tiempo. Con hasta 1 billón de planetas potencialmente habitables en la galaxia (e incluso más si se incluye lunas ricas en agua como Europa y Encelado), parece razonable suponer que estas civilizaciones alienígenas no podrían enviar sondas activas o mensajes a cada uno de ellos.
Sin embargo, es mucho más fácil construir estaciones de escucha grandes y sofisticadas que sondas activas, por lo que los extraterrestres probablemente esperarían. Eventualmente, alguna civilización inteligente surgirá en la galaxia y descubrirá la magia de la radio. Inadvertidamente o no, esa civilización comenzará a transmitir su presencia a través de señales artificiales inequívocas. Si los extraterrestres recibieran una señal, entrarían en acción, elaborando un mensaje propio o incluso una sonda para visitar a sus nuevos amigos.
Pero todo esto lleva tiempo. Hemos estado transmitiendo durante menos de un siglo, lo que significa que nuestra «burbuja de radio» tiene menos de 200 años luz de ancho, en comparación con los 100 000 años luz de ancho de toda la Vía Láctea. Por lo tanto, nuestras señales pueden tardar cientos o miles de años en llegar a una civilización alienígena. Si responden con una señal propia, podríamos obtenerla en unos pocos miles de años, es decir, si la vemos, porque tendríamos que estar mirando en la dirección correcta en el momento correcto para capturarla. Si los extraterrestres deciden enviar una sonda, tendrá que arrastrarse por las profundidades interestelares a una fracción de la velocidad de la luz, por lo que tardará aún más en llegar aquí.
Entonces, tal vez no estemos solos después de todo y nuestra galaxia es el hogar de muchas otras civilizaciones avanzadas. Simplemente, no han respondido a nuestra llamada… todavía.

SONDAS: La idea básica que recorre todo el artículo, y hace falta estar de buen humor para terminar de leerlo, es la que surge de la inquietante observación de que el hombre es incapaz de imaginar algo que esté fuera de lo ya existente. Ya hemos visto que Hollywood se muestra impotente a la hora de originar alienígenas que podríamos calificar de superiores a los seres humanos. Todas sus producciones son criaturas grotescas o ridículas, en el mejor de los casos. Y ello porque la creación se ha montado sobre patrones bien definidos y fuera de esos patrones la imaginación se queda en blanco. Todos los monstruos y todos los extraterrestres que aparecen en sus películas poseen –inevitablemente– cabeza, tronco y extremidades. Más aún, esas quimeras no son, sino animales y humanos deformados. Y ello porque el hombre es una entidad vacía; un dispositivo capaz de leer el input que le llega de los centros de producción, pero incapaz de producir él mismo algo nuevo con elementos inexistentes –ve montañas, ríos, nubes, animales, insectos, árboles, estrellas… elementos que mezclará, superpondrá e imitará pensando que de esta forma él es creador y no, simplemente, mezclador.
Hemos creado al hombre en el mejor de los moldes. (Corán, sura 95, aleya 4)
El nuevo análisis de la Paradoja de Fermi sugiere que aún no somos tan interesantes.
Ésta es otra paradoja, pues la idea de que los extraterrestres no han contactado con nosotros porque todavía no somos una civilización interesante, es decir –inferior a la suya– contradice la aleya del Corán, pues si el hombre, el hombre terrícola, ha sido creado en el mejor de los moldes, de la mejor manera posible, entonces no puede haber nada en todo el universo, por muy inteligente que sea, superior a esta criatura; afirmación ésta que viene corroborada por la incapacidad hollywoodense, ya mencionada, de producir alienígenas «más interesantes» que los humanos. Mas también la paradoja de Fermi confirma este hecho, pues seguimos sin encontrar ni siquiera una célula –la expresión más simple de vida– en ningún lugar del cosmos.
Si la vida sucedió aquí, entonces probablemente sucedió en otro lugar. Pero por lo que sabemos, estamos totalmente solos. Entonces, ¿dónde están todos?
Resulta devastador que alguien, presumiblemente inteligente, haga este planteamiento. ¿Acaso no ve la complejidad irreductible que conlleva la vida, la inteligencia, la consciencia, los ciclos vitales, la perfecta armonía entre los seres vivos que pueblan la Tierra y su medio? ¿Cómo, pues, habla Suter de la vida de esta forma tan banal y frívola, como si se tratase de un madero flotando en el océano? Y aun este ejemplo resulta arrollador, impropio, pues el agua es, sin duda, el elemento más portentoso de la creación. ¿Puede haber, entonces, otro planeta en el universo como la Tierra –con su belleza, su perfección y su complejidad? No hace falta tener el intelecto de Fermi para entender que la respuesta solo puede ser «no».
La vida en la Tierra es el producto de un plan bien determinado, con objetivos precisos; un plan, una geografía, del que el hombre no puede escapar, ni lo puede reducir ni ampliar. ¿Puede una mente sana concebir que esta creación es un producto aleatorio de un caos que «curiosamente» se ha ordenado hasta configurar un universo más allá del cual la propia imaginación se nubla, se oscurece, se apaga? La respuesta sique siendo «no».
Un nuevo análisis propone una solución alternativa a este enigma, conocida como la paradoja de Fermi: tal vez solo estemos impacientes. Tal vez, con una multitud de mundos para estudiar potencialmente, las civilizaciones extraterrestres probablemente esperarían a que uno comience a transmitir su presencia antes de enviar una sonda. Entonces, si esperamos unos cientos o miles de años, alguien podría llamar a la puerta.
¿Por qué comentamos este artículo, entre pueril y estúpido? Precisamente porque es la otra cara de la realidad o, si se prefiere, su negativo. ¿Acaso el hecho de encontrar en algún lugar del espacio, en algún astro, una civilización inteligente podría eliminar el absurdo que siente el hombre terrícola? ¿Acaso no se ha encontrado este hombre con decenas de civilizaciones que ha destruido, aniquilado, borrado de la faz de la Tierra?
El absurdo existencial solo puede desaparecer con la comprensión de las razones que nos han podido traer a la vida, a la Tierra. Las preguntas que se hace el hombre, el hombre sano –cuerdo, razonable– no son si hay vida extraterrestre, si esos alienígenas son más o menos inteligentes que nosotros… ni tampoco intenta resolver la paradoja de Fermi. Las preguntas que taladran su cerebro son muy diferentes y mucho más lógicas que éstas –quién soy yo en realidad; qué hago aquí; para qué existo; por qué tengo que morir; qué me espera tras la muerte; quién ha originado este universo… Todo lo demás le resulta superfluo, fuera de sus intereses básicos. Antes de nada, quiere saber cuál es sentido de la vida, de su vida.
Si la naturaleza puede crear vida aquí, con la gran cantidad de otros planetas que hay, debería suceder en otro lugar.
Si abandonamos la coherencia que transporta la verdad, la comprensión, caemos en la necedad, la necedad de utilizar el término «naturaleza» para substituirlo por el de Dios, Creador –Allah el Altísimo. ¿Quién es esa «naturaleza» que ha diseñado este universo, ha producido vida, inteligencia en un orden secuencial preciso, hasta otorgar al hombre la consciencia? ¿Dónde está esta «naturaleza»? Más aún, ¿quién la ha creado a ella? ¿Cómo se ha originado? ¿Cómo a partir de átomos inertes ha surgido semejante poder, capaz de organizar estos átomos y originar con ellos este universo y la propia vida? ¿A qué tienen miedo estos necios, que cada vez se hacen más necios a sí mismos?
Y presumiblemente, algunas de esas criaturas inteligentes comenzarían a construir naves espaciales y explorar su vecindario. Con suficiente tiempo y esfuerzo, podrían extenderse ellos mismos o emisarios robóticos por todas partes.
De nuevo –la incapacidad para salir del esquema humano. Cuando se imaginan otros mundos, siempre son mundos iguales al nuestro. Qué decepción encontrarnos un día con el señor Ruiz montado en una nave marciana en búsqueda del señor Ruiz terrícola. Probablemente ambos compartirían el Premio Nobel de física.
Esta es la gran paradoja de Fermi: si la vida puede suceder, debería ser común; y si es común, ya deberíamos saberlo. Pero no lo sabemos.
¿Cómo puede alguien en su sano juicio decir que la vida es algo común, algo que puede suceder en cualquier momento, en cualquier lugar, en cualquier espacio? Ésta es la paradoja de los necios.
Una idea, llamada la hipótesis de la Tierra rara, postula que tal vez la vida sea realmente especial y única en la escala cósmica. En otras palabras, las circunstancias que llevaron al surgimiento de la vida en la Tierra son tan especiales que incluso con billones de otros mundos, la vida sucedió esencialmente una sola vez.
¿Por qué no se sigue trabajando sobre esta hipótesis? ¿Por qué no se preguntan los astrofísicos, los biólogos, los llamados científicos cómo fue posible que incluso una sola vez, sucediese?
Otra teoría postula que quizás la vida es común, pero la vida inteligente es difícil.
Pero ¿es que no entienden que la vida surge para llegar a la última fase –la vida inteligente? Ésta es la finalidad de la vida, pues solo el hombre, la criatura inteligente dotada de consciencia, puede apreciar la creación, puede admirarla, puede agradecer a su Creador haberle traído a la existencia, a un viaje sin fin a través de diferentes estados de conocimiento, de percepción, de felicidad… a través de diferentes configuraciones.
Esto significa que tal vez seamos increíblemente afortunados de tener el cerebro que tenemos.
Aunque no a todos les sirve de mucho.