Los japoneses lo llaman «tsundoku»

O de cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar mi biblioteca.

Kevin Dickinson para Big Think

Me encantan los libros. El problema es que mi hábito de comprar libros supera mi capacidad de leerlos. Esto conduce a ocasionales dolores de culpa por los volúmenes no leídos que se amontonan en mis estantes. Pero es posible que esta culpa esté completamente fuera de lugar. Según Nassim Nicholas Taleb, estos volúmenes no leídos representan lo que él llama una «anti-biblioteca». Taleb cree que nuestras anti-bibliotecas no son signos de fallos intelectuales. Todo lo contrario.

Taleb expone el concepto de la anti-biblioteca en su libro «El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable», en el que menciona al prolífico autor y erudito Umberto Eco, cuya biblioteca personal albergaba la asombrosa cantidad de 30,000 libros. Cuando Eco recibía visitantes, muchos se maravillaban con el tamaño de su biblioteca y asumían que representaba el conocimiento del anfitrión, que, no se equivoquen, era expansivo. Sin embargo, algunos se dieron cuenta de la verdad: la biblioteca de Eco no era voluminosa porque hubiera leído mucho, sino porque deseaba leer mucho más. Eco comentó una vez que había hecho un cálculo y descubrió que solo podía leer unos 25.200 libros si leía un libro al día, todos los días, entre los diez y los ochenta años. Una “bagatela”, lamenta, en comparación con el millón de libros disponibles en cualquier buena biblioteca.

Basándose en el ejemplo de Eco, Taleb deduce: Los libros leídos son mucho menos valiosos que los no leídos. Tu biblioteca debe contener tanto de lo que no sabes como tus medios te permitan poner allí. Acumularás más conocimientos y más libros a medida que crezcas, y el creciente número de libros sin leer en los estantes te mirará amenazadoramente. De hecho, cuanto más sepas, más grandes serán las filas de libros sin leer. Maria Popova resume maravillosamente el argumento de Taleb señalando que nuestra tendencia es sobrestimar el valor de lo que sabemos, mientras subestimamos el valor de lo que no sabemos.

El valor de la anti-biblioteca se deriva de cómo desafía nuestra autoestima al proporcionar un recordatorio constante e inquietante de todo lo que no sabemos. Los títulos que bordean mi propia casa me recuerdan que sé poco o nada sobre criptografía, la evolución de las plumas, el folclore italiano, el uso de drogas ilícitas en el Tercer Reich y la entomofagia –seá ésta lo que fuere.

“Tendemos a tratar nuestro conocimiento como propiedad personal que debe protegerse y defenderse”, escribe Taleb. “Es un adorno que nos permite ascender en el orden jerárquico. Así que esta tendencia a ofender la sensibilidad bibliotecaria de Eco centrándose en lo conocido es un sesgo humano que se extiende a nuestras operaciones mentales”.

Me encanta el concepto de Taleb, pero debo admitir que la etiqueta «ant-ibiblioteca» me resulta un poco deficiente. Kevin Mims también tiene algo en contra de esta etiqueta. Su objeción es un poco más práctica: “Realmente no me gusta el término ‘anti-biblioteca’ de Taleb. Una biblioteca es una colección de libros, muchos de los cuales permanecen sin leer durante largos períodos de tiempo. No veo cómo eso difiere de una anti-biblioteca”. Su etiqueta preferida es un préstamo de Japón: «tsundoku». Tsundoku es la palabra japonesa para los libros que has comprado pero que no has leído. Su morfología combina tsunde-oku (dejar que las cosas se amontonen) y dukosho (leer libros). La palabra se originó a fines del siglo XIX como un golpe satírico a los maestros que tenían libros pero no los leían. Si bien eso es lo opuesto al punto de vista de Taleb, hoy la palabra no conlleva ningún estigma en la cultura japonesa. También difiere de la bibliomanía, que es la colección obsesiva de libros por el arte de coleccionar, no por su lectural.

Estoy seguro de que hay algún que otro bibliómano fanfarrón que posee una colección comparable a una pequeña biblioteca nacional, pero rara vez abre una cubierta. Aun así, los estudios han demostrado que la propiedad de libros y la lectura suelen ir de la mano con un efecto beneficioso. Uno de esos estudios encontró que los niños que crecieron en hogares con entre 80 y 350 libros mostraron mejores habilidades de alfabetización, aritmética y tecnología de la información y la comunicación cuando eran adultos. La exposición a los libros, sugirieron los investigadores, aumenta estas habilidades cognitivas al hacer que la lectura sea parte de las rutinas y prácticas de la vida.

Muchos otros estudios han demostrado que los hábitos de lectura transmiten una gran cantidad de beneficios. Sugieren que la lectura puede reducir el estrés, satisfacer las necesidades de conexión social, reforzar las habilidades sociales y la empatía, y potenciar ciertas habilidades cognitivas. ¡Y eso se refiere solamente a libros de ficción! La lectura de no ficción está relacionada con el éxito y los grandes logros, nos ayuda a entendernos mejor a nosotros mismos y al mundo, y nos acompaña en una noche de soledad.

Jessica Stillman reflexiona en uno de sus artículos sobre si la anti-biblioteca actúa como un contrapeso al «efecto Dunning-Kruger» –un sesgo cognitivo que lleva a las personas ignorantes a asumir que sus conocimientos o habilidades son más competentes de lo que realmente son. Dado que las personas no son propensas a disfrutar de los recordatorios de su ignorancia, sus libros no leídos los empujan hacia, si no el dominio, al menos una comprensión cada vez mayor de la competencia. “Todos esos libros que no has leído son de hecho un signo de tu ignorancia. Pero si sabes lo ignorante que eres, estás muy por delante de la gran mayoría de las demás personas”, escribe Stillman.

Ya sea que prefieras el término anti-biblioteca, tsundoku o algo completamente diferente, el valor de un libro no leído reside en su incentivo para que lo leas.

SONDAS: El nerviosismo y la desesperación que asolan a la intelectualidad occidental les están llevando a desbarrar incluso cuando hablan de fenómenos tan simples como la lectura o las bibliotecas particulares que cada individuo pueda tener en su casa. Cogen un término japonés, algo que siempre realza un artículo endeble, insustancial –como lo es este artículo de Kevin Dickinson– pero no lo entienden. No entienden que este término –tsundoku– no hace referencia a que hay gente, como el autor, que ha comprado más libros de los que puede leer. Tsundoku hace referencia a que tener libros, e incluso haberlos leído, no significa que los hayamos entendido o que hayamos adquirido verdadero conocimiento a través de sus lecturas. De la misma manera que el movimiento se demuestra andando, el conocimiento se demuestra en la práctica, en nuestra forma de vida, en nuestras creencias, en la escala de valores que asumimos moralmente en nuestras relaciones sociales… Y esas son las características que debemos analizar a la hora de escanear al dueño de una biblioteca. Fijémonos, si no, en esta aleya del Corán:

Aquellos a los que se les impuso la tarea de llevar la Torá –pero se desentendieron de tal responsabilidad– se parecen a un asno cargado de escritos sapientísimos. ¡Qué vergonzosa comparación la de aquellos que negaron los signos de Allah! Allah no guía a los infames. (Corán, sura 67, aleya 5)

Es decir, los Banu Isra-il llevan actuando como asnos desde los tiempos del profeta Musa. ¿De qué nos pueden servir los libros, por muy sapientísimos que sean, si simplemente cargamos con ellos en vez de practicar la sabiduría que contienen?

Sin embargo, el verdadero problema de las bibliotecas es el valor añadido que damos a los libros que contienen. Por ejemplo, guardamos libros porque son de autores que han recibido algún prestigioso premio literario, o por sus bellas cubiertas, o por el papel que contienen, o por sus ilustraciones; o, simplemente, porque decoran espacios que de otra forma quedarían vacíos, muertos.

Por lo tanto, las bibliotecas deben ser periódicamente revisadas. El lector que realmente busca en los libros el conocimiento no debería acumular escritos por amor de acumular. Han pasado los años y nuestra biblioteca contiene 300 libros. Mas tras habernos acompañado su lectura durante esos años, caemos en la cuenta de que solamente 25 de ellos nos resultan «imprescindibles». Así pues, nos deshacemos de ellos. Los arrojamos a un contenedor de basura, o los vendemos, o los regalamos.

Siguen pasando los años y ahora nuestra biblioteca ha vuelto a engordarse y contiene 150 libros. Mas nuestra experiencia vital, intelectual y espiritual nos lleva a entender que solo debemos guardar 15 de estos libros. Y es posible que al final de la vida nuestra biblioteca no contenga más de 4 o 5 libros. Es lo que habrá quedado tras un profundo proceso de discriminación.

La función de los libros no es la de decorar una pared o la de intoxicarnos con millones de datos e informaciones que, en última instancia, de poco nos sirven a la hora de comprender el sistema existencial en el que vivimos. Su función es la de actuar como un manual de instrucciones. Leemos los manuales que acompañan a diferentes aparatos o dispositivos para entender su funcionamiento de forma correcta; no como un pasatiempo, o para hacer frente a una noche de insomnio.

Por lo tanto, debe haber un continuo discernir entre los libros que actúan como un manual de instrucciones y los que solamente transportan segregaciones subjetivas de individuos que, generosamente, comparten con nosotros su confusión, sus desvaríos y su ignorancia. Fijémonos en la preocupación del autor por no haber leído libros en los que se habla de la evolución de las plumas o de las drogas que se utilizaban en el Tercer Reich. Y son, precisamente, este tipo de lecturas (y muchos otros) los que obnubilan nuestro entendimiento, los que nos impiden preocuparnos por lo que verdaderamente nos concierne. ¡Al diablo con las plumas y con el Tercer Reic! Lo que quiero saber es por qué existo y por qué voy a morir. ¿Por qué hay universo? ¿Qué me espera tras la muerte? ¿Quién ha diseñado todos estos elementos y fenómenos en los que pervivo?

Hazte esta simple pregunta: Si ardiesen todas las bibliotecas del mundo ¿en qué cambiaría tu vida? ¿Qué echarías de menos? ¿Qué aspecto de la existencia te resultaría ahora incomprensible? Nada cambiaría en tu vida, ni en la vida de tus semejantes, pues aparte de 4 o 5 libros, todo lo demás es paja, material inservible que se lleva el viento sin dejar rastro, sin dejar huella.

Analiza, pues, con detenimiento tu biblioteca y deja únicamente en ella los manuales de instrucciones.

¡Lee en el nombre de tu Señor, el que ha creado! Ha creado al hombre –insan– de un coágulo suspendido. ¡Lee que tu Señor es el Más Generoso! El que enseñó por medio del cálamo.

(Corán, sura 96, aleyas 1-4)