Se cierran fronteras, se cancelan vuelos, se prohíben reuniones multitudinarias, se colocan mascarillas… El hombre cree que es él quien controla su destino. Le complace pensar que es él quien elige. ¡Intolerable responsabilidad! Aduladora ignorancia con la que se deleita el hombre. Todo lo que es inesperado lo asigna a la casualidad –incluso así, siempre le queda una cierta dosis de reproche contra un Creador en el que no cree: “¡Vaya Dios que castiga tan cruelmente a Sus criaturas!” Prefiere el hombre de hoy la incoherencia de acusar a Dios, a la lógica conclusión de que todos los actos son la expresión de un plan universal, absoluto… bueno.
(34) Nadie sabe lo que le deparará el mañana ni en qué tierra morirá.
Qur-an 31 – Luqman
Sin embargo, no parece que el hombre de la calle pinte nada en el asunto de la pandemia. Antes bien, se mantiene en situación de espera, alelado, sin saber qué pensar ni qué hacer, aguardando a que alguien de una orden o despeje una incógnita. Todo viene del exterior, aunque el insista en que es libre y decide todos sus actos.
Hasta ahora le movía la cultura, las modas. Hoy, todo se ha detenido, y espera, espera órdenes, espera que le den cuerda o activen otra parte del programa. Este hombre de hoy no sabe a dónde dirigirse. Le da igual un sitio que otro –a donde le digan.
Tomamos precauciones para mitigar la ansiedad, pero sabemos que el destino tiene fechas exactas para cada uno de nosotros, finales, horas que no se atrasan ni se adelantan. Poco importa quién esté detrás de estas maquinaciones pandémicas ni cuáles sean sus objetivos. Estar elucubrando sobre el coronavirus es estar perdiendo el tiempo, es estar echando al fuego una oportunidad de oro para reflexionar sobre la vida superficial y frívola que llevábamos; una oportunidad para detener la actividad trepidante que nos consumía en el estrés y la obnubilación; una oportunidad para cambiar los valores que estábamos transmitiendo a nuestros hijos. Ahora, ante un posible contagio que podría arrojarnos en los brazos de la muerte, ¿qué es lo esencial? ¿Cuál es el verdadero sentido de la vida? Es tiempo de privacidad, de entrar en nuestro interior, de conocerlo, de conocernos. Es tiempo de felicidad, de paz, de dejar de correr tras quimeras que, una vez alcanzadas, no nos proporcionan, sino desilusión y desengaño.
No hay razón para estar preocupados. Nos pondrán una máscara de oxígeno y unos días más tarde despertaremos sobresaltados en medio de una geografía desconocida, inquietante. No éramos inmortales en este mundo de tierra, en este mundo terrenal. Ni siquiera esos días en el hospital con la máscara de oxígeno puesta lograron sacarnos del flujo desordenado de pensamientos que ocupaban nuestra desaprovechada consciencia. Todo ahora se ha detenido. Resulta tan fácil, desde el otro lado, entender nuestra existencia terrenal. Se trataba de una simple ecuación en la que la vida – más la indagación – más la consciencia tenían a la luz como denominador común.
Aún hay tiempo. Todavía no se ha encendido el piloto rojo que acompaña a tu nombre. Todavía puedes hacer que la ecuación dé positivo.