La selva cultural

La tecnología, como cualquier otra magia, busca siempre lo espectacular, seducir a través de lo sensacionalista, de lo aparatoso, como una forma de demostrar que el poder que la ha producido es grandioso, inimaginable.

Este hecho, esta artimaña, ya indica que el objetivo final de los productos tecnológicos es hacernos olvidar nuestro origen y sumirnos en el sopor que nos producen los encantamientos de los taumaturgos.

La tecnología quiere que perdamos el tiempo entretenidos en la fantasmagoría que despliega ante nuestros hechizados ojos. Todo parece real, excepto nosotros. El hombre desaparece como una entidad incompleta, defectuosa, frente a los robots y a las entidades virtuales dotadas de cuerpos que encarnan y manifiestan las proporciones más perfectas de cuantas se puedan imaginar. La tecnología nos devuelve al barro, nos entierra, nos ignora y muestra nuestra fealdad exhibiendo sus grandes logros de plásticos brillantes, metales relucientes, aristas redondeadas, cuerpos de acero vidriado… elementos que no generan sudor ni cualquier otro fluido; criaturas amorales, superiores, más allá del bien y del mal, más allá de todo Creador, surgidas de una extraña combinación molecular diseñada por la materia, que ahora se nos presenta como una entidad todopoderosa que almacena en su interior una enorme multiplicidad de proyectos.

Nadie sabe ya distinguir, separar, lo real de lo virtual. Las noticias interestelares nos llegan de la NASA y de Hollywood al mismo tiempo, mezcladas, superpuestas; fotos reales combinadas con representaciones artísticas, fotomontajes, manipulaciones informáticas. La tecnología sirve a unos y a otros para crear un mismo escenario en el que todos los actores hayan perdido la memoria –entidades sin pasado, teledirigidas hacia un futuro irreal, inexistente, pero deseado.

En la película Oblivion (Olvido) de Joseph Kosinski, estrenada en 2013, el protagonista, Jack Harper, logra entrar en la gigantesca estructura donde se encuentra el ordenador central que está controlando el universo y clonando a dos expilotos –el propio Jack y Victoria. Jack tiene en su mano una potente bomba y está dispuesto a activarla, aunque ello le suponga morir en la explosión. El ordenador se ha dado cuenta de las intenciones de Jack e intenta persuadirle de que abandone su plan. Le recuerda intimidatoriamente –“Yo te he creado, soy tu dios.” No deja de ser altamente significativo que incluso en este tipo de películas de ciencia ficción, totalmente ateas y materialistas, no puedan deshacerse del término y del concepto “dios”. Es decir, en el esquema general de la existencia se reconoce, aunque sea tácitamente, que siempre tiene que haber una fuente originadora, un dios, un principio superior capaz de crear, organizar, diseñar, planificar. En este caso es un ordenador, una máquina que ha adquirido un cierto grado de consciencia y desea perpetuarse indefinidamente haciendo que estos clones trabajen para ella y limpien el universo, los planetas, de elementos venenosos y hostiles a ella. Es su dios, su origen, su causa. ¿Cuál entonces es el origen del ser humano, de la vida, de este universo en el que existimos? Los científicos, mucho más sujetos al rigor argumental que los cineastas, guardan silencio. No saben, nadie sabe, quizás sabremos… No obstante, el desconocimiento de los orígenes no debe ser un obstáculo que nos impida ahondar en las especulaciones teóricas, las hipótesis… Así es como funciona la ciencia. Sus artilugios son incontestables. “¡Maldita sea! No sabemos cómo ocurrió, no sabemos cómo de la materia inerte se pasó a la vida, pero ahí tenéis los aviones supersónicos, los radares, los misiles, los teléfonos móviles… Internet.”

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Sin embargo, la actriz Ann Darrow prefiere permanecer en plena naturaleza sentada sobre la mano de King Kong. Aquel atardecer sobre la selva pintada de un rojo intenso; aquel silencio, aquella quietud… terminan por seducir a Ann. Estamos hartos de los artilugios tecnológicos. Queremos reducir la velocidad de nuestros viajes, de nuestra rutina. Queremos detenernos en cada atardecer y contemplar extasiados cómo la noche va cubriendo al día, imperceptiblemente. King representa la fitrah, la condición primigenia del ser humano, la conexión con la naturaleza, con la Órbita Divina. ¿Qué puede haber más civilizado que formar parte del atardecer, de la lluvia, del estruendo del mar? ¿Acaso llevar a pastar a los animales no es mantener y estimular el ritmo vital? Pero King Kong tiene que morir; Ann debe renunciar al sistema divino para volver a la selva urbana, la selva que ha creado el hombre para escapar de la fitrah, incapaz ya de maravillarse con el devenir natural, incapaz de armonizarse con el universo.

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Es el final. La fitrah y la cultura no pueden convivir juntos. La tecnología y el sistema divino se repelen. King desea vivir con Ann y Ann desea vivir con King, pero ambos saben que es imposible. Para ello, Ann debería renunciar a la selva urbana, a la tecnología urbana, a la cultura urbana. No puede. Se desgarra. Llora. Se lamenta… mientras King cae del rascacielos más alto de Nueva York. Abajo, le esperan los periodistas para fotografiar el gran acontecimiento. King ha sido vencido. Yace muerto a sus pies. La fitrah nunca más volverá a molestarles. Ann ha vuelto a su gente, a su cultura, pero ya nunca será igual. Cada día, cada noche, regresará a la selva, se sentará con King a contemplar el atardecer.

¿Cómo podría un joven de nuestro tiempo imaginarse un mundo sin “redes” –eléctricas, telefónicas, televisivas… sin la RED; sin un sistema planetario de interconexiones por el que viajar virtualmente y del que recibir la energía necesaria para ejecutar los programas inoculados en sus células? ¿Podrá imaginarse algo así? Debe resultarle sorprendente que sus padres crecieran sin laptops y sin internet; que sus abuelos abrieran los ojos a un mundo escuetamente radiofónico y que sus bisabuelos vivieran de forma muy parecida a como vivía la gente en el neolítico.

Es la desconexión del Relato Profético lo que les separa, definitivamente, del Sistema Divino, de la peregrinación al Centro, de la estructura narrativa y conceptual de la humanidad.

Este joven, convencido de que se encuentra mucho más cerca que sus ancestros de la cima del progreso y del conocimiento, no ha caído en la cuenta de su total incapacidad para descifrar la simbología que subyace en mitos y leyendas, para descubrir las conexiones y las derivaciones de las culturas y de los pueblos hasta llegar al origen e interpretar el patrón sobre el que se ha montado la trama existencial.

Este joven, aquel, todos, está encadenado a las redes y ha dejado de seguir las rutas de los antiguos; las rutas de la transmisión. Esa abigarrada escultura de cables ha borrado las huellas, que habían perdurado en la tierra y en el mar, al superponerse al entramado divino como un velo electrónico.

Este joven, estas nuevas generaciones, vive en una orfandad histórica que le desvincula del pasado y del flujo milenario portador de una verdadera identidad; al mismo tiempo, vive en una orfandad metafísica que no le ofrece otro recambio que los artilugios electrónicos y las drogas.

Vivimos esperanzados de que en algún lugar de este inútilmente descomunal universo encontraremos un día un planeta con unas cuantas briznas de hierba. ¿Qué harán allí esas briznas? ¿Acaso nos estarán esperando? Un viaje tan largo, tan costoso, tan arriesgado… para encontrar unas cuantas briznas de hierba, unos cuantos filamentos. ¿Es que no han visto los bosques que nos circundan por doquier, las selvas, los ríos, los mares, los océanos, la nieve? Es la desconexión la que produce este tipo de locura. El hombre lleva varias generaciones viviendo en mundos virtuales, anhelando lo que ya tiene, buscando lo que hace tiempo que ha encontrado en tal abundancia que le abruma su recuento.

Es la desconexión del Relato Profético, del Sistema Divino la que nos está volviendo locos, lo que nos está dejando sin memoria, sin pasado.

Es tiempo de volver a la selva, tiempo de sentarnos con King a contemplar el atardecer, la maravilla de la noche cubriendo al día.

(37) Tienen un signo en la noche, cuando hacemos que con ella termine el día y les cubra la oscuridad.

Qur-an 36 – Ya Sin

Un comentario sobre “La selva cultural

  1. Nos gustaría preguntar a los expertos ateos y hedonistas del mundo moderno, psicólogos, educadores, terapeutas, etc, ¿han visto la película King kong? ¿Qué les parece nuestra interpretación islámica de la misma? ¿Qué proponen ustedes, expertos, para mejorar las cosas, para reconducir a la podrida juventud occidental? ¿Más de lo mismo, más democracia, más libertad, más igualdad, más feminismo, más poliamor, más libre identificación sexual, más homosexualidad, más redes sociales, más ateísmo? Opinen.

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