Nada puede haber más mezquino que ver al hombre afanarse por realizar nuevos proyectos, poco importa el cariz de éstos, cuando se encuentra ya al final del camino. Ahí tenemos a Robert de Niro metido en un asunto inmobiliario de 250 millones de dólares, a sus 78 años. Y también tenemos a jubilados que se lanzan a esos viajes infructuosos, agotadores, de aeropuerto en aeropuerto, de hotel en hotel, de museo en museo… y por la noche a la discoteca, porque aún somos jóvenes, aún podemos empezar una nueva vida. ¿Quién sabe? Un romance casual, los hijos ya son mayores; se trata, en definitiva, de no morir.
Hay expertos que hablan de la inmortalidad como cosa hecha, a la vuelta de la esquina. Pero ¿es que no siente el hombre que vive prisionero en la cárcel de las limitaciones cuando él no aspira, sino al absoluto? ¿Por qué tiene miedo a pasar a la siguiente fase? ¿Por qué le aterra el conocer lo que tanto le intrigaba en la vida de este mundo? Tiene miedo porque de alguna forma sabe que habrá un juicio irrecusable, habrá rendición de cuentas. Intuye que la muerte no borrará sus acciones del registro existencial. Teme que no sea suficiente el bien que pueda alegar a su favor.
Ya ha muerto –un accidente de coche. Ni se enteró que pasaba a mejor vida, como se suele decir, pero en su caso fue un salto sin preparación previa. Hubo un sonido estridente y salió de la tierra, aturdido, en medio de una llanura inacabable; y allí, a donde alcanzaba la vista, un gigantesco muro. ¿Ese día, el que se le anunció tantas veces mientras vivía despreocupado en la Tierra, pensando que nunca llegaría, ha llegado. No se lo puede creer. “¿Qué demonios hago aquí? ¿Es esto una broma? ¿El efecto de una droga alucinógena?” Nadie la responde. Es el día del Araf, del muro separador, y presiente que nada bueno le va a ocurrir en este día.
Ve rostros ennegrecidos, desfigurados por el miedo, por la inevitabilidad de ese día. Se produce un cierto alboroto entre la multitud que espera su destino final y una voz despeja la duda que algunos albergaban como su última esperanza. “No hay vuelta. Vuestra Tierra ya ha sido cambiada. Vuestro pasado ha sido juzgado y sentenciado. Delante de vosotros tenéis únicamente el futuro.”
Nuestro hombre, el del accidente de coche, se acerca a uno de los guardianes que custodian esa parte del muro. “A mí no se me ha juzgado. No se ha presentado ninguna prueba contra mí.” El guardián le contesta, impávido: “No, tú te has juzgado a ti mismo. ¿Te acuerdas de cuando te reías de los que hablaban de este día? Todos os reíais. ‘Estas creencias tuyas son propias de los débiles. No seas retrógrado, únete al progreso. Estamos a punto de saltar a otras galaxias, de colonizar Marte. Ya hay una bandera en la Luna. Pronto habrá miles. El Universo es nuestro. Nosotros lo hemos creado. En algún momento del proceso existencial lo creamos y ahora estamos creando el Más Allá, la inmortalidad. Es un escenario portentoso y tú hablas de un supuesto juicio, de un día nefasto, en el que el hombre será juzgado. ¿Juzgado por quién? No hay más inteligencia que la nuestra. No seas necio. No seas crédulo.’ Nunca abriste el Corán porque te parecía un libro inútil. La religión, la creencia en este día les parecía a los filósofos, a los científicos, a los poderosos… leyendas de los antiguos. También a ti te lo parecía. Y como ves no ha quedado nadie que pueda echarte una mano, pues ellos mismos están muy preocupados por su propio destino.”
El hombre del accidente de coche se teme lo peor. Todo presagia un mal final. ”Me engañaron. Ellos eran más fuertes que yo, sabían más que yo. Y me aseguraron que todo iría bien.”
Su caso estaba más que sentenciado. Mas el guardián, quizás por aburrimiento, decide explicárselo. “Algunos de vosotros habéis creído que Dios tenía una familia con la que cenaba de vez en cuando. Habéis creído en el asesinato de Dios, en Su encarnación en carne humana. Y todo ello sin abrir vuestro libro, sin leerlo, sin analizarlo, sin buscar los manuscritos originales y aprender la lengua en la que estaban escritos. Habéis confiado en la autoridad de gente que no ha dejado de mentiros, de trastocar vuestra lógica. Y habéis creído en ellos porque os resultaba así más fácil la vida terrenal. Os han engañado porque queríais engañaros. Mas todo ha sido anotado en vuestros libros. También tu accidente estaba escrito. Y también estaba escrito que unos días antes alguien te hablase de este día. Comamos y bebamos, le dijiste. Y con esas palabras se colmó el vaso de la ira de tu Señor. Ahora estás solo, desnudo, como viniste al mundo, y pronto serás arrojado al fuego, un fuego en el que ni vivirás ni morirás.