22 de junio de 2020
No nos interesa demasiado lo que pudiera pensar, o sentir, este polímata suizo del siglo XVIII. Sin embargo, hay elementos en sus tratados que podemos utilizar como andamios para construir otro edificio diferente al suyo. También podríamos decir que se trata de una benigna posesión momentánea.
El hombre se le presenta a Rousseau como un ser insatisfecho, ya que sus deseos sobrepasan su capacidad de ejecución. No obstante, aquí deberíamos completar esta idea diciendo que no sólo van más allá de su poder de realización, sino que lo que el hombre desea es siempre algo incompleto. Incompleto en el sentido de que no alcanza la absolutez. En la naturaleza del hombre subyace un ardiente deseo de alcanzar el absoluto, de poseer algo, un sabor, un sentimiento, una idea… completamente. Y esta es la causa de su malestar continuo, que le lleva, erróneamente, a buscar, una y otra vez, otros elementos, pensando que éstos le harán feliz, completarán sus deseos. Este es el caso de Don Juan –a través de un cambio constante de mujer, de amante, alcanzará el absoluto femenino.
Rousseau proyecta la imagen del hombre como personaje o como criatura, como entidad independiente. En el primer caso, el hombre vive sus relaciones en modo filmación. En el segundo caso, desarrolla su subjetividad. En este sentido podemos decir que el pensamiento no es una producción subjetiva como pensaba Descartes o el propio Rousseau, sino una relación entre mi consciencia y algo que le llega de fuera analizado por las capacidades cognoscitivas. Por lo tanto, hay un trabajo interior, un taller, un ámbito poblado, un país, un territorio, un escenario que vamos poblando y desarrollando. Quizás deberíamos hablar de países más que de personalidades, de estudio de grabación y de receptores, como la radio o la TV. Los animales son actores puros en los que los conceptos de actor y realidad se han fundido. El hombre, por su autoconciencia o reflexión, puede entender que es actor, criatura, de forma que es capaz de imaginarse o aproximarse a la Realidad. Necesidad que el animal no tiene como no la tienen los personajes de una novela. Mas esta necesidad está conectada no con un proceso de conocimiento, que le es imposible al hombre, sino de felicidad, de individuación –separarse de la entidad “humano” e individualizarse hasta configurar un ser vivo único e irrepetible.
Al pienso luego existo de Descartes (cogito ergo sum) Rousseau plantea el siento luego existo. Lo que viene a ser lo mismo, relaciones. Ideas o sensaciones son formas diferentes de unir, de crear enlaces, conexiones. Buscamos la complementariedad, la banda, la comunidad, de la misma forma que los átomos buscan completar su órbita exterior con 8 electrones –el átomo de oxígeno, con 6 electrones en su última capa, explora el espacio hasta unirse con dos átomos de hidrógeno, que le ceden su único electrón, y formar así una molécula de agua H2O. En la complementariedad hay, pues, fecundación, hay vida –complementariedad también entre lo masculino y lo femenino; de nuevo hay fecundación, vida.
Sin embargo, el subjetivismo, y eso es algo que ya advirtió Rousseau, puede llevarnos a erigirnos en nuestro propio y único dios o, en el mejor de los casos, a ser nuestra única referencia –subjetivismo analizando subjetivismo. La ecuación así presentada resulta a todas luces inapropiada. Se intentará, pues, camuflarla, substituyendo el primer subjetivismo por el término “objetivismo”, o generando una nueva ecuación– naturaleza-cultura u otras (physis-nomos, naturaleza-ley). Pero esta oposición nos lleva a otra más arriesgada –moralidad-libertinaje, con la que Kant planteará uno de los problemas más perturbadores de la filosofía occidental: ¿Se puede exigir al hombre ser moralmente bueno sin una recompensa al final de tal esfuerzo? Contestar a esta pregunta con la honestidad que se le supone a un filósofo habría supuesto una ineludible vuelta a la religión –religión como sistema portador del concepto de Ajirah, del concepto de vida post-mortem, de juicio, de recompensa o castigo.
Decidieron crear la escuela de la duda (Dubio ergo sum), la escuela de la sospecha. Más aún, se trataba de mostrar la imposibilidad del objetivismo –incluso a la hora de hablar de sí mismo. Objetivismo imposible también a la hora de narrar la historia del alma.
El hombre insatisfecho
Debe haber, pues, una bien estudiada previsión, ahorros, por si tenemos que zurcir nuestro destino. Mas prever es lo contrario de lo que hacen las almas nobles. La previsión de la araña frente al vuelo libre de la mosca, frente a su sacrificio. Hay una desterritorialización física y también moral, cognoscitiva. La mosca cae en la tela de araña, que ya es en sí una trampa, y es devorada. Es el hombre asesinado, es el hombre de acción, el hombre noble por oposición al hombre contemplativo, el que espera a que caigan sus presas en la red que ha ido tejiendo mientras sermoneaba. Volvemos, pues, al hombre insatisfecho, el hombre que quiere perdurar a pesar de su insatisfacción.
Frente a la identificación universal de Rousseau, mejor lanzar una línea de fuga, preparar encuentros, bodas, capturas, salirse precisamente del flujo histórico, biológico –intimidad, pues, con el Creador.
El hombre natural de Rousseau representa la misma quimera que la del filósofo autodidacto –el subjetivismo en su grado más alto. El subjetivismo alejándonos de la realidad.
Rousseau plantea el mal como desigualdad, como el producto de una predestinación injusta. No se atreve a postular la posibilidad de un mal como fruto del libre albedrío –eso supondría otorgar al hombre demasiado poder. Opta por la paradoja (ver artículo XIII).
Rousseau desconcertado –otro filósofo nadando en una pecera.