La secuencia del confinamiento tuvo sus primicias hace más de medio siglo cuando las pequeñas tiendas de ultramarinos cerraban sus puertas ante la contundente aparición de los supermercados. La cálida vida social que se desarrollaba en torno a estos establecimientos tuvo que ceder ante la fría soledad del autoservicio. Pero, como siempre, tenía sus ventajas. Era mejor así –más limpio, más aséptico, más impersonal. ¿A quién realmente le importaban nuestros problemas familiares o financieros? ¿Al tendero de la esquina? Es más eficaz tomar antidepresivos o ir al psicólogo, y guardar nuestra intimidad.
Tardamos un tiempo en acostumbrarnos a esa ligera robotización, a esa uniformidad de movimientos. Mas, ahora, nos veíamos reflejados en las películas de Hollywood. También los protagonistas de aquellas producciones cinematográficas compraban en los supermercados y, a veces, se organizaba un tiroteo entre el cajero y los asaltantes, creando una cierta emoción entre los espectadores. Habíamos entrado de lleno en el mundo civilizado, progresista y tecnológico. Pero lo que no sabíamos, lo que ni siquiera podíamos intuir, eran las inevitables fases siguientes. Para nosotros se trataba de un fenómeno único, aislado, que venía a mejorar el sistema de compra. Mas para los diseñadores de órdenes mundiales, aquello era sólo el principio.
Tras los supermercados, llegaban los hipermercados. Ya no sólo ofrecían estos cubos gigantes comida o productos de limpieza, sino ropa, muebles, electrodomésticos. Ahora, nuestro mundo se limitaría a tres puntos –trabajo, casa, hipermercado. Estos cubos metálicos llenos de estanterías estaban refrigerados con sofisticados sistemas de aire acondicionado, amenizados con música relajante, y una voz metálica anunciaba las secciones en las que había sorprendentes ofertas. Realmente, el mundo estaba cambiando. Aquel universo ahora conocido y controlado por el hombre, aquellas promesas de bienestar se estaban haciendo realidad. Y, sin darnos cuenta, cada vez nos confinábamos más en circuitos cada vez más reducidos.
Sin embargo, esos tres puntos que hemos mencionado tenían ciertas deficiencias, pues dejaban libres ámbitos tan importantes como el deporte, el cine, los pubs, las discotecas, los restaurantes… Había, pues, que integrar todo eso en un mismo espacio. Habían nacido los MALL y, con ellos, una nueva fisonomía de las ciudades. Desaparecía el pequeño comercio y las calles se iban vaciando cada vez más –del trabajo, directamente al mall a comprar todo lo necesario. Ya nadie caminaba –habían desaparecido las tiendas, incluso los supermercados. Ahora el triángulo era perfectamente equilátero –trabajo, mall, casa… casa, mall… mall, trabajo, casa… Todas las posibilidades estaban a nuestro alcance –no hacía falta salir de ese circuito cerrado, de ese confinamiento voluntario.
Tampoco esta fase cerraba la secuencia. Dos elementos inusitados hacían su aparición casi simultáneamente –el teléfono móvil o celular y el internet. Los móviles tenían dos funciones principales que cumplir. Por una parte, nos hacían más inútiles, más inservibles; nos hacían perder reflejos, precisión, memoria. Por otra, iban configurando, junto con internet, un mundo online. Mas hacían falta más elementos que lograsen desconectarnos del exterior –programas mucho más sofisticados, programas interactivos, ordenadores con más potencia y memoria… Hacía falta Facebook, google con su YouTube. Más aún, hacía falta Amazon. Este triunvirato nos confinó todavía más. ¿Para qué ir a un mall a comprar… llenos de gente… a veces con el parking lleno? Un clic y nos llegarían a casa todos los productos que quisiéramos. Vida online.
Sin darnos cuenta, sin percibir el quiste en el que nos estábamos metiendo, fuimos aceptando todas las fases del confinamiento. Veíamos a nuestros hijos llegar del colegio y meterse en su habitación, sin tan siquiera saludar, y enchufarse al ordenador, al móvil… a mil artilugios que ahora configuraban su universo.
El confinamiento comenzó a ser total.
Había como un autismo en las jóvenes generaciones
del siglo XXI…
El confinamiento comenzó a ser total. Había como un autismo en las jóvenes generaciones del siglo XXI, una incapacidad de relacionarse con los demás, incluso sexualmente –ya no hacía falta, la pornografía resultaba más interesante y segura que el sexo… que el amor, que el compromiso, que la fidelidad… Las pantallas eran menos complicadas, exigían menos –un placer instantáneo, una reconfortante inconsciencia.
El C19 simplemente ha puesto de manifiesto el progresivo confinamiento al que nos hemos ido entregando voluntariamente. Ahora se trata de entrar en una nueva fase –educación online, fin de los viajes innecesarios. Y todos los viajes van a dejar de ser necesarios o incluso recomendables.
El hombre volverá a la matriz en la que permaneció los primeros meses de su vida. Una matriz protectora como el mundo que ha montado el director de Truman Show. Escuchemos lo que le dice a Truman cuando este se dispone a salir del mundo virtual que han creado para él: “Fuera hay lo mismo que aquí dentro. Pero en mi mundo estarás protegido y no te faltará de nada.”
Nietzsche, en cambio, pedía un animal, uno solo, capaz de elegir.