¿Qué transcendemos con la meditación?

Quizás se trate de una mala comprensión etimológica. Ya se sabe que hoy de lo que más se carece es de rigor. Iniciamos discusiones sin delimitar las referencias que se van a utilizar para apuntalar los argumentos que surjan; nos referimos a libros sin mencionar sus títulos ni autores; citamos de memoria exigiendo que el contrincante acepte la exactitud del texto… Son tiempos sin responsabilidad intelectual, sin tribunales que puedan juzgar la honestidad y pulcritud de una posición ideológica cualquiera. Estamos solos, a la deriva, sin rumbo… y a todos parece bien que así sea. Es un mundo infantil en el que lo único que se busca es que nos dejen hacer lo que en cada momento más nos apetezca.

Esta falta absoluta de rigor es la que mantiene al discurso transcendental, que va pasando de mano en mano hasta llegar a los ejecutivos de poderosos consorcios financieros suizos o norteamericanos. Todos ellos intentan transcender el miserable mundo en el que viven. Una tarea, empero, imposible, anti ontológica.

La meditación es siempre chamánica porque busca la transcendencia, busca huir del aburrimiento, de la mera comprensión intelectual de los fenómenos. Es lo mismo que propone la astrofísica, una nueva forma de chamanismo, huir de la Tierra y transcenderla, buscar la emoción fuera de ella, en otra galaxia. Pero tanto el chamanismo como la meditación transcendental son productos del ateísmo, son la gran ironía del ateísmo –después de negar la transcendencia, la deidad, comienzan a buscarla a través de la meditación y de las drogas, siguiendo métodos científicos:

La psilocibina ‘marcadamente’ aumenta los sentimientos de auto trascendencia durante la meditación.
   En un nuevo estudio, publicado en Nature Scientific Reports el 24 de octubre, investigadores del Hospital Universitario de Psiquiatría de Zúrich dieron a unos de los 40 participantes en un retiro de meditación transcendental una dosis de psilocibina, el ingrediente alucinógeno en una variedad de hongos, y a otros un placebo.
   «La psilocibina aumentó notablemente la incidencia e intensidad de la auto trascendencia sin producir, prácticamente, ansiedad en comparación con los participantes que recibieron el placebo», comentó Lukasz Smigielski sobre los hallazgos de su equipo.

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La palabra «trascendencia» viene del latín transcendentia y significa «cualidad que está más allá de los límites naturales». Es decir, de la normalidad, de lo que es aprehensible, de los síntomas, del conjunto de cualidades manifestadas, actualizadas. Kant la asociaba con el término griego noúmeno –νοούμενoν noúmenon: «lo pensado» o «lo que se pretende decir», y la definía como la condición de ser inaccesible a toda experiencia posible. Y, por lo tanto, la contraponía al fenómeno, en tanto que la única imagen de la realidad que nos es posible reconocer y situar en un contexto comprensible. En este sentido, el Profeta Muhammad (s.a.s) recomendaba a sus compañeros que no pensasen en Allah, sino en Su creación; es decir, en los fenómenos tal y como son aprehendidos por las capacidades cognoscitivas del hombre. Esos fenómenos no constituyen “toda” la creación, “toda” la realidad, sino la parte que está afinada con nuestro intelecto y nuestra intuición en el momento existencial que estamos viviendo.

Sin embargo, tanto Kant como el resto de los filósofos obvia el viaje existencial del ser humano y los cambios que en cada fase de ese viaje experimenta el cuerpo, el soporte, de la nafs, del “sí mismo” y su ampliación cognoscitiva.

Hay en ese intento de transcender la condición humana tal y como se manifiesta en la vida de este mundo, un problema de apresuramiento –el hombre quiere experimentar en esta fase lo que es propia de las siguientes, y eso le lleva a una devastadora ansiedad. Lejos de proporcionarnos “la paz”, la meditación transcendental nos produce un insoportable estrés que ni la psilocibina ni ninguna otra substancia puede aliviar.

El ateísmo nos ha despojado, precisamente, de la transcendencia, del viaje transcendental, que continúa más allá de la muerte. No tenemos, nos asegura, más de 80 años para experimentar sensaciones psicodélicas, para disfrutar de la riqueza, del sexo… ¿Cómo? ¿Cómo se puede experimentar todo eso en un mundo sujeto a la enfermedad, a las guerras, a los accidentes… a la muerte? ¿Será entonces la meditación con psilocibina la solución para satisfacer nuestras más profundas aspiraciones? Queremos la inmortalidad, la felicidad, el absoluto; queremos experimentar la realidad más allá de nuestra limitada subjetividad; queremos saborear el verdadero vino, la verdadera miel; queremos besar “la piel”, deleitarnos con los frutos reales, experimentar el frescor del agua sobre nuestro cuerpo del Jardín.

(25) A los que creen y actúan con rectitud dales la buena nueva de Jardines por donde fluyen ríos. Cada vez que de ellos se les ofrezcan frutos dirán: “Así eran los que comíamos antes.” Mas sólo tendrán su apariencia.
Qur-an 2 – al Baqarah

Todas estas delicias son las que los ateos nos han arrebatado, los estúpidos y mediocres ateos con sus discursos “científicos”, con sus promesas de que a no mucho faltar encontraremos ríos secos y vapor de agua en algún planeta a 100 millones de años luz de la Tierra. Quizás haya vida. ¿No es fascinante? ¡Ojalá mueran todos de sobredosis de psilocibina, de sobredosis de meditación!

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Cada fase de las nafs humanas conlleva un cuerpo y una configuración genética determinados. Son programas diferentes con funciones diferentes. La impaciencia es nuestro peor enemigo, pues nos lleva a desear la configuración y el cuerpo de otra fase del viaje existencial sin entender que, de ser posible, esa transvasación ontológica nos destruiría, como nos destruiría la evolución si esa hubiese sido la forma en la que hubiesen sido originados los seres vivos. Cada estadio tiene su ADN, cada célula, cada especie… Es un viaje existencial, un camino de inmortalidad que vamos construyendo fase a fase. La forma de vida que adoptemos en una de ellas determinará la forma de vida que adoptemos en la siguiente –somos hijos de nuestras propias obras.

Cualquier transcendencia que intentemos alcanzar, cualquier alteración del estado natural de cosas en la fase que denominamos “la vida de este mundo”, cualquier modificación genética, cualquier cambio de valores que afecte a la fitrah, al molde en el que ha sido creado el hombre, nos llevará a la perdición, a la ansiedad, a la desesperación… que trataremos de subsanar con drogas, con psilocibina, para sentir que hemos transcendido la cosmogonía NASA, la detestable cosmogonía atea a la que tan fuertemente estamos adheridos.

2 comentarios sobre “¿Qué transcendemos con la meditación?

  1. Los chamanes están de enhorabuena, cada vez hay más desquiciados por haber llevado una vida degenerada en occidente a los que venderles sus experiencias alucinógenas. Bonita forma de evadirse de los estragos de varias décadas de azote ateo y democrático.

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