Es lo mismo que observamos al contemplar, por ejemplo, una máquina rotativa de imprimir periódicos. Lo que vemos es un mecanismo capaz de realizar funciones inteligentes a una velocidad y con una precisión admirables. Sin embargo, no vemos en ninguna de las piezas que lo componen el menor signo de inteligencia. Esa aparente contradicción –el hecho de que un conjunto de trozos de metal y de caucho lleven a cabo una actividad inteligente– nos lleva a concluir de forma irreductible que un agente externo, ajeno a ese mecanismo y a los materiales de los que está fabricado, ha tenido que diseñarlo y producirlo. Y ello para obtener un resultado concreto.
La pregunta, entonces, es ¿por qué en el caso del mecanismo “naturaleza” prescindimos de ese agente externo, inteligente, que la ha diseñado y ha hecho que se manifieste en un ámbito ontológico determinado?
No descartamos la posibilidad de que en algunos casos los científicos operen desde una ceguera cognitiva patológica. Tan absorbidos están por sus estudios universitarios, por sus lucrativos puestos de trabajo, que no logran ver la realidad tal y como es, tal y como se nos presenta de forma clara, diáfana… coherente. Mas en la mayoría de los casos los científicos operan desde el encubrimiento para apuntalar una cosmología materialista, en la que no haga falta este agente y todo pueda explicarse de forma racional, matemática, química… Sin embargo, lo que leemos en sus artículos, una y otra vez, es la descripción de un fracaso, lo que les obliga a posponer la teoría definitiva a un futuro remoto e incierto. Y de esta forma impiden que la verdadera explicación pueda formularse y divulgarse.
Numerosos investigadores siguen buscando el origen del agua que llena los océanos y los mares de la Tierra. Y, sin embargo, hablan sin el menor pudor de cuándo, dónde y cómo se originó el universo; cuentan galaxias; hablan de la composición química de éste o de aquél planeta situados a más de 100 millones de años luz de la Tierra. Mas no saben cómo se produjo el agua en la que se bañan, de la que beben, con la que riegan las plantas del salón, en la que navegan enormes embarcaciones…
En un reciente artículo Neil Larsen repasaba los últimos estudios sobre la aparición del agua en la Tierra, estudios tan disparatados como los que pululan sobre la extinción de los dinosaurios. Como ya lo hemos comentado más de una vez, la gran estrella de la astrofísica y de la biología son los meteoritos. Ellos fueron la causa de que se extinguieran los dinosaurios y buena parte de las especies que había en la Tierra hace 60 millones de años.
Ahora, el agua que llena nuestros océanos y mares habría sido transportada por estos objetos voladores, aunque los propios investigadores reconocen que habrían hecho falta una ingente cantidad de meteoritos bombardeando la Tierra hasta llenarla de agua. Entonces, concluyen, quizás el agua formaba parte de los «bloques de construcción» de la Tierra. No sabíamos que la Tierra se hubiera «construido», en vez de haberse formado. También nos resulta perturbador el término «bloques».
Mas aquí lo que más interesa resaltar es el hecho de que en una misma investigación y al mismo tiempo se presentan dos opciones opuestas –el agua vino de fuera o el agua es un constituyente de la propia estructura terrestre. ¡Para qué preguntarles de dónde viene la sal que satura las aguas oceánicas, aunque no las fluviales!
Parece que estos astrofísicos se sienten más cómodos analizando fenómenos a años luz de sus telescopios. Y, sin embargo, tienen la clave delante de sus apinochadas narices; y no la ven; no la entienden.
Neil comienza su artículo recordándonos que todas las civilizaciones pasadas coinciden en describir el origen del universo como la reunión de aguas primordiales:
En los mitos de la creación de muchas culturas, desde la antigua Mesopotamia hasta el Libro del Génesis, desde los inuit del norte congelado hasta el pueblo Kuba del Congo, el mundo comenzó con las aguas primordiales sin forma. A menudo están asociadas con el caos y el desorden, de los que emergen la tierra seca, el orden y la vida, con la ayuda de un dios creador.
Esta misma idea se menciona en diversas aleyas coránicas. En el principio, pues, era el agua. Y antes –el humo.
Luego se dirigió al Cielo, que era humo. (Corán, sura 41, aleya 11)
Una masa gaseosa, productora de esas aguas primordiales.
Y eso es todo. Eso es lo único que tenemos –agua; un agua capaz de presentarse en una infinidad de estados, de estructuras; y de la que surgirá no solo la vida, sino la materia que flotará en el espacio, en esa agua, en forma de astros, de cuerpos celestes.
Por lo tanto, los términos de la ecuación que nos presenta la astrofísica están colocados en el orden inverso, pues, primero fue el agua y después la sílice. Todo lo que constituye la materia del universo está en el agua y se ha formado a partir del agua.
Es Él quien ha creado la noche y el día, el Sol y la Luna. Todos nadan en su propia órbita. (Corán, sura 21, aleya 33)
De ninguna forma puede el Sol dar alcance a la Luna ni la noche puede adelantarse al día. Todos nadan en sus órbitas. (Corán, sura 36, aleya 40)
El término árabe utilizado en estas aleyas es «yasbahuna», tiempo presente del verbo «sabaha» –que significa «nadar», es decir flotar y moverse. Todo está en el agua y el agua es el constituyente de todas las cosas.
Y este mismo diseño cósmico lo vemos reproducido en la célula, en la que todos sus organelos nadan –flotan y se mueven– en la masa acuosa del citoplasma. Y en esa agua primordial está el núcleo, y en el núcleo el ADN con información e instrucciones precisas.
Es Él Quien ha creado los Cielos y la Tierra en seis días, y ha establecido Su Arsh(centro de control) sobre el agua. (Corán, sura 11, aleya 7)
El término árabe «arsh» hace referencia a un tipo de construcción circular y abovedada, como un quiosco –una descripción que podríamos utilizar en el caso del núcleo celular; el mismo patrón, pues, la misma plantilla; el mismo diseño en el macrocosmos y en el microcosmos. Y todo ello sobre el agua. Todo ello –agua.
Al final de su artículo Neil concluye:
Por lo tanto, parece que los mitos de la creación pueden haber tenido la idea correcta todo el tiempo.