La ciencia retrocede 3000 años.

No perdamos de vista el hecho de que los efectos especiales suplantan a la realidad, generando escenarios virtuales e imposibles. Lo que desmanteló esos escenarios e hizo saltar en pedazos los laboratorios con todos sus artilugios fue la irreductible observación de Fred Hoyle: “La probabilidad de que la vida haya surgido espontáneamente en la Tierra equivaldría a decir que un tornado habría barrido una chatarrería, dando como resultado el ensamblaje completo de un Boeing 747.”

Aquella impecable descripción de la necedad que implica atribuir a la casualidad el origen de la vida, un mecanismo infinitamente más complicado que el ensamblaje de un avión, produjo un desmayo general en la curia científica. Ya nadie podía seguir utilizando el argumento de la casualidad para explicar la aparición de la vida en la Tierra o de cualquier otro fenómeno. Sin embargo, aquel descubrimiento, por otra parte, tan lógico y evidente como el de no atribuir a la casualidad la existencia de los ordenadores, no hizo que los miembros de la casta científica se convirtieran, de un solo golpe, en creyentes, se postrasen y declarasen con lágrimas en los ojos: “En verdad que no has creado todo esto en vano.”

Muy al contrario, creció su altivez y su soberbia. Muchos de estos científicos se apresuraron a matizar las palabras de Hoyle, alegando que el hecho de haber descartado la casualidad como el origen y la causa de la vida, no implicaba “necesariamente” la existencia de un agente externo, de un dios, de Dios. Sin duda, argüían, que la materia posee características que todavía son desconocidas. Y de esta forma se proyectaba la solución del problema a un futuro indefinido, en el que la ciencia y sus acólitos encontrarían la respuesta a esta paradoja sin necesidad del odioso concepto de Dios. ¿Por qué les resultaba tan insoportable la idea de un diseñador, de un creador? Por la simple razón de que aceptar esta idea equivaldría, de facto, a quedar desbancados del alto rango que ostentan los científicos. En este caso habría que volver a la filosofía, peor aún –a la religión, aunque fuesen religiones chamánicas.

Y, sin embargo, y para su desmayo, eso es lo que está sucediendo en el ámbito científico, en todos sus aspectos. “La física ha entrado en crisis,” rezaba el titular de un artículo aparecido en Big Think, en el que se analizaban las conclusiones a las que había llegado el físico teórico Heinrich Päs, expuestas en su último libro “The One: How an Ancient Idea Holds the Future of Physics” (El uno: de cómo el futuro de la física depende de una antigua idea):

La cosmología cuántica implica que la capa fundamental de la realidad no está hecha de partículas ni de pequeños objetos unidimensionales que vibran conocidos como «cuerdas», sino del universo mismo, entendido no como la suma de las cosas que lo componen, sino como una unidad que lo abarca todo. Esta noción de que “todo es Uno” tiene el potencial de salvar el alma de la ciencia: la convicción de que existe una realidad única, comprensible y fundamental. Una vez que este argumento se imponga, dará un vuelco a nuestra búsqueda de una teoría del todo, para construir sobre la cosmología cuántica en lugar de la física de partículas o la teoría de cuerdas (actualmente el candidato más popular para una teoría cuántica de la gravitación). Tal concepto implica además la necesidad de comprender cómo es posible que experimentemos el mundo como muchas cosas si todo es «Uno». Esto está garantizado por un proceso conocido como «decoherencia», que es esencial para prácticamente cualquier rama de la física moderna. La decoherencia es el agente que protege nuestra experiencia de la vida diaria de demasiadas rarezas cuánticas, resaltando el principio de Heráclito: «de Uno, todo lo demás».

No es recomendable sustentar en Heráclito (apodado el Oscuro) una nueva y desesperada teoría cuántica, pues ni siquiera sabemos si existió un filósofo, un personaje histórico con este nombre, que habría vivido en Éfeso hace unos 3000 años, pero si lo que pretende Päs es dar un cierto prestigio histórico a su nueva teoría de “todo es Uno y Uno es todo” –tenemos otras propuestas que ofrecerle.

Mas antes de ver mejores opciones que la presocrática, recomendamos a Päs que revise mejor los postulados de la filosofía de Heráclito y la de su colega Parménides, que en muchos casos y de forma errónea, se le considera su oponente. Es obvio que ambos han oído campanas, campanas proféticas, pero no saben a ciencia cierta de dónde provienen. Hay, pues, una mezcla chamánica de conceptos correctos con ideas e interpretaciones erróneas, incluso contradictorias.

La palabra “logos” de Heráclito es un término comprensible si lo hacemos derivar del árabe “luga”, que significa “palabra”, “idioma”, “voz”, “sonido modulado” … en última instancia “vibración”, pero también “nombre”, “concepto”. Y, por tanto, el “logos” heracliano no es una ley –como él pensaba– sino el poder creador de ese Uno; el poder creador o el proceso por el cual de la unidad absoluta –tawhid– surge la multiplicidad.

Y estas campanas proféticas están por doquier. Suenan en el Génesis:

Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. (Génesis 1:3)

Y suenan en Juan:

En el principio era el verbo, y el verbo era con Dios, y el verbo era Dios. Éste era en el principio con Dios. Todas las cosas por él eran hechas y sin él, nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. (Juan 1:1-3)

En el Corán, el poder creador de la palabra, de nombrar algo con la vibración precisa, se expresa de forma más explícita:

Dio origena los Cielos y a la Tierra. Cuando decide un asunto, Le basta con decirle “¡Sé!” Y es. (Corán, sura 2, aleya 117)

Sin embargo, el punto más conflictivo en Heráclito y, por supuesto, en Päs, sigue siendo la naturaleza de ese “Uno”. La propia fórmula –todo es Uno y Uno es todo– podría llevarnos al panteísmo, teoría que algunos comentaristas atribuyen a Heráclito. Sin duda, se trata de una mala interpretación de su filosofía, pues el panteísmo anula el concepto de “Uno”, ya que éste desaparece al transformarse en multiplicidad. El panteísmo es, pues, una aberración ontológica, pues el “Uno” no es parte del “todo”, sino que es exterior y ajeno a él. Surge de él este “todo”, mas el “Uno” nada que ver tiene con ese “todo”.

Cuando imaginamos y visualizamos con ojos cerrados una historia, nosotros no podemos entrar en ella, formar parte de ella, pues nuestra naturaleza es ontológicamente diferente de la naturaleza de los personajes que nosotros mismos hemos creado. No hay panteísmo, pues. Hay un creador independiente de su creación.

Quizás Päs se sienta atraído a concluir que la formulación de Heráclito nos lleva al panteísmo –Dios está en el “todo” y el “todo” es Dios. O quizás todo quede en un conjunto de efectos especiales teóricos –Heráclito, la filosofía, la metafísica, un cosmos cuántico… para acabar encogiéndonos de hombros o declarando en voz baja “en verdad que solo sabemos que no sabemos nada”. Y vuelta a empezar.

La ciencia, la física, el propio Päs, se enfrentan a dos problemas fundamentales por resolver: la física cuántica y qué o quién es ese “Uno” que abarca todas las cosas, todo el universo. El primero, la física cuántica, es relativamente fácil de comprender si nos colocamos en la perspectiva adecuada. El cuantum es otra teoría que los científicos occidentales han tomado prestada de la filosofía griega. Ya antes, cuando formulaban los postulados de la física general, su teoría reduccionista –como apunta Päs, lo hacían siguiendo las observaciones de Demócrito, quien había deducido la existencia de una partícula extremadamente pequeña, invisible, y que era el constituyente de todas las cosas.

Ahora, esa teoría se desintegra al querer unificarla con la de la física cuántica, algo que es imposible e innecesario si entendemos que en todos los mecanismos, también en el universo, existen dos sistemas: el operativo y el funcional. El operativo es el que hace que el funcional pueda manifestarse, pueda utilizarse, pueda ser comprensible para el usuario.

Tomemos el símil del ordenador. Tenemos un sistema funcional –pantalla, teclado con diferentes funciones, ratón; y dentro de la carcasa tenemos el sistema operativo que permite que pueda utilizarse el sistema funcional. Sabemos que existe, pero no lo entendemos. No podemos escribir textos, realizar diseños gráficos o visualizar vídeos manipulando el sistema operativo. Cuando retiramos la carcasa, lo que vemos es una complicada y extraña arquitectura. No podemos servirnos de ella. Tenemos que taparla y utilizar el sistema funcional.

Ahora, los científicos han descubierto, por fin, que hay un sistema operativo que hace que se manifieste el universo y la multiplicidad que contiene. Lo llaman física cuántica o mecánica cuántica. Quizás mañana descubran que todavía hay sistemas más profundos, más incompresibles que esa física y esa mecánica. No importa el nombre que le demos al sistema operativo. Permanecerá impenetrable para siempre.

Sin embargo, podemos mejorar nuestro conocimiento y utilización del sistema funcional. Podemos aprender a escribir con más rapidez en el teclado y a conocer mejor sus funciones. Cada día aparece nuevo input, nuevos programas que podemos utilizar desde el sistema funcional. Deberíamos volver a la ingeniería mecánica y abandonar el fuego al que Heráclito consideraba dios, sin entender que el fuego es constituyente de los yin, no de los hombres, que somos de barro, de tierra y agua; de humedad.

El segundo problema con el que tendrá que enfrentarse Päs es el de comprender y explicar la naturaleza de ese “Uno”. Ya hemos dicho que servirse del postulado panteísta sería un desastre, pues implicaría la desaparición del “Uno”, diluido en la multiplicidad. Mas si Päs logra alejarse del panteísmo, ¿cómo podrá explicar en qué consiste ese “Uno”? ¿Dentro de qué física podrá encuadrarlo? Por lo tanto, necesitará de un elemento que en vano buscará en la ciencia o en la filosofía occidentales –la consciencia.

Heráclito habla de los opuestos. Mas esos opuestos –masculino/femenino; luz/oscuridad; húmedo/seco; frío/calor… son elementos que forman el dinamismo dentro de la creación, dentro de la multiplicidad. Mas la creación en sí, el universo sigue la dinámica del vaivén –un patrón que vemos manifestado también en la naturaleza de las cosas y de los seres vivos. Los dos elementos del vaivén no son opuestos, sino necesarios. La existencia de uno exige la existencia del otro. La inspiración exige que haya expiración, y la expiración, a su vez, necesita de la inspiración. Y ese vaivén es el que mantiene la respiración, y, por lo tanto, la vida. Y el mismo vaivén vemos en el movimiento del corazón: sístole/diástole.

Mas el vaivén que mejor representa al vaivén creacionista es el de la vigilia y el sueño profundo. Vigilia significa multiplicidad, manifestación. En este caso la consciencia observa millones de objetos, colores, matices… lo que permite que se pongan en funcionamiento las capacidades cognitivas –memoria, imaginación, pensamiento, reflexión. Y a todo ello lo llamamos “la realidad”. Como diría Parménides, algo que es y que, por lo tanto, no puede dejar de ser.

Sin embargo, nuestra experiencia casi cotidiana desmiente este aforismo. Llega la noche y caemos en un sueño profundo. Y todo eso que era, toda esa multiplicidad –desaparece. E incluso desaparece nuestra propia identidad. Todo ha sido absorbido por la consciencia y, por lo tanto, ésta ya no tiene nada que observar. Y, sin embargo, no está vacía. Algo persiste. Algo está allí, observado por la consciencia. Algo que no tiene forma, ni nombre, ni cualidades, y que, sin embargo, es lo más real que existe. Es lo único real.

Despertamos del sueño profundo y de nuevo se manifiesta la multiplicidad que la consciencia observa. Y ese “algo” queda atrás, en otro plano de la consciencia, casi olvidado, casi imperceptible, pues la multiplicidad absorbe nuestra atención, llena toda nuestra consciencia.

Fijémonos ahora en esta aleya del Corán:

No invoques a otro ilah (dios) con Allah. No hay ilah, sino Él. Todo perecerá, excepto Su Faz. Suyo es el juicio. A Él habréis de volver. (Corán, sura 28, aleya 88)

En el sueño profundo todo desaparece, excepto la consciencia, donde se encuentran en potencia todas las posibilidades, todos los elementos. Aquí “Faz” simboliza la unidad, el Uno, la consciencia en la que todo existe sin tiempo y sin espacio. Es el sueño profundo. Y de ese Uno, de ese vaivén constante, surgirá la multiplicidad, una nueva creación, un nuevo universo, manifestado a través de un sistema operativo.

Caer, pues, en el panteísmo o en un universo sin un agente externo, sin una consciencia absoluta y eterna que ha hecho que se manifieste, hará que Päs, los filósofos y los científicos sigan haciendo girar la rueda del molino.

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