Función, espacio, tiempo… o de la nefasta alteración del orden existencial

Estamos presenciando desde hace ya algunas décadas la puesta en práctica –sobre todo a nivel biológico, genético– de un viejo sueño que, por no remontarnos a una conflictiva antigüedad enmarcada en una cronología a veces disparatada, comenzó a insinuarse a veces abiertamente en la Edad Media, y a veces de forma clandestina en el Renacimiento. Y de esta forma la alquimia no ha dejado de azuzar la mente de los rebeldes. Mezclada con simbolismos y fórmulas químicas, era capaz –supuestamente– de presentar una nueva cosmología en la que, de la misma forma que todas las substancias, metales o no, podían convertirse en oro, transformarse modificando su estructura atómica, asimismo podrían los alquimistas modificar, a su capricho, la configuración del ser humano.

“Al-quimia” es un término árabe que hace referencia al sistema divino de creación –interacción de elementos intercambiables. Los átomos se “buscan” para dar y recibir electrones que completen su órbita exterior hasta llenarla con ocho de estas partículas o eliminarla. El ejemplo más sobrecogedor lo tenemos en el agua, constituida por moléculas de hidrógeno y oxígeno. El hidrógeno es el elemento químico más extraordinario e inclasificable –es el impar por excelencia, con un solo protón en su núcleo y un único electrón circunvalándolo. Por otra parte, tenemos el oxígeno, con ocho electrones, de los cuales únicamente seis están en su capa más exterior. En su “necesidad” de alcanzar la configuración atómica perfecta, el oxígeno “buscará” recibir dos electrones que lo completen. Es una búsqueda primordial, básica en la creación del universo. Por lo tanto, el poder creador del Altísimo dirigirá estos átomos al encuentro de los átomos de hidrógeno, haciendo que cada átomo de oxígeno se una a dos átomos de hidrógeno, originando así el elemento madre del que surgirán todos los seres vivos y el que acompañará y configurará al resto de los componentes del universo.

Ha habido fecundación, vida, pues la función, el espacio y el tiempo se han conjugado en estas dos substancias y se ha producido el agua. Cualquier tipo de imprecisión en este proceso habría sido catastrófico. El universo seguiría siendo un espacio informe lleno de humo, lleno de gases –como fue en un principio, antes de que los átomos de hidrógeno y de oxígeno se uniesen, cumpliesen con su función en el espacio y en el tiempo requeridos.

Luego se dirigió al cielo, que era humo. (Corán, sura 41, aleya 11)

Y este mismo sistema, este mismo patrón se encuentra repetido en la configuración interna de los seres vivos, en las secuencias de genes, bloques de información que contienen instrucciones precisas. Si uno de estos genes no cumpliese con su función en el espacio y en el tiempo que le han sido asignados, se producirían en este organismo algún tipo de anomalías. La función de la célula es la de fabricar, generar; pero también la de morir. Y esta muerte tiene lugar sin que haya una razón biológica objetiva, predecible. Por ello, se ha denominado este fenómeno “suicidio celular” –algo, quizás alguna enzima, le ordena a la célula “suicidarse”. Y ésta, todas ellas, acatan esta orden y se “suicidan” –mueren.

Sin embargo, cuando por alguna razón, hasta ahora inexplicable, un conjunto de células se “rebela”, abandona su función de morir en el tiempo prescrito, se producirá cáncer; y un tiempo después habrá metástasis, pues estas células no solo habrán incumplido con su función en el tiempo adecuado, sino que también se irán desplazando de su lugar originario hacia otros órganos, corrompiendo todo el organismo y matándolo al final del proceso.

Ahora deberemos llevar este patrón a las sociedades humanas, pues se trata de una misma configuración –átomos, genes, individuos; elementos intercambiables interactuando entre sí, relacionándose, reproduciéndose dentro de una diversidad infinita. Y también en las sociedades humanas, en sus elementos encontramos la misma estructura –función, tiempo, espacio.

Cuando por efecto de la rebeldía estos individuos no cumplen con su función en el tiempo y en el espacio prescritos, se producirá un tipo de cáncer que se irá extendiendo por toda la sociedad, corrompiéndola hasta aniquilarla y no dejar ni una sola célula viva. Función, espacio, tiempo actúa como un mecanismo que mantiene vivos a todos los elementos, a todos los órganos, a todas las moléculas que componen el universo, la existencia, la vida. No es una estructura que nosotros hayamos creado –producto de nuestra reflexión. Es algo inherente a esta creación. No podemos cambiarla; mucho menos –eliminarla, pero sí podemos rebelarnos contra ella. Y entonces estaremos propiciando la aparición del cáncer, de la descomposición y de la degradación.

No resulta difícil hoy observar en nuestras sociedades las nefastas consecuencias de esta rebeldía. Hay un auténtico desajuste de funciones; y nada ni nadie se encuentra ya en el espacio y en el tiempo propicios –homosexualidad, lesbianismo, transgenerismo, delincuencia, prostitución, drogadicción, suicidio, locura, destrucción de las células familiares… son algunos de los síntomas que nos alertan de una metástasis galopante.

La cura para este cáncer no es la quimioterapia ni la ingestión de cualquier otro fármaco. La única cura posible es la de volver a la función, al espacio y al tiempo que deben prevalecer para que haya armonía, para que haya afinamiento… para que haya salud.

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