Es inevitable que el mal tenga mala opinión del bien

Los dos primeros caminos, el del bien y el del mal, que conformaban la bifurcación existencial se han ramificado hasta convertirse en un auténtico rizoma. Las líneas se entrecruzan y los campos se desmarcan hasta tomar la apariencia de un laberinto. No sabemos dónde estamos con exactitud. Es decir, estamos perdidos.

Abandonemos, pues, este escenario de apariencias y busquemos la respuesta a esta simple pregunta: ¿Cuál puede ser la trama que mueve la vida en este mundo? Habrá muchos que digan: “No hay trama. La historia es una sucesión caótica, contradictoria, imprevisible, de sucesos.” No hay de qué extrañarse, pues lo mismo han dicho sobre la aleatoriedad del Universo –un día, aún no computado en el tiempo, comenzó a existir, expandiéndose, el cosmos. Y ello sin que importe por qué, para qué, qué había antes.

Por lo tanto, el mal ha logrado convencer al bien de su equivocada forma de ver las cosas. Mas el bien se siente mal, pues su objetividad le indica una creación basada en patrones, con todos sus elementes interactuando para lograr el objetivo final, la función final, el sentido.

El bien no ve casualidad, sino un perfecto, armonioso y detallado plan, en el que el hombre es el único protagonista, asentado en una Tierra que solo ella alberga vida. Y concluye el bien que esta observación puede interpretarse como un signo de que el sentido de la existencia tiene que buscarse en ese hombre, pues solo a él le interesa hallarlo; solo a él le inquieta el hecho de estar vivo; solo a él le inquieta la muerte; solo él se hace preguntas; solo él observa, examina, pondera; solo él se siente, se sabe existir.

¡Yo! Siempre está ahí, incluso cuando la trepidante acción nos hace olvidar todo el proceso. Nos atrapa en su caleidoscópica fascinación. Aun entonces está ahí, “yo” –una entidad sin identidad, expandiéndose en la más serena plenitud. Aparece y desaparece. Lo refleja nuestra consciencia, incluso cuando dormimos en un sueño profundo. Todo desaparece, excepto “yo”. Y al despertar, el “yo” se convierte en una entidad con identidad; y comienza la confusión entre el susurro del mal y la búsqueda de la virtud del bien.

Mas la bondad del bien le lleva a simpatizar con el mal. Y eso hace que la bifurcación se entremezcle y se origine el laberinto, la trama existencial. De esta forma la nafs participa del vaivén existencial. Es “yo” cuando se sumerge en la consciencia y desaparece la acción; y es la multiplicidad propia de los caracteres cuando sale de la consciencia a la acción, a la identidad.

¿Para qué, entonces, salir del sueño profundo? Eso mismo se preguntan los anacoretas. Sin embargo, la sístole exige la diástole. No podemos permanecer en la inspiración, ni pueden las tinieblas perpetuarse a costa de la luz. El “yo” tiene que despertar y convertirse en acción, en nafs, en carácter, en cognición, en voluntad. Y esa nafs debe purificarse en esa inevitable acción, de forma que en la consciencia del “yo” esté unida la consciencia del bien… la trama existencial.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s