Puede resultar un ejercicio difícil de llevar a cabo, pues la alcachofa del cinismo no termina de deshojarse –no logramos llegar al cogollo. Un mundo sin cinismo traería innumerables cambios con respecto a la vida, a las sociedades tal y como las conocemos hoy. Un mundo sin cinismo significaría un mundo sin demagogia, tanto en la política como en la ciencia; es decir un mundo sin ciencia y sin política; un mundo con relaciones sociales auténticas; un mundo sin hipocresía –la otra cara del cinismo; un mundo imposible.
Ni siquiera en la literatura, en las utopías, está ausente el cinismo –la forma más devastadora de encubrir la realidad. Fijémonos en este simple ejemplo, cotidiano, que escuchamos por doquier y leemos en cientos de páginas, de webs… un ejemplo en el que se acusa a un individuo o a un país de no apoyar la homosexualidad en todas sus formas y en todas sus consecuencias. Se les acusa de denigrar a los transgéneros y de no facilitarles el ejercicio de sus “peculiaridades”; un ejemplo en el que se nos pide que aceptemos como algo normal, lógico, que un individuo no sepa si es hombre o mujer, tenga dudas al respecto. Y todo ello es presentado como un signo de progreso, del avance en la aplicación de los derechos humanos y en una mejora, en general, de la salud física y mental de la humanidad.
No diremos que sea el colmo del cinismo, pues ya se sabe que las anomalías nunca terminan de empeorar, pero es un cinismo que día a día va enterrando la sanidad psíquica de los individuos, el equilibrio, la discriminación entre lo verdadero y los falso, entre lo corrupto y lo virtuoso.
Añoramos esos tiempos en los que el hombre simplemente mentía para librarse de un castigo, o robaba, o mataba en un duelo… cualquier cosa antes que el cinismo. El pecado es una bendición si lo comparamos con la hipocresía. Cuando el cinismo controla la sociedad, ya no hay posibilidad de una recuperación, de una vuelta a la normalidad… cualquier cosa antes que el cinismo, pues esta indiferencia ante los hechos es una forma de suicidio.
Ante el absurdo existencial no resuelto, ante la puesta en evidencia de un golpe fallido, ante la insoportable mediocridad de uno mismo… se nos presentan tres opciones: la drogadicción, el suicidio o la envoltura protectora del cinismo. En realidad, se trata de una misma cosa, pues todas esas aparentes posibilidades nos llevan a la autodestrucción. Un día u otro el cinismo que cubría nuestra forma cínica de reaccionar ante el fracaso se volverá contra nosotros, humillándonos.
Y esa es la razón de que la ciencia se haya vuelto cínica –su fracaso a la hora de explicar lo inexplicable sin la ayuda del factor CREADOR. Y ahora nos dicen los astrofísicos que puede que haya agua subterránea en este o en aquel planeta que gira alrededor de esta o aquella estrella, muy estratégicamente colocada en esta o aquella galaxia. ¿Acaso no han oído hablar del Océano Atlántico, del Océano Pacífico, del Nilo, del Orinoco? ¿No han oído hablar de los miles de nacederos que arrojan agua por doquier? ¿O es que obvian las nieves que cubren el Himalaya, las cumbres de los Andes… y es por ello por lo que se emocionan al contemplar la posibilidad de que haya unos cuantos charcos a miles de años luz de nuestra torta terráquea? No, no hay emoción en ellos. Son cínicos que tratan de encubrir el fracaso de todas las cosmologías que una a una se han ido sacando de la manga y que una a una se han esfumado junto con el Universo inventado que han propuesto a la humanidad.
No saben qué hacer con las células, con el ADN, como si ese lenguaje generador de organismos fuese algo tan simple que pudiera haber sido producido aleatoriamente, por el azar. No saben cómo finalmente clasificar al hombre, a los homínidos que le precedieron, a los monos… hasta llegar a esa célula primigenia cuyo origen, al no haberlo encontrado en la Tierra, lo han catapultado al espacio intersideral.
Mas su cinismo encubre el hecho de que el enigma de la vida no está en dónde se originó, sino en el cómo; cómo de un material muerto ha podido surgir la vida. Y por muy sorprendente que pueda parecer, la mayoría de los seres humanos sigue “religiosamente” las noticias científicas. Y ello porque el cinismo se aprovecha de la ignorancia de la gente para zarandearles de una idea a otra, de una necedad a otra, de una mentira a otra… hasta que les engulle el remolino de la confusión.
¿Cómo podría ser el mundo sin cinismo; un mundo sin política, sin ciencia; un mundo en armonía? No será aquí donde lo encontremos. Tendremos que atravesar la barrera de la muerte y levantarnos al otro lado de la subjetividad, donde ya no habita el cinismo. Y la realidad cegará a unos y guiará a otros.