Vivimos en un mundo desconocido, hostil, que hemos dejado de reconocer, de comprender. Mas no era así antes de que la tecnología, Hollywood y la prensa norteamericana más influyente comenzase a configurar nuestra realidad.
Estos fenómenos sociopolíticos nos han ido desvinculando de una Tierra que hasta entonces seguía siendo nuestra madre –la que nos daba de comer, surcada por ríos, arroyos, fuentes; una Tierra que se unía al cielo y juntos nos permitían respirar; regaban los campos con su lluvia, iluminaban nuestras noches, nos guiaban. Todo era conocido en este mundo, del que hemos sido apartados.
Nos desplazábamos a lomos de nuestras monturas. Bebíamos la leche y comíamos la carne de los animales que nos han sido sometidos. Nuestras embarcaciones las movía el viento, y los pueblos se iban esparciendo por la Tierra con la lentitud de la necesidad. Nadie tenía prisa por llegar, por partir. Sabíamos lo que nos esperaba el día después. Incluso las guerras eran humanamente justas. Vencían los más fuertes, los más valerosos, los más hábiles en el manejo de las armas.
Todo eso ahora ha desaparecido, absorbido por un pasado mal narrado; un pasado en el que la tecnología, Hollywood, la prensa, parecían inevitables, lógicos, consecuentes con la dinámica de los acontecimientos.
Sin embargo, de un conocimiento perfecto y completo de los elementos existenciales que nos rodeaban hemos pasado, a través de un pretendido progreso, a vivir en un mundo controlado por genios que habitan en lugares inaccesibles, como el Silicon Valley –un hormiguero bien compartimentado que solo se puede observar desde fuera, pues únicamente las termitas saben cómo recorrerlo.
No solo desconocemos cómo funcionan los aparatos y dispositivos que conforman nuestra vida cotidiana –móviles, ordenadores, electrodomésticos, motores… sino que, además, vivimos en un continuo sobresalto; vivimos amenazados por quimeras inventadas por Hollywood y la prensa a través de la tecnología.
Todo es hostil. El clima, por ejemplo, con el que siempre hemos estado afinados, que era nuestro compañero más inseparable, el que nos anunciaba lluvias, días de sol, tormentas sobre el mar… se ha convertido en un monstruo dispuesto a sembrar virus, desertizar nuestras tierras, nuestros campos; desatar tormentas devastadoras; eliminar bacterias beneficiosas; activar volcanes que yacían dormidos en un sueño profundo.
Las causas de este rugido salvaje iban desde los aerosoles hasta, más recientemente, el dióxido de carbono que expulsan las vacas. Más de 200,000 explosiones atómicas no parece que hayan tenido nada que ver con esta dislocación climática.
Miramos con temor los cielos y la tierra, pues podrían surgir en cualquier momento seres maléficos o podríamos ser atacados por alienígenas, que, sin saber por qué, solo desean llegar a la Tierra y destruirla. De hecho, es lo que haríamos nosotros si lográsemos llegar a otra Tierra habitada.
Cada día llegan hasta nosotros noticias inquietantes sobre lo que hay debajo de la Antártida, debajo de esas sospechosas capas de hielo. Y si no, allí están esas arañas gigantes recorriendo Texas. Incluso los pájaros, descansando amenazantes en los hilos de los postres eléctricos de cualquier carretera, pueden ser un peligro para el ser humano. No olvidemos la película de Hitchcock. Las babosas se vuelven carnívoras en California y podrían llegar hasta los últimos confines de la Tierra. ¿Estás de viaje, cansado de conducir, y decides pasar la noche en un motel de la carretera? Olvídalo. Puede que un psicópata, el dueño del motel, te abra en canal por la noche.
El mundo ha dejado de ser un lugar seguro, un lugar apacible.
Las noticias aparecen en los medios de comunicación más prestigiosos –un hombre es devorado por tres perros callejeros; una jovencita es violada y asesinada en las afueras de Londres; los animales salvajes se están acercando a los poblamientos humanos y ello traerá terribles enfermedades, pandemias… ¿No sería mejor surcar el espacio intersideral y habitar otra Tierra, donde poder vivir en paz, sin sobresaltos, sin enigmas? Mas así era nuestra Tierra. ¿Por qué pensaríamos que en otro lugar de la galaxia las cosas serían de otro modo?
Hemos perdido el sentido de la vida. La existencia se ha convertido en unos cuantos cálculos matemáticos, en unas cuantas hipótesis. No sabemos cómo fue en el principio. No sabemos para qué se originó este Universo. Tampoco en el final encontraremos una respuesta a estas preguntas, pues el final es la muerte, la descomposición –trillones de microzimas acompañando a los cadáveres.
En este devastador escenario resulta bastante lógico que imaginemos un mundo absurdo, pero emocionante –el terror de Hollywood y una realidad esculpida por los medios de comunicación. Esperemos que mañana al despertar nos encontremos con una hormiga gigante dispuesta a devorarnos.