En Ibrahim tenemos un hermoso ejemplo, el ejemplo de cómo salir de las tinieblas a la luz; del caos a la comprensión; de la duda a la certitud; de las elucubraciones a la verdad. Y de su experiencia podemos deducir el lema fundamental de la existencia –primero es la indagación, después la creencia.
Ibrahim vivía, como todos nosotros, como siempre ha vivido el hombre, en medio de la idolatría, del paganismo, del chamanismo, del más aberrante subjetivismo humano. Y en ese ambiente intoxicado y saturado de supersticiones comenzó su indagación sobre quién podría ser el Señor del Universo, su Creador. ¿Quién habría diseñado todo ese grandioso mecanismo que le permitía al hombre guiarse en la noche, conocer las estaciones, el momento del día…?
Observaba Ibrahim los ciclos vitales; cómo de una semilla diminuta podía crecer una palmera de más de 20 metros de altura, esbelta, repleta de frutos; cómo toda esa vida había surgido de un hueso, de un trozo de materia muerta. El agua y la tierra habían bastado para este portento. La tierra como una madre que no se cansaba de generar vida; vida guardada en su matriz, en el barro húmedo. Su indagación, sus observaciones, le habían sacado de ese mundo chamánico que le circundaba. Incluso su propio padre, Azar, se dedicaba a fabricar ídolos de piedra.
Ibrahim estaba solo. No tenía otro apoyo en sus investigaciones que el de su tío Lut. Cuando sus conciudadanos se quedaron sin argumentos ante la estrategia de Ibrahim que mostraba de forma incontestable el absurdo de adorar lo que ellos mismos se habían fabricado, decidieron quemarles vivos, pues las hogueras que encienden las iglesias, las castas sacerdotales, no son las únicas. La llamada ciencia todavía es más intransigente, pues parte de postulados todavía más erróneos y ello la hace más agresiva cuando tiene que argumentar contra la verdad.
En este caso las llamas de la hoguera se volvieron frías e Ibrahim y Lut, sacudiéndose las cenizas que se habían quedado pegadas a su ropa, partieron hacia el valle de Bekka y allí el Altísimo respondió a todos esos años de indagaciones, de búsqueda, de raciocinio.
(75) Le mostramos a Ibrahim los dominios de los Cielos y de la Tierra para que comprendiera su funcionamiento y tuviera certeza de que son creación de Allah. (Corán 6-Sura de los rebaños, al Anam)
Ahora, Ibrahim y Lut son creyentes como resultado de sus indagaciones. El Altísimo ha respondido a su búsqueda sincera e incondicional. La fe de Ibrahim no es imitación, no es gregarismo. Muy al contrario, se enfrenta a su padre, a sus familiares, a los sacerdotes de su pueblo. Nada puede estar por encima de la verdad. La creencia, la verdadera fe, surge tras la indagación. Es el regalo del Altísimo que otorga a los creyentes sinceros.
Mas esta indagación no tiene fin. Ibrahim no cesa de interrogarse sobre éste o aquél fenómeno y pide a su Señor que le enseñe, que le muestre el “cómo”, el “por qué”, el “para qué”.
(260) Cuando dijo Ibrahim: “¡Señor! Muéstrame cómo devuelves a la vida lo que estaba muerto.” Dijo: “¿Acaso no crees?” Respondió: “Por supuesto que sí, pero quiero con ello sosegar mi corazón.” Dijo: “Toma cuatro pájaros, córtalos y, a continuación, pon una parte de ellos en cada colina y luego llámalos. Vendrán a ti presurosos. Y sabe que Allah es el Poderoso, el que Juzga con Sabiduría. (Corán 2-Sura de la vaca, al-Baqarah)
La vibración forma parte del sistema de Allah, ya que modifica y transforma la materia, afecta al ADN y a la configuración estructural del universo. La vibración cambia los estados y condiciones tanto de los hombres como del escenario en el que viven.
(60) En Nuestro plan está el que la muerte sea para vosotros un destino común, y no podréis evitar (61) que os transformemos, y os originemos en una forma y un estado que no conocéis. (62) Siempre habéis tenido conocimiento de cómo fuisteis producidos la primera vez –¿es que ya lo habéis olvidado y por ello os desentendéis? (Corán 56-Sura del acontecimiento, al Waqiah)
Sin embargo, hay una diferencia entre las funciones que realiza la vibración y las que realiza la lluvia, el agua, la humedad, el otro elemento transformador en el sistema de Allah el Altísimo.
El biofísico y biólogo molecular ruso Piotr Gariaiev y sus colegas han descubierto que el código genético sigue la lógica y la estructura del lenguaje humano.
Ya que la estructura básica de los pares alcalinos del ADN y el idioma es la misma, no se necesita la decodificación del ADN. ¡Uno puede simplemente usar palabras y oraciones en cualquier idioma!
Nuestro propio ADN puede ser reprogramado simplemente a través del lenguaje humano, siempre que las palabras estén moduladas en las correctas frecuencias mediadoras. Según Gariaiev la sustancia del ADN en un tejido vivo siempre reaccionará a la vibración de la frecuencia del lenguaje.
El equipo de Gariaiev ha realizado numerosos experimentos modulando ciertos patrones de frecuencia. Como resultado de los mismos, consiguieron reparar cromosomas dañados por rayos X. Tal y como explican Grazyna Fosar y Franz Bludorf en su libro Vernetzte Intelligenz –en el que se ocupan ampliamente de las investigaciones de Gariaiev– llegaron incluso a capturar patrones de información de un ADN y lo implantaron en otro. reprogramando así las células de éste –lograron transformar embriones de rana en embriones de salamandra, sin ningún tipo de manipulación genética, simplemente transmitiéndoles nuevos patrones de información del ADN.
Gariaiev y su equipo están convencidos de que armonizando los sonidos que emitimos –es decir, palabras– en una determinada frecuencia se puede llegar a influir en el ADN. Ello quizás podría explicar los sensacionales descubrimientos del investigador japonés Masaru Emoto (la estructura del agua cambia con el sonido, las emociones y los pensamientos).
Si ahora nos imaginamos los genes como interruptores on–off, encendido-apagado, podremos entender que según la configuración que creemos, obtendremos diferentes entidades con características variables que podrán ir de diferentes a radicalmente diferentes.
Otro aspecto fundamental que debemos tener en cuenta es que las células –el modelo primigenio de vida diseñado por Allah el Altísimo– no tienen, objetivamente hablando, por qué morir. La materia es un programa complejísimo que el Todopoderoso ha diseñado y creado, y que tan sólo se puede manipular y transformar.
La vibración destruye, aniquila, pero también, dependiendo de las frecuencias y de otros factores que le son propios, puede generar vida (varios interruptores en estado on) a partir de lo “muerto” (varios interruptores en estado off).
(260) Cuando dijo Ibrahim: “¡Señor! Muéstrame cómo devuelves a la vida lo que estaba muerto.” Dijo: “¿Acaso no crees?” Respondió: “Por supuesto que sí, pero quiero con ello sosegar mi corazón.” Dijo: “Toma cuatro pájaros, córtalos y, a continuación, pon una parte de ellos en cada colina y luego llámalos. Vendrán a ti presurosos. Y sabe que Allah es el Poderoso, el que Juzga con Sabiduría. (Corán 2-Sura de la vaca, al-Baqarah)
La palabra clave en esta enigmática aleya es “llámalos” ادْعُهُنَّ. ¿Qué puede querer decir, “llámalos”? ¿Cómo se puede “llamar” a unos trozos de pájaros colocados en decenas de colinas? Obviamente aquí se está refiriendo al efecto de la vibración –quizás por la voz y el eco, por su resonancia al chocar contra las paredes rocosas de las colinas en las que están los trozos de los pájaros.
Sin embargo, en el contexto de la aleya parece evidente que Ibrahim no dio esos pasos ni hizo nada, pues el hombre no puede emitir la frecuencia “vida”, no puede activar esos interruptores. Puede modificar ciertos aspectos de la vida; puede, por ejemplo, al recitar el Corán con una perfecta pronunciación, alterar positivamente funciones celulares, incluso curar determinadas enfermedades o mejorar la salud en general, pero no puede dar la vida a lo muerto.
Ibrahim no lleva a cabo la operación que le describe Yibril, sino que es él quien produce la frecuencia “vida”, de forma que Ibrahim entienda que es a través de la vibración como Allah el Altísimo saca lo vivo de lo muerto.
Sólo ha habido un hombre que haya resucitado a un muerto –Isa. Su método fue el mismo que el que le explica Yibril a Ibrahim –la vibración.
…clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! (Juan 11:43)
La voz de Isa sí fue capaz de producir la frecuencia “vida”, de activar los interruptores adecuados, los genes adecuados, que devolvieron la vida a Lázaro. Isa es un hombre nacido de mujer como el resto de los hombres, pero con una peculiaridad –su estructura genética ha sido configurada a partir de la información contenida en la célula madre, en el óvulo de Mariam, y activada por el Ruh que le envió el Consejo Supremo:
(17) Se ocultaba de ellos tras un velo, y le enviamos Nuestro Ruh que asumió la forma de un humano –bashar– completo. (Corán 19-Sura de Mariam)
Además de esa peculiaridad, Allah el Altísimo le apoyó con el Ruh al-Qudus –con Yibril– una de las entidades celestes más poderosas de cuantas ha creado Allah el Altísimo:
(87) Le dimos el Kitab a Musa y enviamos tras él a otros Mensajeros. A Isa, el hijo de Mariam, le dimos la clarificación y le reforzamos con el Ruh al-Qudus. (Corán 2-Sura de la vaca, al Baqarah)
Los elementos de la creación se activan, se manifiestan, por la voz, por el sonido, por la vibración:
(117) Dio origen a los Cielos y a la Tierra. Cuando decide un asunto, Le basta con decirle “¡Sé!” Y es. (Corán 2-Sura de la vaca, al Baqarah)
El Todopoderoso crea “diciendo”, “pronunciando”, “haciendo vibrar”. Es la misma información que aparece en el Antiguo y Nuevo Testamento:
Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. (Génesis 1:3) En el principio era el Verbo… (Juan 1:1)
La vibración da la vida y da la muerte.
Por lo tanto, cuanto más nos esforzamos en la indagación, antes y después de que la creencia entre en nuestro corazón, de forma más amplia nos abrirá el Altísimo los dominios de los Cielos y de la Tierra, aumentará nuestro conocimiento, nuestra percepción, nuestra comprensión. Primero, es la indagación; después, la fe.