Este pez, probablemente un besugo, recorre asombrado los escenarios que se desarrollan al otro lado de la pecera. A veces le producen temor, angustia… a veces curiosidad, perplejidad… y a veces le atraen los acontecimientos que tienen lugar en ellos. Da vueltas a la pecera pensando que él está fuera y se involucra inútilmente en la acción que tiene lugar al otro lado del cristal. Hay una cierta confusión entre la realidad y la ficción, pues el montaje existencial le resulta demasiado complejo.
Hay otro pez, que quizás se trate de un salmón, de una sardina o de un tiburón, que ha caído en la cuenta de que esos escenarios son siempre los mismos, como si se tratara de un caleidoscopio de acontecimientos, y ha decidido situarse en el centro de la pecera, en su parte más profunda, adonde ya no llegan los ruidos ni traspasan las imágenes la espesa coraza de agua. En este sosiego este pez, que quizás no sea ni un salmón ni una sardina ni un tiburón, sino un caballito o una estrella de mar, reflexiona, pondera tras un largo tiempo de minuciosas observaciones para quién se habrá creado este Universo; quién puede contemplarlo; quién puede admirarlo; quién puede interactuar con él. Más aún, qué criaturas están afinadas con la amplitud de sus opciones.
Quizás tampoco se trate de un caballito o de una estrella de mar, sino de una ostra encerrada en su concha, manteniendo un mínimo contacto con el exterior. En verdad que este molusco está siguiendo una acertada línea de razonamiento, ya que ha planteado la pregunta esencial, pregunta que ni siquiera ha pasado por la mente del besugo –¿para quién todo esto; para quién todos estos escenarios portentosos?
Dejemos por un instante a la ostra con sus reflexiones. Fijémonos en las producciones cinematográficas. Es obvio que lo que el director tiene en cuenta a la hora de realizar una película es que los espectadores tendrán que ser, forzosamente, seres humanos. Mas no cualquier ser humano. Por ejemplo, en la película “Stalker” de Tarkovsky vemos que hay una estética y un simbolismo que no todos los hombres pueden entender; ni siquiera todos pueden interesarse en algo así. Aún más complicada ha resultado la última producción de Akira Kurosawa “Los sueños”, en la que solamente un sutil intelecto puede apreciar el trabajo de este director japonés.
Por lo tanto, vemos que hay niveles de comprensión y de asimilación incluso dentro de la especie humana. La pregunta “¿para quién se ha originado este Universo?”, acompañada de la otra pregunta “¿quién puede apreciar este Universo?”, sigue ocupando la reflexión de la ostra. En un primer nivel, parece lógico concluir que ha sido para el hombre, un hombre dotado de capacidades cognitivas, de intuición, de percepción, de consciencia… y de otros mecanismos que desconocemos, pero que sabemos que existen por los síntomas que producen.
Sin embargo, lo que observamos, lo que observa la ostra, es que no todo eso funciona correctamente en los seres humanos. En la mayoría de los casos la consciencia está desactivada y la información que penetra en nosotros a través de los sentidos, especialmente de la audición y de la vista, naufraga en el estanque de la memoria. Tampoco las capacidades cognitivas están funcionando a su máximo rendimiento en conexión con la consciencia, y eso hace que el hombre, como el besugo, viva en un cierto aturdimiento que le impide reflexionar como hace la ostra.
Por lo tanto, parece evidente que si subimos de nivel, nos encontraremos con un tipo de ser humano muy diferente a los que hay en la base de la especie. Este ser humano, este hombre que camina con los demás hombres, que come y bebe, que trabaja, que saluda a sus vecinos… observa la creación que le circunda, la cercana y la lejana; y ello le hace concluir que hay un Creador que no ha originado este Universo en vano o como una diversión o como un juego, y por ello mismo agradece a su Creador el haberle traído a la existencia, alaba Su portentosa obra y celebra Su conocimiento.
Nuestro molusco ha llegado a la misma conclusión. Abre la concha y asciende hasta la superficie del agua. En este punto culmina la obra del Creador. Ya hay una entidad capaz de comprender, de admirar y de agradecer. Para esta criatura se ha producido este Universo. Son los protagonistas de la película, rodeados de extras, rodeados de besugos que ni entienden ni admiran ni agradecen. Antes bien, se preguntan si no habrán sido los dinosaurios los originadores de la primera civilización terrestre.
Mas esta conclusión a la que llega la ostra tiene numerosas consecuencias. Cuando en una generación hayan desaparecido estas entidades, los creyentes, ya no tendrá sentido que continúe la vida en este mundo. De la misma forma, que no tendría sentido seguir proyectando una película cuando no ha quedado ningún espectador en la sala.
El besugo sigue girando dentro de la pecera, absorbido, conmocionado por la vertiginosa sucesión de imágenes que contempla a través del cristal de la pecera. La ostra, en cambio, ha saltado al océano y se ha depositado dulcemente en el fondo marino, junto a los otros moluscos.
(17) Son como aquel que enciende un fuego y cuando alumbra lo que está a su alrededor, Allah se lleva su luz y los deja en las tinieblas, sin ver ni comprender. (18) Sordos, mudos y ciegos, ¿cómo podrán volver al camino? (Corán 2-Sura de la vaca, al-Baqarah)