Encerrados

Y dicen: “¿Acaso cuando seamos huesos carcomidos, polvo, tierra… nada, nos devolverán a la vida? Parece cosa de magia o de leyendas de los antiguos. No hay más vida que la de este mundo y cuando se acaba, se acaba todo para los muertos.”

Es una visión pesimista de la existencia. Mas, de alguna forma, tiene su parte de coherencia, de lógica, pues es lo que el hombre ve y lo que el hombre puede imaginar. Ve que los muertos se descomponen y se convierten en tierra, sin ninguna excepción. Mas el problema mayor es la incapacidad, la imposibilidad del hombre, para imaginar algo que está fuera del conjunto de datos que se van trasvasando a su dispositivo cognitivo (fuad) a lo largo de su vida –montañas, lluvia, agua, colores, texturas, distancias, fisiologías… configurando un mundo cerrado del que no puede salir y el que solamente puede ampliar a través de combinar todos esos elementos.

No puede imaginar algo fuera de ese conjunto. Ya hemos visto los fallidos intentos por parte de Hollywood a la hora de crear un alienígena inteligente mejor que nosotros o al menos diferente –el resultado siempre son monstruos o criaturas grotescas y ridículas. En todo caso, ninguna entidad viva puede estar constituida de otra cosa que no sea cabeza, tronco y extremidades –lagartijas, cucarachas, leones, árboles… Podemos alargar estos elementos fisiológicos, encogerlos, ensancharlos… mas al final, el resultado siempre será el de una criatura provista de cabeza, tronco y extremidades.

La razón de que esto sea así, irreductiblemente, la podemos encontrar en el símil de los ordenadores. Sin programas que se introduzcan en estos aparatos, el ordenador más potente no podrá realizar ninguna función. Los ingenieros han colocado en su interior los dispositivos necesarios y adecuados para poder recibir, abrir y desarrollar un tipo determinado de programas, programas que solo pueden funcionar en un determinado tipo de ordenadores. Si intentásemos introducir el programa Photoshop en una tostadora, nunca funcionará, pues el dispositivo “tostadora” no está preparado para recibir programas de diseño ni ningún otro programa informático.

De la misma forma, el Altísimo ha preparado al dispositivo “hombre”, “ser humano” para recibir, a través de su complicado sistema sensorial, los datos que irán componiendo la percepción de la existencia. Mas al igual que los ordenadores, los hombres no podrán salirse de estos programas. No podrán imaginar un mundo con paisajes diferentes a los desiertos, a las estepas, a las montañas, a los valles… No podrán imaginar un hábitat sin piedras, sin arena, sin vegetación, sin nieve, sin viento, sin tormentas, sin algún tipo de animales o insectos… No existe ninguna película de ciencia ficción cuya acción no se desarrolle en alguno de estos paisajes y con entidades vivas provistas todas ellas de cabeza, tronco y extremidades.

Por ello decíamos que la incredulidad del hombre a la hora de aceptar una vida post-mortem, el resurgimiento, el juicio, el Jardín y el Fuego, viene determinada por su incapacidad para imaginar todas estas fases existenciales, todos estos escenarios. Cuando se le dice “hay una vida después de la muerte”, su imaginación se bloquea. Es como cuando nos resulta imposible recordar algo, una frase, una idea… y por lo tanto concluye que morimos y nos convertimos en polvo que el viento esparce por doquier. Su imaginación está encadenada, prisionera, de ese conjunto de datos que ha ido recibiendo a lo largo de su vida; encerrada en los programas que se han introducido en su sistema cognitivo. El hombre no puede crear nada nuevo, tan solo mezclar los elementos dados, desparramados por el universo cerrado en el que vive.

Sin embargo, la secuencia cognitiva puede ser más larga, más completa. No podemos imaginarnos cómo pueda ser la vida post-mortem, es cierto; cómo resurgiremos a la vida, a la otra vida después de haber estado muertos, convertidos en polvo. Ni siquiera podemos imaginarnos cómo será el Jardín de las Delicias o un posible Infierno. No, no podemos imaginar nada de esto, pues todo ello está fuera de ese conjunto de datos que constituye nuestro mundo. Sin embargo, al observar este universo y cómo está organizado, podemos fácilmente concluir que alguien lo ha diseñado y lo ha traído a la existencia. Quién pueda ser este Agente Externo, cuál pueda ser Su imagen –es algo que desconocemos. Más aún, algo que no podemos conocer ni imaginar.

Mas hemos deducido que existe. Hemos deducido que es el Dueño de la existencia, su Creador, su Originador. Y también podemos deducir que tiene que haber un sistema de comunicación entre ese Agente y nosotros, sus criaturas; y de esta forma vamos llegando a la comprensión de que este Creador, este Agente, ha establecido el sistema profético como medio de informar al hombre sobre Su existencia y sobre el objetivo de Su creación.

No podemos comprender ni imaginar cómo del polvo se originarán cuerpos vivos; cómo serán los ángeles, los malaikah, a los que nunca hemos visto ni están inscritos en el conjunto de datos. Mas tenemos suficiente información, suficiente evidencia, para creer en las fases que se sucederán tras abandonar la vida de este mundo. Si tratamos de comprender esta complejísima secuencia basándonos en los programas que hemos ido recibiendo y en nuestras capacidades cognitivas, entonces nuestra inteligencia y nuestra percepción sufrirán un continuo bloqueo. Es el bloqueo de los científicos, de los filósofos, de los agnósticos. Piensan que pueden salir con su intelecto, con sus laboratorios y sus experimentos fuera del muro que rodea la existencia, que rodea la vida de este mundo. Mas no hacen, sino golpearse una y otra vez con la muralla infranqueable dentro de la que vivimos encerrados y de la que la única forma de salir es con la muerte.

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