Habrá que cortarle la pierna –huesos de arena. Parece increíble después de tanto esfuerzo, de tanto sacrificio, de tantos viajes… para que todo haya quedado, al final, en una amputación. Una a una se fueron perdiendo las esperanzas, las tontas esperanzas, como si desde el principio no hubiese estado claro que no había otra solución que perder la pierna. Y en seguida surge esa estúpida pregunta que ya un grupo de judíos le hiciera al profeta Isa cuando pasaron por delante de un lisiado: “¿Quién ha pecado Maestro, él o sus padres?”
Hace falta ser judío para percibir de esta forma la existencia, la organización social. ¿Cómo se puede pensar que todo lo que está fuera de nuestro concepto subjetivo del bien está maldito por el Creador? Isa les respondió como si hablase al futuro, a las generaciones por venir: “No ha pecado él ni sus padres, sino para que se haga la voluntad de Dios en la Tierra.” Es decir, para que se cumpla el plan de Allah, el plan general de la existencia –un plan portentoso que la subjetividad humana no puede comprender ni prever ni imaginar.
Mas los judíos hicieron, y siguen haciendo, caso omiso de la respuesta del profeta Isa y siguen pensando que si uno es negro o indígena o pobre o está lisiado… es porque el Creador le ha maldecido. Las implicaciones de esta aberrante forma de entender la vida no se hacen esperar –esclavitud negra, apartheid, colonialismo salvaje… Este concepto está en la base misma del capitalismo –el éxito lo justifica todo; el éxito mundano –la fama, el dinero, el poder.
Si siguiéramos su misma línea de razonamiento, deberíamos concluir, inexorablemente, que el pueblo judío es al que más ha maldecido el Altísimo, pues les dio parte del Kitab, la guía y les envió numerosos profetas –a unos los mataron y a otros los negaron. Se regocijaron de la tardanza de Musa y ya antes habían albergado en su interior la malsana esperanza de que Yusuf fuese el último profeta.
Mas todavía hay una pregunta más estúpida aún, si cabe: “¿Cómo es posible que un dios infinitamente bueno, poderoso y sabio, permita que exista el dolor, las enfermedades, las catástrofes, las desgracias?” La pregunta es propia de necios, pues encierra una irresoluble contradicción. Si admitimos que hay un dios infinitamente bueno, sabio y poderoso, y aquí el término “infinitamente” significa “poseedor de la objetividad absoluta”, entonces tendremos que reconocer que nuestra percepción subjetiva del mal y de todas sus manifestaciones no se corresponde en absoluto con la objetividad divina y, por lo tanto, es errónea.
La creación está basada, ante todo, en un complicadísimo, pero perfecto, equilibrio. Hay elementos venenosos en la naturaleza, fenómenos que pueden dañar al hombre, pero nada de todo eso rompe el equilibrio que permanece a pesar de ello. Mas la subjetividad humana empaña y deforma la realidad como el agua emborrona la percepción del náufrago.
Mas todavía hay una implicación fundamental a la hora de entender que el equilibrio siempre se consigue oponiendo elementos divergentes e incluso opuestos. Esta implicación hace referencia al viaje existencial. Si la muerte fuese el final de todo, la aniquilación absoluta, la extinción de los individuos, de los hombres, de los seres humanos, entonces no sería fácil responder a la pregunta por qué existe el mal, por qué existe el dolor, el sufrimiento, la desesperación. ¿Para que he venido a la existencia si tras 70 años de vida todo habrá acabado, y todo habrá acabado sin haber disfrutado de esta vida, sin haber sentido otra cosa que frustración, decepción y carencias? ¿Para qué existo en un mundo multicolor de una portentosa belleza si no puedo verlo?
En este caso sería la obra de un dios deficiente, sin objetivos, sin una coherencia y una racionalidad como base de su creación. Mas la muerte no es el final de ese viaje existencial. Más bien, podríamos decir que es el comienzo. Tras la muerte se abren ante nosotros infinitas perspectivas de conocimiento y de felicidad, dependiendo de cómo hayamos vivido en este mundo; dependiendo del nivel de consciencia con el que atravesemos la muerte. Y ello hace que la vida en esta primera fase tenga sentido, pues es aquí, en este bajo mundo, donde construimos nuestra siguiente morada.
No pecó él ni pecaron sus padres. La desgracia no es castigo, sino enseñanza, misericordia, aquello que puede despertarnos a la realidad, a la comprensión existencial.
(14) A los hombres –nas– se les ha embellecido el amor por todo lo que anhelan –mujeres, hijos, inmensas cantidades de oro y plata, caballos de pura sangre, animales de rebaño y tierras de cultivo. Todo ello constituye lo más deseado de la vida de este mundo, pero la morada que Allah tiene junto a Sí es mejor y más hermosa. (Corán 3-Familia de Imran, Ali Imran)