El ayuno es una purificación, no un sacrificio. Como los órganos del cuerpo que día tras día se van llenando de toxinas y de substancias venenosas que los corrompen y los dañan, así también el intelecto y el corazón se intoxican de falsedad, de mentiras, de hipocresía, y de este modo concluimos que todo en el hombre necesita purificarse; necesita que la acción se alterne con el descanso. Es el patrón del vaivén que vemos por doquier en la creación –sístole-diástole; noche-día; inspiración-expiración; sueño-vigilia… Y también el ayuno forma parte de esta alternancia –alterna con la ingestión de alimentos. Detener este vaivén, esta alternancia, significa, en última instancia, saturarse, lo que a su vez provoca enfermedades, aturdimiento e irreflexión.
El ayuno es, pues, purificación, no sacrificio, mortificación. Ayunamos para drenar las impurezas que se han ido acumulando en nuestros órganos, en nuestra comprensión, en nuestra percepción. Ayunamos para tener una imagen más clara de la realidad, para separar lo esencial de lo accidental y transitorio.
El Islam es ayuno, pues es purificación: “y para que Allah ponga a prueba y purifique a los creyentes y destruya a los encubridores.” (Corán 3:141)
Por lo tanto, el creyente es aquel que se siente saturado, enfermo, intoxicado y busca purificarse. Ayuna como la mejor forma de drenar sus toxinas, las substancias que han enturbiado su entendimiento. Ayuna porque quiere purificarse, estar en forma. En el Libro de Mateo leemos el siguiente párrafo: “Por tanto, si tu mano o tu pie es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti; mejor te es entrar en la vida (la vida del Más Allá) cojo o manco, que teniendo dos manos y dos pies ser echado en el fuego eterno. Y si tu ojo es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti; mejor te es entrar con un solo ojo en la vida, que teniendo dos ojos ser echado en el infierno de fuego.” (Mateo 18:8-9) Es decir, muere purificado, sin grasa, sin toxinas, sin la inconsciencia velándote la realidad.
Ayunar es purificación, limpieza, descanso, alternar con la ingestión de alimentos, formar parte del vaivén de la creación. Mas hay quienes dicen que ayunamos para sentir por unos días el hambre que sienten los pobres. Son estos los que están saturados y aprovechan el tiempo que dura el ayuno para comer más, para saturarse más. Y eso les impide comprender para qué ayunan. Pasan 14 horas sin comer y sin beber, y después su glotonería les lleva a atiborrarse de comida. Y dicen: “He experimentado la angustia de los pobres.” Mas los pobres no sienten angustia. Agradecen al Altísimo cada trozo de pan que se echan a la boca. Si los ricos sintiesen lo que sienten los pobres, no desearían volver a ser ricos.
Ayunamos para purificarnos, para mejorar nuestra condición física y espiritual, pues angostas son las puertas de entrada a los Cielos y los gordos no podrán pasar. Quedarán atorados, sin poder moverse. Habían atesorado riquezas y grasa en la vida de este mundo, y ello a pesar de que el Profeta Muhammad les advirtió que el creyente llena un estómago, mientras que el encubridor llena siete (113 Hadiz Mutawattir del Imam Suyuti). Mas a los encubridores, como hemos vista en la aleya del Corán que hemos citado, Allah el Altísimo los destruirá. No les dejará entrar en el Jardín.
Ayunar es drenar los residuos venenosos que vamos acumulando día a día. El ayuno no es un castigo, sino una bendición.