Muchos se preguntan si todo esto que estamos presenciando cada día en cada noticia, en cada comentario… es un juego, una puesta en escena continua, una pieza teatral cuyo telón no cesa de subir y bajar, cambiando los escenarios de forma que los espectadores no logran entender la trama de esta tragicomedia, que no por tener parte de comedia, deja de salpicar al público con la sangre de los actores. Más aún, muchos son los que se preguntan si Putin y Xi forman parte de este juego o quizás deberíamos decir, para ser más precisos, “del juego”, pues no hay otro. Y si no hay otro, y no lo hay, entonces todos forzosamente tienen que estar, de una forma u otra, dentro de él.
Noam Chomsky, el enfant terrible del deep state, es quizás uno de los elementos que más ha trabajado para amenizar el juego, pues en toda representación teatral, en toda película, hacen falta antagonistas que generen en los espectadores la sensación de que hay una trama, de que hay una lucha entre el bien y el mal, de que hay vencedores y vencidos. Sin embargo, todos ellos son actores que cobran no por el papel en sí, sino por su calidad interpretativa. Al final de una partida de ajedrez ambos contrincantes se dan la mano y se van a cenar juntos. En el café comentan la partida. El juego nada tiene que ver con los jugadores, pues se trata de un juego. El objetivo en el caso del ajedrez es darle jaque mate al rey de nuestro oponente. Mas este asesinato no atañe a la integridad de los jugadores.
Putin y Xi tienen una forma muy diferente a la de Estados Unidos de imaginar cómo organizarían el mundo si tuvieran este poder. Mas ello no indica que estén fuera del juego, pues no hay otro. Solo hay un Metaverso y fuera de él está la realidad que sigue desarrollándose fuera de las salas de proyección. Y la realidad nada tiene que ver con el juego –que siempre es ficción, montaje, escenificación.
En el teatro japonés, y antes en el chino, quizás por una cuestión de economía, los mismos actores representaban diferentes papeles para lo que, simplemente, tenían que cambiarse de máscara, y “máscara” en griego significa “persona”, un término que utilizamos abusivamente, eliminando casi por completo los vocablos “individuo”, “hombre”, “humano”, “criatura”… y de esta forma nos hemos convertido en actores del teatro Noh, portando diferentes tipos de máscaras. Nos lo merecemos por haber hecho alarde de tanta negligencia y despreocupación. Hemos representado papeles que nada tenían que ver con nuestras aspiraciones, habilidades, tendencias. Eran papeles impuestos, máscaras que nos colocábamos cubriendo el rostro para representar personajes muy diferentes a nosotros mismos. Ahora, todos llevamos las mismas máscaras; todos representamos el mismo papel –mariposillas de la noche, desconcertadas, aturdidas, amedrentadas… que pululan y revolotean a ciegas hasta que caen en el fuego.
Por lo tanto, tenemos la realidad o manifestación del plan divino y frente a ella –el juego, el Metaverso, la ficción… la Gran Mentira. Es la lucha entre la aceptación racional y emocional de ese plan, proyectado al cuasi infinito y la fabricación de un universo casual, aleatorio, que el hombre va comprendiendo, dominando y sometiendo a sus intereses. Mas nada de eso es real y por lo tanto tienen que producir, generar, la Gran Mentira, que solo funciona dentro del Metaverso que ahora llaman “ciencia”. Y son sus organizaciones las que van dictando en cada momento aquello en lo que debemos creer. Y decimos “creer” porque nada de lo que nos ofrecen los científicos es verificable. Es un Metaverso que va en contra de nuestra experiencia cotidiana, incluso intelectual, lógica y racional.
Frente a la inmovilidad que experimentamos en cada instante, sin que nada la perturbe o la modifique, debemos estudiar en la escuela que la Tierra gira sobre sí misma y alrededor del Sola a una velocidad vertiginosa. Así dicen las matemáticas, sus matemáticas, sus cálculos. Cada día vemos como el Sol y la Luna van cambiando de posición, se mueven, se dirigen a… pero eso, según ellos, es una percepción equivocada, pues la que cambia de posición, la que se mueve, la que se dirige a… es la Tierra. Nuestros sentidos nos engañan porque son imperfectos, limitados. Quizás un murciélago, o una tarántula, ven las cosas de una forma muy distinta a la nuestra.
Mas este universo no se ha creado para éstos o cualquier otro animal, sino para el hombre –la única criatura viva capaz de observar este universo, de admirarlo, de tomar consciencia de que ha tenido que ser un Agente Externo a él Quien lo haya originado, diseñado con un claro y determinante objetivo.
Sin embargo, en el Metaverso no hay reflexión, no hay consciencia y es la acción el único protagonista. Mas la acción impide que nos situemos en la perspectiva adecuada para ver el cuadro en toda su magnitud y formas, para ver la imagen, para percibir que aparte de acción, hay observación, separación… consciencia. Si abandonamos la acción trepidante que nos obnubila y nos engaña, poco a poco se irá delineando la realidad. Mas ¿qué puede significar que algo es real si no tiene una razón de ser?
La realidad es, ante todo, comprender el objetivo de esta creación, de este viaje existencial. Si en el Metaverso la muerte es un escándalo que debemos erradicar definitivamente, en la realidad este fenómeno es la única esperanza que tenemos de pasar a otro estado existencial, a otra condición y, por lo tanto, no es algo aborrecible, sino un paso más, imprescindible, en nuestro camino hacia la eternidad.
Y todo ello nos hace caer en la cuenta de que tanto tiempo hemos vivido en el Metaverso que la realidad nos parece un sueño, una ficción. ¿Cuánto tiempo más permaneceremos en él? ¿Cuánto tiempo más seguiremos jugando al ajedrez, a la ruleta, a las cartas? ¿Cuánto tiempo más seguiremos atenazados por el miedo a la muerte, por la desesperación que nos provoca una vida, un universo, sin sentido?