Leyendas aparte, algo de verdad tiene que haber en la historia de Lope de Aguirre. Y los más relevante aquí de esa historia es que, a diferencia de los otros soldados, él nunca se quitó la coraza ni dejó a un lado su espada. Ni siquiera en esos días de calor tórrido, propios del trópico, se aligeró de todos esos hierros retirando el yelmo de su cabeza, de forma que siempre estuvo en guardia, preparado para defenderse de aquellos que querían asesinarle.
Mas no era éste el caso de los que fueron asesinados por su espada, traidores o “blandos”, a los que “madrugaba” con ayuda de alguno de sus fieles. Todos ellos se encontraban sin armadura, sin yelmo y sin espada, pues no soportaban el calor con semejantes vestiduras. De día y de noche Aguirre se mantenía presto a luchar y a defender su vida.
Él tenía su forma de ver las cosas, muy distinta a la del rey Felipe II y ello le llevó a rebelarse contra el estúpido proyecto de conquistar el Dorado, una superstición, y dirigirse hacia la isla Margarita, que logró conquistar y hacerse el mismo rey de aquellas tierras. Poco duró su aventura, pues las tropas del rey, numerosas como las estrellas del cielo, y las quintas columnas, que siempre han existido y que en este caso estaban ansiosas de acabar con Aguirre, pronto re-conquistaron la isla y colgaron a los insurrectos. A favor de Lope de Aguirre podemos decir que tuvo una hija, bellísima según las crónicas que nos han llegado, fruto de su relación con una nativa. Cuando se vio vencido, le pidió a su amigo y secretario Pedrarias, gran botánico y estudioso de la fauna americana, que contrajese matrimonio con su hija para de esa forma salvarla de la barbarie a la que los vencedores se estaban entregando. Mas Pedrarias se negó a ello, quizás porque también él prefiriese que Lope de Aguirre y toda su descendencia pereciesen allí mismo.
Más allá de las anécdotas, volvemos a encontrar una buena lección en la actitud de Lope de Aguirre –si estás en peligro o has tomado la determinación de dirigir la lucha, no puedes hibernar, no puedes esperar siempre a que primero golpeen los otros. Esa es la actitud de un subalterno, no de un dirigente.
Putin, en cambio, y de alguna forma también Xi, lleva hibernando 20 años en una cueva protegida, rodeada de nieve, soñando con grandes quimeras. Y mientras sueña, los cazadores furtivos han rodeado su cueva de trampas, colocadas en lugares estratégicos, invisibles a simple vista, pero inevitables; en una o en otra el oso tendrá que caer. Y así, con el campo minado y el oso herido, la batalla tiene poco de incógnita.
Mientras Putin ingresaba en la Federación Internacional de Judo, en el Consejo Europeo, en el G8, y hablaba en el foro de Davos que se organiz anualmente en Suiza, los tramperos cercaban la cueva del oso. Movían otras fichas. Preparaban un nuevo orden mundial, en el que la ex Unión Soviética, Rusia, tendría un papel fundamental. Mas no con Gorbachov, dedicado a publicar cándidamente una revista. Tampoco quizás con Putin. Ha habido muchos indicios de que Putin movía las fichas de ajedrez como si pensara que su contrincante iba a mover las suyas según Putin había deducido. Obviamente, se equivocaba. Ni siquiera estaba su oponente jugando al ajedrez.
Putin tiene que despertar de sus sueños, pues son sueños de una noche de invierno, fría, sin luna, con miles de cazadores apostados detrás de los árboles.
El tigre chino sigue merodeando a su presa y mucho nos tememos que toda esta inmovilidad acabe en una situación en la que ya no haya más remedio que apretar el botón rojo, el botón blanco y el botón amarillo –la nueva bandera tricolor del poder global.