Hace unas décadas se abrió un Metaverso particularmente atractivo, en el que llevan viviendo desde entonces millones de individuos. En el centro de ese Metaverso aparecía un objeto que hasta entonces se creía inalcanzable. La Luna de los poetas, de los amantes, estaba ahora al alcance de una tecnología repentina que parecía apuntalarse sobre los tímidos avances espaciales soviéticos. Y sin demasiados detalles ahí estaba la bandera estadounidense ondeando en un astro que según ellos carecía de atmósfera.
Hace un par de años, sin embargo, apareció una noticia inquietante, estrambótica e intempestiva, aireada por serios sitios web científicos. Según la noticia, ahora resultaría que la atmósfera de la Tierra llegaría hasta la Luna y aún la traspasaría, hasta llegar no se sabía dónde. Esta información, desde muchos puntos de vista fundamental, la habría encontrada la señora de la limpieza, que al limpiar unos cuántos estantes polvorientos, dejó los papeles que había en ellos encima de la mesa de algún astrofísico o ingeniero de la NASA. La noticia no prosperó, como era de esperar, pues ya se sabe que en los Metaversos todo es virtual, ficticio, fabricado…
Las naciones que se habían alineado con Estados Unidos hasta conformar el término “Occidente”, veían ahora con buenos ojos esa alianza, pues los norteamericanos, con una dieta basada en un litro de leche y un par de hamburguesas con queso al día, habían demostrado ser los mejores, los más rápidos en la aventura espacial, los mejor situados en la Guerra Fría.
Los soviéticos no dijeron nada, pues ya se sabe que los osos, aunque de cuerpos robustos, adolecen de una cierta torpeza psicomotriz; pero también callaron porque sabían, y esta vez por experiencia propia, que el Universo es un espacio cerrado, dividido en zonas infranqueables para el hombre. Callaron porque sabían que ese Metaverso no podía durar mucho tiempo. Un día u otro saldría a la luz que en los años sesenta no había tecnología ni para salir de la estratosfera. Lo más avanzado eran unas súper calculadoras Olivetti, seis de las cuales la NASA compró a la marca italiana.
Nada se sabía entonces de cómo los cinturones Van Allen podían afectar negativamente a los sistemas de comunicación de las naves. El espacio entre la Tierra y la Luna era un misterio y una aventura imprevisible. No obstante, en el Metaverso espacial el Apollo 11 llegó a las cercanías del satélite, de allí salió un módulo con dos astronautas, que luego aterrizó sin ningún problema en la superficie lunar, y en las televisiones de todo el mundo se vio a dos tipos saltando y caminando por aquel astro que la tecnología Olivetti había despojado de toda poesía. A pesar de que el montaje en general tenía su mérito, debido sobre todo al efecto sorpresa, muchas cejas se arquearon y la mueca de escepticismo recorrió incluso los rostros de los aliados de Washington. Apenas hacía 10 años que se había fundado la NASA y para celebrarlo, en vez de descorchar una botella de champán, se fueron a la Luna.
Mas los rusos tenían razón. Aquella audacia pronto fue puesta en tela de juicio.
En el Metaverso los astronautas llegaban a la Tierra como si volvieran de comerse un perrito caliente en algún garito de San Francisco, pero en Hollywood, para avivar el espectáculo se producía la película “Capricorn One” (Peter Hyams, 1977), que parodiaba el aterrizaje lunar con una supuesta misión a Marte. Al mismo tiempo aparecían libros y entrevistas con ex ingenieros de la NASA que declaraban de forma rotunda la imposibilidad técnica de ir a la Luna en aquellos primerizos años espaciales.
Mas todo se lo tragó el Metaverso, pues iban apareciendo nuevos objetos virtuales en la imagen general, objetos que intentaban ocultar el perturbador hecho de que la NASA hubiese dejado de ir a la Luna durante más de 40 años. Aparte de esos objetos, el Metaverso contaba con voceros bien entrenados, como Neil deGrasse Tyson, que trataban de dar explicaciones científicas a semejante debacle, mientras el ingeniero y astronauta Don Pettit confesaba que no podían volver a la Luna, pues habían perdido la tecnología para llevar a cabo tal proeza. Aquellas desafortunadas declaraciones que ponían en ridículo a la NASA, al Pentágono, a la Casa Blanca y a todas las agencias espaciales del mundo, fueron aliviadas por declaraciones todavía más ridículas. Así un ingeniero de la IBM salía al paso diciendo que tampoco ellos serían capaces de volver a construir sus ordenadores de primera generación. Obviamente, el argumento era pueril e inconsistente, pues la IBM nunca había dejado de fabricar ordenadores, cada vez más potentes, y por lo tanto carecía de sentido volver a fabricar esas obsoletas máquinas de los años ochenta. Mas la NASA había dejado de fabricar cohetes y de llevar hombres a la Luna desde hace ahora 50 años. Y a pesar del tremendo avance tecnológico afirman carecer de una tecnología para realizar el siguiente viaje a la Luna.
Muchos forofos del Metaverso espacial sintieron una profunda decepción. Incluso permitieron que se filtrase la duda en su robusta fe espacial. Mas este Metaverso tenía muchos más objetos que mezclar con la realidad y la blanca Luna fue sustituida por el rojo Marte. Se podía decir que la Luna había sido simplemente un ensayo. ¡Qué demonios pintamos nosotros en ese satélite –vacío, seco, lleno de piedras inservibles! Así, tras el éxito del Apollo 11, la NASA ha puesto ahora sus ambiciones en Marte. Hemos mandado vehículos que han llegado a la superficie marciana como si se tratase de viajar por alguna autopista californiana. Y allí están perforando con sus taladros cráteres y otros accidentes geográficos. Y según las muestras fotografiadas, no se sabe con qué sistemas, Marte está lleno de agua, de hielo, de vida. Todo parece indicar que hay allí millones de amino ácidos y juzgando por esas pequeñas protuberancias que aparecen en imágenes llegadas a la Tierra es posible que se trate de colonias de células pre-históricas. Ya se han formado compañías que están reclutando a los primeros voluntarios para ir a Marte y establecer colonias humanas.
Mas la Luna no deja de incitarnos a montar sobre ella un complejo turístico con su parte científica como la primera medida colonizadora del espacio. La NASA parece haber oído las cuitas de los metaverseros espaciales y se está preparando para volver a la Luna en el año 2022 o 2024… eso nunca se sabe, pues fijémonos en el desastre que ha supuesto la pandemia para los ambiciosos proyectos espaciales. Los ingenieros declararon que con mascarillas no se puede trabajar y que el distanciamiento dificulta el asunto todavía más. Sin embargo, una vez recuperada la salud general de la humanidad, la siguiente bandera va a ser mucho más grande que la primera. Se verá desde cualquier punto de la torta terráquea.
Este juvenil optimismo del director de la NASA que, curiosamente, ha seguido cobrando su sueldo a pesar del parón, ha dado un nuevo impulso al Metaverso espacial: “Vamos a volver a la Luna, chicos. Vamos a colonizar Marte y a salirnos de la Vía Láctea. Que todos los colonos lleven en su equipaje unos cuántos millones de bacterias. Ya veréis como en un abrir y cerrar de ojos cambiamos la atmósfera de Marte y la hacemos respirable para el hombre, para vosotros, los nuevos héroes de la historia.”
A pesar de esta euforia bacteriana, los metaverseros seguían con sus dudas y veían el año 2024 como un tiempo lejano. Entonces apareció en el Metaverso otro objeto, catapultado por toda la comunidad científica (cuatro gatos), que ahora lanzaba un aterrador mensaje a la escéptica humanidad: “Señores, hay que largarse de aquí. Esta Tierra es una bomba de relojería que puede explotar en cualquier momento –terremotos, volcanes eructando por doquier, tormentas devastadoras, deshielo de los polos, incendios, inundaciones y sabe Dios qué más se esconde en el subsuelo de la Antártida. Colonizar el espacio ya no es simplemente un proyecto científico, sino la única forma que tiene la humanidad de sobrevivir.”
Esta vez incluso los más escépticos se han metido en el Metaverso que se ha convertido en un curioso coctel en el que se mezcla la Luna con Marte y el cambio climático con el transegerismo y con la ingeniería genética –un zancocho que de momento solo produce gases en el estómago, pero que amenaza con devenir un cáncer de colon, para llegar a la metástasis y a una muerte irremediable.