¿Quién amamantará a nuestros hijos? ¿Quién les dará ciencia?

Los pechos de las mujeres ya no van cargados de leche con la que alimentar al niño Jesús, al niño Álvaro o al niño Luis. Antes bien rebosan de whisky y de vodka barato.

Ya ha parido y la enfermera le muestra a la criatura que todavía no tiene género porque la biología, como la astrofísica, ha dicho que todo es relativo. La madre antes de parir ya se lo había dejado claro a su marido: “Esta vez vamos a hacer las cosas bien desde el principio.” El padre está en casa, preparando la habitación para la criatura. Ha utilizado tonos azules y rosas para no influenciar al bebé. La madre le entrega la criatura a la enfermera y le pide que salga de la habitación, pues necesita descansar. A los pocos minutos entra un empleado del banco llevando una cartera de cuero, de la que saca numerosos documentos que la madre firma sin mirarlos. Se trata de un mero trámite –desahucios, créditos rechazados, créditos aceptados que pronto se convertirán en desahucios, pólizas de esto y de aquello. La mujer los firma sin tan siquiera incorporarse en la cama; una firma y luego el empleado le pondrá el sello. “¡Qué asco!” piensa la madre. “Bien, ya he parido, ya he cumplido con el retrógrado ritual de la maternidad. Que no me jodan más con estas historias.”

La madre es la directora de una sucursal bancaria, pero tiene otras ambiciones. Ella es una mujer y ahora que ha parido es un elemento más en lo que podríamos llamar el misterio de la vida, algo que les está vedado a los hombres, a su marido, por ejemplo, que es un inútil y si alguna vez hace un guiso, normalmente éste se le quema, y tira aceite por la cocina mientras ella, altiva, con los brazos cruzados, le dice: “Supongo que recogerás todo este chandrío que has organizado. Yo tengo una reunión urgente de alto nivel. Es posible que me lleven a la central y de allí a la cúpula.” Mas duda de que pueda realizar sus ambiciones con ese marido, pues si detrás de una gran hombre hay una gran mujer, por la misma regla de tres, o de cuatro, detrás de una gran mujer debería haber un gran hombre. Evidentemente, ese no es su caso.

Ha vuelto de la reunión de alto nivel. Entre sonrisitas y manoseos ha quedado claro, como diría Tácito, que ella iba a ser promovida a formar parte del Consejo de Administración del banco. Se ha pegado un discurso de agradecimiento por la confianza que se ha depositado en ella que ni las Catilinarias de Cicerón, y ahora, frente a su marido, que lleva la criatura en los brazos, le arroja a la cara, como un jarro de agua fría, una sarta de reproches totalmente anti-biológicos, pero que ella utiliza cobardemente para apoyar el concepto de que la mujer es superior al hombre.

“¿Le vas a dar de mamar a la criatura?” El marido que se barrunta lo peor, que ha vuelto a tirar el aceite y lo que quedaba del guiso quemado por el suelo de la cocina, le mira con una cierta humildad, pero también con un gesto de “ya vale, no me toques los cojones.” Quizás el guiso chorreando por la encimera de la cocina es lo que le hace refrenarse y simplemente decir: “No entiendo cariño lo que quieres decir.” La esposa, como un alumno que sabe perfectamente el resultado de la ecuación, le dice mientras mira de soslayo el aceite empapando los armarios de la cocina: “Quiero decir que yo le he dado la vida a esta criatura y ahora tengo la capacidad de alimentarle desde mi propio interior, dese mi propio cuerpo. Y tú simplemente te preguntas cómo lo habrá hecho. Qué poderes tendrá. Qué relaciones con los dioses habrán propiciado este milagro. Más aún, te preguntas cómo esta mujer, esta madre, esta amamantadora, ha podido casarse con un idiota como tú.”

El marido no ve más escapatoria que aceptar el duelo. Las armas ya han sido elegidas –pura dialéctica. “Lamento desilusionarte y desmontar todo ese tinglado seudo chamánico en el que te has metido. Tú no eres ninguna diosa. Ninguna mujer lo es. Ningún  hombre es dios. Es cierto que has dado vida a nuestra criatura, que yo al menos le llamaré niño, hijo, pues tiene un par de huevos y una polla como una catedral, y allá tú con tu rollo woke y tu aberrante concepto de la libertad. Las mujeres sois como probetas de laboratorio, infinitamente más perfectas que aquellas, y ahí lo guardáis hasta que el mismo sale, sin que en ningún momento sepáis cómo se ha realizado ese portentoso fenómeno. Y ahora que ha nacido, ¿qué quieres hacer con él? ¿Tienes algún proyecto, algún claro objetivo para su vida? No, no tienes nada de eso porque tu función es parirle, alimentarle y cuidarle hasta que sea capaz de caminar conmigo, capaz de asumir su papel de hombre. Tú estarás muy ocupada como miembro del Consejo de Administración, pensando que eres una mujer importante, una mujer que ha triunfado, que ha dejado atrás a muchos competidores porque eres una mujer que no se ha doblegado a su propia naturaleza. Por eso de tus pechos sale whisky y vodka, y habrá que darle el biberón y de esta forma crecerá desnutrido, sin defensas, enfermo. En seguida tendremos que ponerle gafas y llevarle al dentista. Vivirá atolondrado, desquiciado, pues no habrá escuchado canciones de cuna, solo esos sonidos electrónicos del móvil, del laptop, de la cocina…”

La madre que no ha escuchado prácticamente nada de lo que le ha dicho su marido, pues estaba ocupada recordando su discurso y los aplausos de la junta, y no ha entendido lo del whisky y de la vodka, aunque después de la reunión de alto nivel todos han tomado whisky y vodka, ella también. Es lo que hacen los triunfadores, es decir, los que carecen de escrúpulos, los que dan el biberón mientras la leche se pudre en los pechos.

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