El hombre común, engañado por los astrofísicos, y éstos, a su vez, por sus desmesuradas ansias de fama y reconocimiento, sigue pensando que vive en un universo infinito, en el que poder desarrollar infinitas posibilidades de vida, de pensamiento, de variaciones existenciales… y no se da cuenta de que ya ha visto ese escenario que ahora observa desde la pecera.
Le deprime esa realidad caleidoscópica que limita, incluso, sus fantasías. Le han engañado porque le resulta tan fascinante, tan atrayente un mundo sin fin, la inmortalidad, que ya ha olvidado el hastío que le produjo su último viaje turístico, y eso que no fue un viaje común y corriente. No fue un viaje que contratas en la agencia de la esquina y te meten en un grupo de jubilados para reducir el coste de las vacaciones. En absoluto. Fue un viaje de siete estrellas, con asesinato incluido. Pensaba contárselo a los amigos sin mencionar demasiados detalles, pero ya de vuelta, cuando se encendió la luz verde y se desabrochó el cinturón de seguridad, sintió nauseas. Se sintió viejo, acabado. De alguna forma vio la pecera.
Hay límites morales, religiosos o límites impuestos por una decisión personal que siempre va unida a algún tipo de chamanismo. También hay límites impuestos por los derechos civiles o penales. Mas si logramos escapar a todos ellos, caeremos en los límites irreductibles de la propia existencia. Y estos límites hacen imposible que podamos saciarnos. Cada día tenemos que volver a comer, volver a beber, a tener relaciones sexuales. Y cuánto más nos excedamos en todos esos placeres-necesidades, más insípida nos resultará la vida. ¿Por qué, entonces, queremos traspasar los límites que nos impone la vida? ¿Por qué no nos basta con una agradable comida cada día, con una aromática taza de café, con un delicioso batido de frutas…? Porque hemos transformado los medios en fines, y eso, a la larga, acabará con nosotros.
Los excesos se vuelven contra el hombre y eliminan el placer que le provocaba perseguirlos. Y cuando esto ocurre, se derrumba el sentido de la vida, pues aquellos fines, que en realidad eran medios, son ahora enfermedades, depresiones, decepciones, que nos llevan a la locura o al suicidio.
El Circo de los Horrores comenzó su espectáculos en 2005 y ahora Suso Silva no sabe qué hacer para ofrecer a sus espectadores, a sus seguidores, un “más difícil todavía”. En su último circo ha introducido el canibalismo que siempre ha sido una opción cuando estamos a punto de pegarnos contra los límites.
Mas ¿qué pasará cuando nos hayamos comido al niño Jesús, tan tierno, tan divino? ¿Qué excitante novedad podrá presentarnos Suso en 2022? Sin duda que bajará la venta de entradas, pues vivimos en un mundo limitado, un mundo de límites, y cuando llegas a esos límites, no tienes otra opción que la de retornar al punto de partida.
Volvemos a escuchar noticias de extraterrestres, de viajes a la Luna, de ordenadores que adquieren consciencia y dominan al hombre… como ya escucháramos todo eso en los años setenta y ochenta. Venían gurús de la India, se publicaban más y más libros sobre esoterismo, los jóvenes iban a Méjico a la Fiesta del Sol. Palparon los límites y regresaron a un mundo mucho más prosaico, al mundo de siempre. Se presentaron a oposiciones para funcionarios. Buscaban enchufes para entrar a trabajar en algún banco y se afiliaban a los partidos de moda, a los partidos que más posibilidades tenían de llegar al poder –aquellos contra cuya ideología habían luchado mientras escalaban el Machu Pichu. Ya de vuelta, ocupaban escaños en algún parlamento.
Suso Silva acabará en el trapecio, en la cuerda floja, en las acrobacias, en los payasos, y ello si solamente se trata de un engaño, en el caso de que también a él le hayan engañado y le hayan hecho creer que este mundo no tiene límites. Mas el hecho de haber crecido en la Ciudad de los Muchachos, en el circo, puede ser un síntoma de que Suso sea cómplice, un medio para secularizar las religiones y acabar con el concepto de transcendencia. En este caso lo veremos, en su día, en el Infierno, ese que negaba el papa Francisco.
Mas ahora, lo que más importa a los cristianos es aprovechar este colapso de las fiestas navideñas para practicar otro tipo de canibalismo –el de comerse el credo y toda la narrativa eclesiástica. Ésta podría ser una buena oportunidad para que los cristianos vuelvan a la Unicidad de Dios –la que predicó Jesús y sus discípulos. Es tiempo de acabar con la Navidad, acabar con las falsas celebraciones, con las bacanales, y unirnos como hermanos en la adoración del Dios Único, del Dios que habla por boca de Ibrahim, de Musa, de Daud, de Isa y de Muhammad. Todo lo demás no es, sino un circo macabro, una reunión de diablos caníbales.