La ciencia se va de carnaval

Nos viene a la mente la imagen de una rata, frotándose las patitas delanteras ante el festín de unas cuantas cucarachas que piensa zamparse de un momento a otro. Ante la demostrada imposibilidad de explicar el origen de la vida –¿cómo de algo muerto, inerte, puede surgir la vida?– los biólogos, los químicos, los genetistas (la nueva tribu científica), han llegado a la conclusión, por boca de los filósofos de turno, de que no hace falta ni es interesante resolver el misterio de la vida; que es mucho más productivo “experimentar la vida”, extasiarse ante una puesta de sol o el aroma de una rosa.

Sin embargo, al experimentar la vida es cuando, precisamente, nos preguntamos de dónde habrá surgido este poder vital que atraviesa la existencia toda. Mas la científica respuesta que obtenemos es: “No te preocupes por eso. Sigue disfrutando de las puestas del sol.” Y echan mano del judío, protestante y danés, Soren Kiergegard, como prueba irrefutable de que el misterio de la vida nunca ha sido un inconveniente, al menos filosófico:

“La vida no es un problema a resolver, sino una realidad a experimentar.”

A partir de aquí, Adam Frank va a intentar apuntalar esta nueva posición epistemológica –cuando no podamos saber algo, hagámoslo desaparecer.

Cada mañana sales del sueño, abres los ojos y descubres que… sí… todavía estás aquí. Otro día en el planeta: respirar, comer y trabajar para poder seguir respirando, comiendo y trabajando. Básicamente, estás tratando de mantenerlo todo junto mientras te diviertes un poco. Luego, después de aproximadamente 16 horas, volverás a la cama con un día menos en tu inventario existencial, sabiendo que tendrás que repetir todo ese esfuerzo nuevamente mañana. Esta es la realidad, de una forma u otra, para ti, para mí y para todos los demás seres humanos del planeta. También ha sido la realidad para cada ser humano desde que emergimos como una especie separada hace unos 300.000 años. Con todo, parece bastante extraño. ¿Qué es todo esto? ¿Para qué es todo esto? ¿Existe un misterio de la vida?

¿Existe un sentido que justifique todo esto? Esta debería ser la pregunta irreductible.

Mas la descripción que Adam Frank hace de la rutina diaria de la gente de hoy y que, incluso, transporta hasta los orígenes de la especie humana no es la rutina de un ser humano, sino la de un gato, la de una cucaracha, la de un ciempiés, la de un caballo; lo cual quiere decir que según Frank, los hombres han vivido siempre en la misma inconsciencia que los animales. Frank se asombra de lo bellas que pueden llegar a ser las puestas de sol, pero no se le ocurre tratar de averiguar quién ha organizado el Cosmos para que podamos contemplarlas. Actúa intelectualmente como ese individuo que al observar un cuadro impresionista se maravilla de cómo los colores han sabido mezclarse entre sí hasta configurar un paisaje. ¿Acaso no concluiríamos que se trata de un chiflado o de un perverso mental? ¿Acaso no entiende que ha tenido que ser un hombre quien haya ideado ese paisaje y después lo haya ejecutado con un pincel y pinturas de diferentes colores?

Es cierto que la mayoría de las personas hoy viven en esa inconsciencia animal que describe Frank y ello porque gente como él llevan siglos haciéndole creer a la gente que ese cuadro se ha hecho a sí mismo por medio de no se sabe qué leyes de la materia, hasta desconectarle totalmente de su Creador, lanzándole a un mundo absurdo sin más objetivo existencial que llevar a cabo la sísifa rutina que nos describe Adam Frank en este artículo. Por lo tanto, la vida sí que es un problema a resolver.

Mas la vida es un fenómeno extraordinario, científicamente imposible de llevarse a cabo, que como es obvio ni biólogos ni filósofos ni genetistas pueden resolver. De la misma manera, allí están los astrofísicos tratando de averiguar cómo se originó y configuró todo este tinglado cósmico.

Mas el hombre consciente, reflexivo, observador, nunca ha seguido el patrón rutinario que propone Frank. Lo primero que hace este hombre, antes incluso de que salga el sol, es adorar a su Creador, recitar Su libro, agradecerle que le haya traído a la existencia. ¿Cómo alguien que vive como un gato o como una cucaracha puede ser un sabio, un investigador, un filósofo… si no entiende lo más elemental? ¿Cuál es su posición en la existencia? Entonces su visión, su cosmogonía, no es muy diferente a la de un ciempiés.

Este Universo no ha sido creado para los ciempiés ni para las hormigas ni para los elefantes, pues ellos no pueden comprender esta portentosa Creación ni ser agradecidos con su Creador, pues carecen de consciencia y por lo tanto de reflexión, carecen de lenguaje conceptual y no pueden comprender que sean animales, que sean criaturas que han nacido y que vayan a morir. Ni tampoco ha sido creado para el polvo, aunque sea de estrellas; ni tampoco para que se abra una rosa y lance al viento su fragancia. Este universo ha sido creado únicamente para el hombre, dotado de consciencia, reflexión y lenguaje conceptual y, por lo tanto, capaz de comprender que hay un Creador y capaz de agradecerle.

Entonces ¿cuál es el papel existencial de filósofos como Adam Frank, cuya rutina diaria es más parecida a la de un camaleón que a la de un ser humano, insan.

Si la pregunta es: «¿Puede la ciencia explicar la vida?» entonces la respuesta creo que algún día será “mayormente sí”, si lo que buscamos son los procesos que operan en la vida. La ciencia ya ha desplegado con éxito la técnica de la reducción para ver los componentes básicos de la vida. Reducción significa buscar explicaciones o descripciones predictivas exitosas de un sistema enfocándose en sus elementos constitutivos de menor escala. Si estás interesado en un cuerpo humano, las reducciones van desde los órganos hasta las células, el ADN, los genes, las biomoléculas, etc. Evidentemente, ese enfoque ha tenido un éxito espectacular.

¿Qué quiere decir el autor con “mayormente, sí”. ¿Acaso se puede explicar la vida mayormente, es decir, incompletamente? ¿Qué parte de esa explicación quedaría fuera de este inquietante adverbio? En cuanto a la técnica de reducción, sique sin poder explicar nada de los componentes básicos de la vida. Fijémonos en esta simple secuencia:

No se sabe cuál puede ser la función de los intrones y exones dentro del complicadísimo ADN y por lo tanto se añaden al estúpido concepto de “ADN basura” junto con los pseudo-genes, trans-posones, ADN satélite y ADN espaciador entre genes.

-En 2001 se obtuvo el primer borrador del genoma humano, comprobando que solo una pequeña fracción, del 2-3 %, estaba constituida por genes, reduciendo así la cifra inicial de millones a la estimación posterior de entre 20 y 30 mil genes, dejando el resto en la basura (hasta hoy no se han puesto de acuerdo los genetistas en cuántos genes tenemos). No llamaríamos a esto “reduccionismo”, sino vergonzosa simplificación.

-En 2012 se publicaron los resultados del proyecto ENCODE, que demostraba que el 80% del genoma tenía una función bioquímica.

-Finalmente, en 2015 se publican los resultados del proyecto GTEx, tras el cual ya es totalmente inadmisible hablar del “ADN basura”.

Sin embargo, es la mediocridad intelectual y reflexiva de los investigadores lo que hace necesarios estos costosísimos proyectos. Solo un ciempiés concluiría que en el ADN, en la célula, existe algo inútil, sin función ninguna, al que, además, se le denomina despectivamente “basura”. Mas ¿acaso no son ellos la verdadera basura, mentes inútiles que solo promueven ignorancia y falsedad?

Sin embargo, no ha sido suficiente. La frontera ahora está en entender la vida como un sistema adaptativo complejo, es decir, uno en el que la organización y la causa ocurren a numerosos niveles. No son solo los bloques de construcción atómicos los que importan; las influencias se propagan hacia arriba y hacia abajo en la escala, con múltiples redes conectadas desde los genes hasta el medio ambiente y viceversa.

¿Por qué, entonces, teniendo en cuenta la irreductible complejidad de la vida, del hecho de que de la materia inerte, muerta, haya surgido la vida, no se plantea como la hipótesis más probable que exista un agente externo, un creador, capaz de diseñar, crear y mantener este portentoso Universo? ¿Cómo es posible que la entidad más inteligente de la creación no sea capaz de comprender el origen y el funcionamiento de algo que debería ser tan sencillo como la vida, algo tan evidente, tan cotidiano? ¿Cómo la materia ha podido generar algo tan extraordinario que la inteligencia humana no puede abarcar? ¿Deberíamos concluir, entonces, que la casualidad, la materia, una feliz sucesión de acontecimientos bioquímicos… han generado algo que sobrepasa la capacidad cognitiva del hombre?

Mas si preguntamos al chiflado del cuadro impresionista, posiblemente nos diga que SÍ. Mas si preguntamos a una mente consciente, inteligente, reflexiva, nos dirá que NO.

Que cada uno resuelva este dilema de la forma que más coherente le parezca.

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