La locura se convierte en lógica cuando se intenta acusar al poder de algún acto delictivo. La ley necesita de una fuerza coercitiva que la imponga. Hace falta corpulencia física para derribar al baladrón del barrio global. Mas no basta. Se necesita un plan, unos principios, unos ideales… para gobernar la aldea.
El león es el rey de la selva, no porque sea el más fuerte, sino porque les ha hecho creer al resto de los animales que lo es. Si un tigre se enfrentase a un león y lo matase, sería calificado de terrorista que quiere acabar con la civilización selvática. Mas si la escena contemplase el desarrollo contrario y fuese el león el que hubiera matado al tigre, de inmediato se le consideraría un héroe que, una vez más, ha salvado a la selva de caer en la barbarie.
En vano tratará el tigre de explicar a sus colegas que ha muerto a garras del león o que lo ha matado para liberarles de la tiranía del autonombrado rey. Regresará a lo más profundo de la selva y las rayas de su piel camuflarán su exilio entre la frondosa vegetación. El león entonces escribirá la historia de lo sucedido, su heroica lucha contra el invasor, y la inscribirá en el gran libro de la selva. Libro que estudiarán debidamente todos los cachorros y crías del reino animal. Y de esta forma se perpetuará la leyenda de que el león fue investido de un extraordinario poder ya cuando se diseñó su creación. Un destino divino que ninguna alimaña deberá poner en tela de juicio.
Y sin embargo, todos vieron cómo el león utilizaba a las hienas, leopardos y panteras para despedazar al tigre. Después envió a los buitres para que acabaran el trabajo.
Algunos de los que andaban por allí en el momento de la carnicería comentaron, no sin cierta irritación: “Ha sido una batalla desigual y trucada.” Los cortesanos del rey sacaron fotografías de los murmuradores.
El león entonces rugió y todos los animales que se encontraban en el lugar de los hechos palidecieron –conocían bien ese rugido.
“¿Acaso no soy yo vuestro rey? ¿No es verdad que he organizado la selva con igualdad y justicia? Pasto para los herbívoros y herbívoros para los carnívoros. Mas no intentéis entender la sabiduría de vuestros superiores, pues os volveríais locos. Tengo asesores que son expertos en dietética, una ciencia de la que poco sabéis, pues vuestra congénita animalidad os impide la reflexión. O algo así. Y ahora retiraos y no pidáis clemencia para los murmuradores.”
Mas como también entre los animales los hay que son imprudentes y más que entre los humanos, uno de ellos agitó su cornamenta y le espetó al rey: “Y a ti, desprovisto de las viriles astas, ¿quién te ha nombrado rey?” El rey titubeó, para que nos vamos a engañar, pues la pregunta del cornudo bien podía desatar una revuelta vegetariana que obligara a los carnívoros a arrancarse los colmillos. Los expertos también titubearon, pues temían sufrir la ira del rey y la de los elefantes, que nunca habían desistido de la idea de nombrar un concejo como forma natural de gobierno. No obstante, y a pesar de su fortaleza, la mirada del león les hizo bajar la trompa y metérsela en la boca.
Un cazador furtivo, que pasaba por allí y que había presenciado toda la escena, no dejaba de asombrarse de lo parecidas que pueden llegar a ser las sociedades humanas a las animales. Y trató de sacar alguna provechosa enseñanza de aquella reyerta.
“De nada sirve denunciar las fechorías del poder,” se dijo, “pues es como dar patadas al agujón. Y el verdadero poder es aquel de quien emana la cultura. Incluso si el tigre hubiera matado al león, habría tenido que mantener su cultura, haciendo inevitable que otro león llegase y asumiese el poder.”
Se quedó el cazador furtivo pensativo por un momento, y después llegó a la siguiente y desconcertante conclusión: “Lo mejor es hacer como si nada hubiese sucedido y, disimuladamente, ir saliendo de la selva.”