Toda la filosofía es inquietante porque no lleva a ningún sitio. Es un continuo navegar sin rumbo. No obstante, el epifenomenalismo se ha dado cuenta de algo fundamental para una clara comprensión de la existencia:
¿Qué pasa si todos tus pensamientos, sentimientos, grandes sueños y temores terribles son irrelevantes? ¿Podría ser que toda tu vida mental sea solo un espectador inútil, mirando cómo tu cuerpo hace las cosas importantes para mantenerte vivo y en movimiento? ¿Cuál es realmente el sentido de un pensamiento?
El asunto es más inquietante de lo que plantea el epifenomenalismo, pues para poder desarrollar, a partir de estas preguntas, una epistemología coherente, deberemos resolver, antes de nada, el siguiente dilema:
-¿Es nuestro cerebro y toda la red nerviosa que recorre nuestro cuerpo llevando información a todos los órganos y terminales un estudio de producción o un receptor? Depende de lo que elijamos, el tren epistemológico nos llevará a un destino o a otro. Si elegimos la primera opción, llegaremos a una vía muerta, la vía a la que llega, una y otra vez, la filosofía y la ciencia –no sabemos cómo se originó la materia a partir de un escenario de no-materia y, por lo tanto, no sabemos cómo se originó el universo, ni mucho menos la vida a partir de un escenario de no-vida, ya que todo el universo está muerto, todo lo que constituye la célula o cualquier otra entidad viva, es materia inerte. Sin embargo, a pesar de estos escenarios tan inquietantes e irresolubles, hay universo y hay vida. No sabemos cómo ha podido suceder algo así –vía muerta.
En un día cualquiera, tomamos miles de decisiones y realizamos innumerables acciones. Movemos las piernas para caminar, abrimos la boca para comer, sonreímos a nuestros amigos, besamos a nuestros seres queridos, etc. Hoy en día, sabemos lo suficiente sobre neurociencia y fisiología como para dar una descripción completa de cómo sucede esto. Podemos señalar las partes del cerebro que se activan, la ruta que tomarán las señales nerviosas hacia arriba y hacia abajo por el cuerpo, la forma en que se contraerán los músculos y cómo reaccionará el cuerpo. Podemos, en resumen, dar un relato físico completo de todo lo que hacemos.
La pregunta, entonces, es: ¿cuál es el objetivo de nuestra consciencia? Si podemos explicar nuestro comportamiento con causas físicas, ¿qué papel juegan nuestros pensamientos?
No entendemos por qué se mezcla aquí la consciencia con los pensamientos –dos conceptos que no tienen nada que ver el uno con el otro. Lo explicaremos más adelante.
Lo importante ahora es analizar qué pasaría si eligiésemos la segunda opción –nuestro cerebro y sus redes formarían un receptor que cumpliría con las mismas funciones que una radio o un televisor.
Cuando encendemos cualquiera de estos dos aparatos, recibimos señales decodificadas en forma de voces, sonidos, música o imágenes. Mas todo ello no se ha producido dentro de estos aparatos, sino en estudios de producción que podrían estar ubicados a miles de kilómetros de distancia. ¿Cómo es entonces que recibo, por medio de estos aparatos, lo que esos estudios producen? A través de ondas que llegan a su interior en el que hay un sistema de dispositivos que decodifican estas ondas en voces, sonidos… sin que las veamos o sintamos. Sabemos que existen por los efectos que producen.
Así mismo funciona nuestro cerebro –no es un productor de ideas, sino un receptor. Todo lo que percibimos como producción cognitiva se origina en el Gran Estudio de Producción. Nuestro cerebro, como los dispositivos de una radio o de un televisor, descodifica las “ondas” que le llegan de ese GEP en formato ideas de todo tipo, intensidad, densidad, cualidad.
El guión de la filmación existencial estaba escrito de antemano y ahora simplemente se va manifestando. Y ello significa que todo, ideas, movimientos, sentimientos, acontecimientos… todo es inevitable, irreversible. Cuando una película ha sido filmada y registrada en un soporte, nada se puede cambiar –cada movimiento de los actores, cada objeto, cada acción… se manifestará en la pantalla tal y como ha sido filmada y registrada.
¿Cuál entonces es nuestro papel en la existencia? ¿Para qué vivimos? Si le hacemos estas mismas preguntas a un espectador que acaba de salir de una sala de cine, sin duda que nos sabrá responder correctamente –para disfrutar de la acción sin participar en ella.
Sin embargo, no todos los espectadores disfrutan de la película de esta misma manera. La mayoría de ellos se va identificando con esa acción hasta perder de vista, hasta perder la consciencia de ser espectador y no actor.
Y es aquí donde pierde el hilo el epifenomenalismo, es aquí donde se confunde pensamiento, actividad cognitiva, con consciencia.
La consciencia es la luz que ilumina la estancia. No es los muebles, los muros, los colores, las densidades de los objetos… No es el pensamiento. Y, sin embargo, sin la consciencia, sin la luz, no podríamos percibir todo lo que conforma ese espacio.
Por lo tanto, el ser humano se compone de tres elementos –uno propio y dos eventuales, prestados, externos. El propio es la nafs o entidad viva independiente que conforma nuestro “yo”, nuestro sí mismo. El segundo elemento, prestado, es el cuerpo, a través del cual percibimos el mundo exterior. El tercero, también prestado, es la consciencia, la luz que nos permite la reflexión, pues gracias a ella observamos la acción y observamos al observador.
Y es a través de la consciencia, no del pensamiento, como podemos conectarnos a la órbita divina, a la Fuente, a nuestro Creador.