¿Qué generaciones le importan al nuevo orden mundial?

No cabe la menor duda de que la nuestra es la que menos le importa, la que quiere que desaparezca. Somos nosotros, nuestra generación, los que nacimos justo después de la segunda guerra mundial, en los 50, el producto del gran experimento social con el que pensaban reorganizar el mundo. El experimento era doble y se jugaba a dos bandas.

La revolución rusa iba a establecer su propio orden mundial basado en la eliminación de la propiedad privada; en el establecimiento de un estado protector y omnipresente, controlador de las vidas de los ciudadanos; en la denigración de los valores religiosos y el resurgimiento de la historia y de la ciencia como los nuevos dioses laicos –todos unidos bajo un mismo partido, un mismo gobierno, un mismo estado… caminando hacia un futuro luminoso.

Frente a este proyecto soviético, Estados Unidos y Europa iban a establecer el suyo alimentándose de elementos instaurados por la revolución rusa, mezclados con los que el capitalismo ofrecía y exigía.

No obstante, ambos sistemas, ambos órdenes mundiales demostraron adolecer de significativas carencias a la hora de resolver el control efectivo de masas.

El capitalismo occidental fue desarrollando sus poderosos media, con los que dirigir a sus ciudadanos y establecer los valores que en cada momento fueran convenientes. Sin embargo, las tremendas desigualdades sociales que se iban generando de forma natural al desarrollarse el capitalismo, la discriminación racial, el pasado esclavista y colonialista de todo occidente, el desmesurado poder que iban adquiriendo determinadas empresas y familias… dio al traste con aquel futuro, también luminoso, de prosperidad para todos y de bienestar.

Tampoco la experiencia soviética resultó satisfactoria para nadie. La austeridad que se impuso en todo aquel vasto territorio alcanzó a las elites, que fueron engullidas por la dictadura del proletariado, y no tenían otra forma de mantener sus privilegios que con la corrupción y el crimen. Sin embargo, nadie dormía en la calle, no había desempleo. Carecían de opulencia, pero también de miseria.

Esto ha llevado a que, durante 70 años, las sociedades de uno y otro orden mundial se hayan estado reprochando las carencias de lo que abunda en el otro bando –libertad de expresión y libertad religiosa, propiedad privada, igualdad de oportunidades para todos… en el lado occidental de la balanza. Derechos sociales, igualdad, repartición equitativa de la riqueza… en el platillo soviético.

Aquella balanza se hizo añicos cuando en internet se fue configurando una verdadera libertad de expresión, y se fueron denunciando las falacias de ambos sistemas –apareció la gran mentira y con ella la duda, la sospecha, la investigación independiente, las indagaciones, las interconexiones… la pandemia y los cierres de cuentas, el confinamiento, la inmovilidad.

Ninguna revolución ha funcionado porque siempre ha habido oposición. El mundo, la política, los intereses… no estaban unificados. Cada imperio quería dominar a todos los demás poderes. Era un reparto de territorios muy parecido a cuando una manada de lobos disputa su presa.

Ha llegado el momento de la verdadera globalización. Un solo poder, un solo imperio. Cambiarán los nombres y los conceptos. En vez de países habrá consorcios. Sus únicos enemigos serán los ciudadanos que quieran dirigir sus vidas, como ahora lo son los no-vacunados, los anti-confinamientos, los anti-mascarillas.

La vida cotidiana será on-line, virtual… y la vida real será ilegal, estará patrullada. ¿Para quién será éste un mundo ideal, deseado? Para las generaciones pop del segundo milenio, pero sus verdaderos aliados, sus defensores, serán los nacidos en 2020, el año de la bestia, el año del virus, el año del imperio unificado.

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