Esta pregunta, como muchas otras de este tipo, sugerentes, parte de una premisa equivocada –el hombre puede, a través de sus capacidades cognitivas, conocer la respuesta. Y esta premisa es la culpable de que se hayan emborronado miles de hojas, se hayan producido centenares de videos, de entrevistas, de discusiones… llegando a un frustrante y devastador resultado.
La muerte es inevitable para todos los seres vivos conocidos. Sin embargo, sobre la cuestión de si hay algo después de que se acabe la vida, la respuesta más honesta es que nadie lo sabe.
A esta conclusión llegan los autores de un video editado por Big Think. Es una conclusión honesta, pero no por ello aporta luz al asunto. Y ello, porque, como apuntábamos antes, se plantea el problema al revés –se espera que los “expertos” encuentren la solución al enigma. Basta con discurrir, leer, estudiar, debatir… y daremos con la solución. Sin embargo, el problema aquí no es teórico, sino práctico, y nadie tiene la experiencia de haber estado muerto un par de años y de luego haber vuelto a la vida.
Por lo tanto, la subjetividad humana no es capaz de responder a la pregunta inicial de si hay vida después de la muerte.
Hasta ahora, no hay evidencia científica que pruebe o refute lo que sucede después de la muerte. Astrónomos, Neurocientíficos y filósofos se preguntan cómo sería la vida después de la muerte, qué significan realmente los conceptos bíblicos de ‘vida eterna’ e ‘infierno’, por qué tanta gente alrededor el mundo elige creer que la muerte no es el final, y si esa creencia es, en última instancia, perjudicial o beneficiosa para nuestras vidas.
Los Astrónomos, Neurocientíficos y filósofos son, precisamente, los menos indicados para contestar a esta pregunta, pues carecen de toda experiencia transcendental. Los científicos observan determinados fenómenos físicos y los interpretan siguiendo las directrices generales que la academia (uno de los poderosos brazos del deep state) impone a su curia. Utilizan para ello un lenguaje propio que nadie entiende y describen hallazgos que no le importan a nadie. Hablan de las mitocondrias, de los conjuntos de galaxias, de explosiones termonucleares en el espacio profundo… pero cuando llegan a las preguntas que sí le conciernen a la gente, como la que encabeza este artículo, muestran su aterrador infantilismo.
Invirtamos, pues, el orden de los factores. Preguntemos al objetivismo absoluto si hay vida después de la muerte, si debemos esperar que el viaje existencial continúe. ¿Dónde podemos encontrar este objetivismo absoluto? Se ha ido transportando a lo largo de los milenios en los libros revelados a los profetas y en los mitos –mito como estructura básica de la realidad. En todo este material vemos, invariablemente, una rotunda afirmación de que hay vida después de la muerte –en la historiografía egipcia, mesopotámica, china, japonesa… en el Nuevo Testamento, en el Corán… No hay un solo texto tradicional, mítico, que niegue la vida después de la muerte, que niegue el establecimiento de la Balanza con sus platillos del bien y del mal, que niegue algún tipo de paraíso y de infierno, de premio y de castigo.
Este objetivismo absoluto es, pues, el que le es propio al Creador de la existencia y de todo cuanto ésta contiene. Los argumentos están ampliamente presentados en los libros revelados, excepto en el Antiguo Testamento, en el que ha desaparecido toda referencia a la transcendencia, pues los banu Israil (los judíos) detestaban, en su gran mayoría, a los profetas y lo que deseaban eran reyes con los que conquistar y dominar el mundo. Por ello, como nos advierte el Corán, ocultaron y cambiaron buena parte del texto revelado al profeta Musa.
Mas también podemos encontrar argumentos en nuestra fitrah (ver Artículo X) y en la lógica que subyace en todo proceso cognitivo –la creencia en la vida post-mortem es lo único que puede dar sentido a nuestra existencia. De forma lógica, si negamos esta realidad objetiva, el hecho de nacer, dentro de una portentosa organización, como seres inteligentes y conscientes para luego morir sin dejar rastro, resultaría el mayor escándalo ontológico y el más grave atentado contra toda lógica. Únicamente esta vida post-mortem puede dar sentido a nuestra existencia y a la existencia de este universo (ver Apéndice P).
Sin embargo, la muerte nos aterra, pues la hemos asociado con el cuerpo –algo que vemos corromperse y desaparecer al cabo de un tiempo. Ahí estábamos nosotros, pensamos. Y este hecho incuestionable va en contra de nuestro profundo deseo de inmortalidad, de seguir existiendo –un deseo que apunta a esa realidad objetiva –hay vida después de la muerte.
El terror, no obstante, continúa, pues no sabemos cómo será esa vida post-mortem, no sabemos cómo entraremos en ella con este cuerpo descomponiéndose. Parece un viaje hacia lo desconocido.
La primera etapa consiste en deshacerse de esa errónea idea de que nosotros somos este cuerpo, el cuerpo que vemos descomponerse después de la muerte. El cuerpo es meramente el soporte en el que se manifiesta el “yo” o el ego, la nafs, el alma. De la misma forma que los colores necesitan un soporte para expresarse. Sin embargo, cuando ese soporte se destruye o se quema, el color se mantiene intacto en estado de potencia hasta que encuentra otro soporte –si la mesa azul se ha quemado, el azul podrá presentarse de nuevo en una silla o en una estantería. Lo mismo ocurre con nuestra nafs. Ésta se irá manifestando en los cuerpos que se correspondan con los diferentes estados por los que irá pasando –cuerpo para la vigilia, cuerpo para el sueño, cuerpo para la tumba, cuerpo para la resurrección, cuerpo para el Jardín y cuerpo para el fuego.
El cuerpo, los cuerpos, los soportes… mueren, no la nafs. Esta es la realidad objetiva que todos los pueblos han guardado en sus transmisiones proféticas –directamente, en los libros; indirectamente, en los mitos.
Mas la corriente materialista, chamánica, rebelde… no calculó, cuando decidió matar a Dios, las consecuencias de tal crimen, como nos recuerda Nietzsche en la Gaya Ciencia:
Dios ha muerto. Lo hemos matado. ¿Cómo podremos consolarnos a nosotros mismos, a nosotros, los mayores asesinos de todos los asesinos? Lo que era más sagrado y más poderoso de todo lo que el mundo aún posee, se desangró bajo nuestros cuchillos: ¿quién nos limpiará esta sangre? ¿Qué agua podrá limpiarnos? ¿Qué festivales de expiación, qué juegos sagrados deberemos inventar? ¿No será la grandeza de esta acción demasiado grande para nosotros? ¿No deberíamos nosotros mismos convertirnos en dioses simplemente para parecer dignos de ello?
Y eso es lo que han hecho, convertirse en dioses. Mas ¿qué dioses pueden ser estos científicos que sólo saben que no saben nada? ¿No son acaso humanos, demasiado humanos? ¿Podrán llevar sobre sus académicos hombros este universo cuando ni tan siquiera saben si habrá vida después de la muerte? ¿No han sido ellos, los dioses, los que han creado la existencia?
Mas Dios no ha muerto, Allah el Altísimo está “vivo” y nos enseña a través de Su objetividad, a través de Su sistema profético, de Sus libros, de Su inspiración.
No es acaso hora de abandonar a estos dioses de paja y volver al Único. Pues la vida post-mortem, la nuestra, la de cada uno, la estamos construyendo en ésta. Es aquí donde se decide nuestro futuro, las próximas etapas del viaje existencial.