La indiferencia acabará aniquilándonos

No sabemos si la próxima confrontación bélica la establecerá el covid19 o las armas de destrucción masiva, pero lo que parece inevitable es la guerra, algún tipo de guerra que genere un cambio radical, una nueva forma de vida o de esclavitud.

La primera toma de consciencia debería ser la de que somos esclavos, robots humanos, piezas cuasi inertes de un mecanismo que trabaja para otros. La pandemia ha mostrado de forma deprimente hasta qué punto somos marionetas de un poder que no necesita ser elegido ni hacer campañas electorales. Se trata de un simple virus, de un virus que todavía no ha conseguido llegar a la estadística letal de cualquier gripe, pero que ya ha cerrado fronteras y aeropuertos; ha arruinado a la pequeña y mediana empresa de medio mundo; nos ha confinado en nuestras casas y nos ha obligado a ponernos una mascarilla –por lo tanto, no es un simple virus; por lo tanto, no se trata de una simple pandemia.

La nueva forma de esclavitud que surja de esta crisis vírica será todavía más deprimente, aunque no para los esclavos, no para las generaciones de los que nazcan ahora, en el 2020. Estos vivirán en un “mundo feliz”, sin ideales, sin creencia, sin ambiciones, sin valores… robots perfectos que tendrán en su mano todo lo que necesiten –enajenación, olvido, inconsciencia… Se intentará que no haya errores, aunque seguro que hay imprevistos, piezas defectuosas que habrá que refundir –nadie se dará cuenta, nadie notara las rectificaciones.

Ahora estamos en la fase de sentirnos incómodos en la Tierra y de odiar a nuestros semejantes. Se está cambiando la atmósfera terrestre; el clima empeora; se deshacen los grandes bloques de hielo; nos amenazan constantes terremotos, tornados, tsunamis… nos contagian. Quizás sea hora de irnos, de salir de este barril de pólvora. ¿Qué puede haber de interesante en seguir aquí? Deberíamos pensar en acompañar a los astronautas en su próximo vuelo a la Luna o a Marte. Pero ¿acaso no es otra de las quimeras con las que se nos había convencido para ser esclavos, para cavar túneles, para levantar rascacielos, para fabricar armas… nuevos materiales? Nadie va a ir a la Luna ni a Marte. Lo intentarán en el 2024, una fecha decepcionante, muchos ya no estarán aquí, muchos ya no podrán ir a la Luna ni ser inmortales. Tantas promesas fallidas… Mataron a Dios y eso ha sido todo –no han podido substituirLe. Crece el vacío que ya no se podrá llenar con vicio desde el confinamiento. No podemos hacer nada para evitar esta hecatombe, pero, al menos, debemos mantener a salvo la consciencia. Al menos, debemos salirnos de ese mecanismo que nos está triturando; al menos, debemos estropearnos, dejar de funcionar, alejarnos de sus grandes urbes, de los países desarrollados, del lujo tecnológico.

Se acabará el turismo, pues no habrá quedado nada que excite nuestra curiosidad –para qué movernos con la mascarilla puesta y el pasaporte “de los comprobadamente sanos”. ¿En qué destino nos esperarán con los brazos abiertos? Habrá gente irreconocible que nos ordenará con voz metálica que nos sentemos en aquellas sillas y esperemos. Después nos conducirán a una sala para comprobar que seguimos sanos, pues en ese país habrá otros protocolos. Las calles estarán vacías –policías, ejército… “protegiéndonos.”

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Sin embargo, ante este escenario cuasi apocalíptico lo que más abunda es la indiferencia –la mayoría de la gente sigue reservando hotel, apartamento, mansión… Sigue yendo a la playa o saliendo de alterne por las noches. Las cosas van mejor. Pero entonces ¿Por qué aparece Trump con mascarilla, por primera vez? Cuando la pandemia estaba en su punto más álgido, no la llevaba, pero ahora sí, a pesar de que el ministro de sanidad español ha anunciado que no habrá segunda oleada y que estamos a las puertas de un final feliz. ¿No debería preocuparnos el hecho de que cada día los medios de comunicación nos bombardeen con noticias contradictorias y absurdas? ¿No deberían resultarnos sospechosas las declaraciones de los “expertos”, de los “científicos”?

Al mismo tiempo que nos asustan con los virus, nos proponen una vida mejor en otros planetas, en otras galaxias, en otros mundos. Pronto habrá colonias en la Luna, en Marte y, ahora, parece que el próximo destino será Venus. Ya se están reclutando voluntarios. La NASA nunca descansa, pero no mandó a sus proyectos a luchar contra las pandemias:

La NASA anunció el jueves que el trabajo en el cohete de carga pesada del sistema de lanzamiento espacial y la cápsula de la tripulación Orion en las instalaciones de Louisiana y Mississippi se detendrá debido a la propagación de la pandemia de coronavirus y a un exceso en el presupuesto, un paro que podría forzar más retrasos en el ya retrasado calendario propuesto inicialmente.

La nave espacial Orion de la NASA está construida para llevar a seres humanos más lejos de lo que nunca antes habían estado. Orion servirá como el vehículo de exploración que llevará a la tripulación al espacio, proporcionará capacidad de aborto de emergencia, sostendrá a la tripulación durante el viaje espacial y proporcionará un reingreso seguro desde el espacio profundo.

Son declaraciones de la NASA realizadas hace tres meses. No habrá viajes a la Luna ni a Marte ni a 7.000 kilómetros de la Tierra que era la distancia que pensaba recorrer Orion en su épico viaje –quizás lo piense todavía.

La fórmula es relativamente sencilla:

desconexión de la Tierra + fantasías espaciales = confinamiento perpetuo + vida virtual

Relativamente sencilla, pero difícil de implementar. No obstante, no cesan las expertas declaraciones de científicos, personal especializado del Pentágono y de la NASA, de advertirnos sobre el inminente encuentro con extraterrestres. Tampoco ese encuentro ocurrirá jamás. Son emociones, impulsos para seguir avanzando, para seguir viviendo –ya casi no tenemos nada que dé sentido a nuestras vidas.

Mas no hay por qué alarmarse. Hay que recordar el lugar en el que se abrió la bifurcación, en el que se cambió el rumbo. Hemos perdido la noción de Ajirah, de la vida después de la muerte. Nos han confundido con la muerte de Dios, científicamente demostrada, y con la reencarnación. Nos han dejado tirados en la cuneta y ahora nos piden que desconectemos nuestra consciencia. ¿Acaso no es tiempo de volver a ese punto inicial? Nos han engañado porque deseábamos ser engañados, justificar nuestro ateísmo o nuestra indiferencia hacia la verdad –era tan divertido dar rienda suelta a la imaginación, a los deseos… apoyados por la NASA, por el Pentágono, por los liberales, por la ciencia… ¿Te acompañan en tu confinamiento? ¿Añaden algo a tu nómina? Hasta el 30 de septiembre no habrá desahucios –tenemos tres meses para construirnos una cabaña, a pesar de que los 200.000 millones de euros que “ha movido” el gobierno son para ellos, son para los bancos, son para el deep state, volverá el desahucio. Parece que sí hay por qué alarmarse, aunque lo más alarmante sea nuestra indiferencia ante este estado de hechos, nuestra posición de espera, con la cabeza debajo de la tierra, esperando la dentellada mortal.

sondas.blog – 14 julio, 2020

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