El descenso de la verdad acarrea división y discordia

Uno de los episodios más extraños e incomprensibles de la historia del Islam es, sin lugar a dudas, el rechazo de los Quraish a la profecía de Muhammad (s.a.s). Todo el mundo reconocía su honestidad, su refinado comportamiento, su generosa actitud con los desvalidos, su veracidad… No había una sola persona en toda Meca que pudiera alegar estar en posesión de estas cualidades en el mismo grado que Muhammad (s.a.s).

Jadiya bint Juwailid era una de las mujeres más prominentes de la ciudad; no sólo por su belleza y su talento, sino también por su virtuosa forma de vida. Era deseada como esposa por todos los hombres de Meca. Cualquiera de ellos se habría sentido honrado si Jadiya lo hubiera escogido por esposo; sin embargo, prefirió a Muhammad, un hombre pobre, huérfano, sin ningún poder en la sociedad. Pero lo que ella vio en él fue lo mismo que veían todos los demás –una integridad fuera de lo común. Su elevado sentido de la justicia hacia que cuando los mequinenses más ricos abandonaban la ciudad en sus largos viajes comerciales, fuese a Muhammad a quien confiasen sus bienes en custodia; hasta tal punto tenían confianza en él.

Por otra parte, nunca se le conoció el menor interés por medrar social o políticamente. Nunca organizó un partido o un grupo de poder, ni tampoco se interesó nunca por la poesía, por la declamación, por las tertulias literarias… Estaba siempre ocupado con su familia, o se retiraba a un lugar apartado –poco antes de recibir la Profecía solía frecuentar la cueva Hira– para meditar sobre la creación.

Todos los mequinenses veían en él al vecino modélico, al pariente modélico, al comerciante modélico, incapaz de mentir o engañar a nadie, aunque se tratase de su peor enemigo.

El caso de Zaid muestra claramente el amor que sentía todo aquel que entraba en relación con el Profeta. Siendo muy joven, fue capturado por unos caravaneros y vendido como esclavo. La Misericordia de Allah dispuso las circunstancias adecuadas para que el tío de Jadiya lo comprase y se lo regalase a su sobrina. Ésta, a su vez, se lo dio a su esposo, pues veía el gran afecto que sentía por él. Mientras tanto, su familia lo buscaba desesperadamente por toda Arabia. Un día, su tío, junto con otro de sus parientes, dio con el paradero de su sobrino. Fue el día más feliz de su vida. Todos sus esfuerzos parecían haber dado, por fin, el fruto deseado. Pronto, sin embargo, comprendió la situación. Sin querer dilatar por más tiempo las negociaciones, aceptó pagarle la suma de dinero que quisiera por la liberación de su amado sobrino. ¿Podemos imaginarnos a Muhammad (s.a.s) tratando de hacer negocio con Zaid? Nada más lejos de su intención. Les invitó a entrar en casa y les dijo: “No tenéis que pagarme nada por Zaid. Si quiere irse con vosotros, es libre; y si quiere quedarse, es libre y es bienvenido.” Hasta tal punto impresionaron al tío de Zaid las palabras del futuro Profeta que aceptó de inmediato el trato que le proponía el Mensajero de Allah. A continuación, llamó a Zaid y su tío le explicó el acuerdo al que habían llegado, convencido de que elegiría volver con su familia; sin embargo, su respuesta fue contundente: “No he encontrado en mi vida un hombre como él; por nada del mundo le abandonaría.” Su tío se entristeció ante aquella respuesta, pero, al mismo tiempo, su corazón se llenó de alegría –no podía haber mejores manos en las que dejar a su amado sobrino.

Si alguien hubiera dicho públicamente que Muhammad era un mentiroso, le habrían apedreado de inmediato. Nadie en Mecca albergaba la menor duda sobre la integridad del nieto de Abdel Muttalib. Nunca había tenido relación con ninguna mujer hasta que se casó con Jadiyya; nunca asistía a las fiestas paganas de los Quraish ni se emborrachaba con los prohombres de Meca. Todos conocían y admiraban la pureza y el refinamiento de su corazón.

En este estado de cosas desciende sobre Muhammad (s.a.s) la Profecía, y tan ajeno se sentía a cualquier notoriedad que aquel inesperado suceso le llenó de consternación. Incluso llegó a pensar que había sido objeto del hechizo de algún shayatin. Sin embargo, su esposa Jadiya, su primo ‘Ali y Zaid creyeron en él de inmediato. Pero ahora tenía que anunciar esta buena nueva al resto de la gente; tenía que hacerlo público.

Con todos los antecedentes que obraban en su haber, no parecía que pudiera presentarse ningún contratiempo. Bien al contrario, cualquier observador ajeno a la escena estaría convencido de que Meca entera aceptaría a Muhammad como el Mensajero de Allah. Su honestidad, su veracidad, su pureza… eran sin duda cualidades idóneas para recibir el último Mensaje Divino. Con toda la humildad del mundo, pero también con una firme determinación, subió al monte Safa y desde allí llamó a los clanes de Meca según la forma tradicional con la que se convocaba a la gente para anunciarles un asunto importante. Toda la ciudad acudió a escuchar lo que tenía que decirles el Amin (el digno de confianza). El Profeta Muhammad (s.a.s) de sobras conocía la alta estima de la que gozaba entre sus conciudadanos, pero quiso hace ver a sus clanes más cercanos que si la gente de Meca le consideraba el veraz y el digno de confianza, con más razón deberían hacerlo ellos y apoyarle en su misión profética. Por ello, antes de anunciarles que había sido elegido por Allah para transmitir a la humanidad entera Su Mensaje, les preguntó: “Si os dijera que hay un ejército enemigo en el valle detrás de esa montaña preparado para atacaros, ¿me creeríais?”

Todos asintieron con la cabeza y algunos ratificaron su posición diciendo: “Claro que sí; no sabemos que hayas mentido jamás y te tenemos por un hombre veraz; por lo tanto, creeremos en lo que nos digas.”

Con esta confirmación en la mano comenzó su discurso: “Allah me ha enviado para advertiros del castigo del fuego…”

En este momento, su tío Abu Lahab le cortó la palabra y le rebatió con los más despreciativos argumentos: “¿Para esa estupidez nos has convocado aquí y nos has hecho perder el tiempo?”

De repente, la bendita reputación de Muhammad (s.a.s) se vino abajo. Parecía como si fuese un extranjero que acabase de llegar a la ciudad y tratara de vender el elixir de la inmortalidad; un charlatán, un embaucador. ¿Cómo es posible que la gente que había convivido con él 40 años, comprobando durante todo ese tiempo su honestidad, su veracidad, su fidelidad a la palabra dada, su generosidad… se volviera contra él y le tachase de mentiroso, de poeta poseso, de loco, de hechicero…? ¿Qué había pasado? ¿Cómo se puede justificar esta actitud, este giro tan radical?

La respuesta a tan extraña actitud por parte de los mequinenses al discurso del Mensajero de Allah (s.a.s) la encontramos en el Qur-an, en una serie de aleyas en las que Allah el Altísimo nos advierte de un hecho no menos insólito que el rechazo de los Quraish al Profeta Muhammad (s.a.s):

(1) No han disentido ni se han separado los encubridores de entre la Gente del Kitab y los idólatras hasta que no les ha llegado la clarificación.

Qur-an 98 – al Bayyinah

(14) No se dividieron, sino después de haberles llegado el conocimiento, llevados por la envidia.

Qur-an 42 – ash Shura

Cada grupo social, religioso o político, vive según la subjetividad que los diferencia entre sí. Nadie pretende tener la verdad absoluta y, por lo tanto, hay una cierta aceptación de los otros. Se acepta el relevo en el poder y a los dioses de otros panteones. Lo importante es mantener una subjetividad tolerante que mantenga el funcionamiento de la idolatría –todos tienen derecho a tener sus dioses.

Sin embargo, cuando desciende la Evidencia, la Verdad, entonces todos se rebelan, pues la Luz Clarificadora de la Objetividad Divina muestra los errores cada una de las subjetividades con las que se habían erigido aquellos inmensos edificios paganos en los que no se adoraba otra cosa que la falsedad –ahora hay que elegir un Dios, uno solo; un Din, un sistema, uno solo. A todos los demás habrá que echarlos al fuego.

Mas ningún sistema social, religioso o político aceptaría esta propuesta. Ahora comenzarán a echar basura sobre su propio jardín hasta que parezca un vertedero maloliente.

Tanto judíos como cristianos esperaban “al Profeta”, el último, el sello de la profecía. Mas ese último eslabón profético no podía surgir, sino de la comunidad judía, de los Banu Israil –un descendiente de David. Este era el planteamiento que les dictaba su subjetividad y, por lo tanto, no podían aceptar a un huérfano árabe como su guía, aunque esa fuera la realidad objetiva.

Tampoco los cristianos mostraron mejor disposición hacia la Objetividad Divina. También ellos esperaban “al profeta”, lo encontramos en el evangelio de Juan:

1:19 Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú, quién eres?
1:20 Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo.
1:21 Y le preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No.
1:22 Le dijeron: ¿Pues quién eres? para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?
1:23 Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.
1:24 Y los que habían sido enviados eran de los fariseos.
1:25 Y le preguntaron, y le dijeron: ¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta?  

Mas cuando llegó la Verdad, la Clarificación, los cristianos ya habían abrazado, mayoritariamente, la doctrina de la trinidad y, por ello, no pudieron reconocer ni aceptar a la última perla del collar profético –su subjetividad les velo y quedaron ciegos a la Verdad, a la Objetividad Divina.

No solamente la trinidad representaba un altercado ontológico de primer orden, sino que, además, allanaba el camino para el desarrollo de una potentísima casta sacerdotal que no estaba dispuesta a perder sus privilegios a cambio de establecer la Verdad, de esclarecer los errores infiltrados en la doctrina de Isa (Jesús) y continuar con el sistema profético. La Objetividad Divina resultó ser particularmente molesta y peligrosa para sus planes de dominación.

La historia de la humanidad nos muestra con repetidos ejemplos que es estrictamente cierta la observación que Allah el Altísimo hace en el Qur-an; sin embargo, sigue resultándonos extraño que el hombre se rebele y dispute precisamente cuando desciende la verdad. Según toda lógica, debería ser justo al contrario –hay disputa y enfrentamiento porque el conocimiento, la clarividencia, han sido eclipsados por la falsedad y lo único que nos llega es una imagen distorsionada de la realidad. Cada uno está sumergido en su errónea subjetividad y ve en la opinión de los otros un claro extravío. Es lógico que así sea, pues la oscuridad anula nuestra visión y nos impide ver la realidad tal y como es. Por ello, cuando desciende la Verdad, la Luz Divina, la Claridad, la Objetividad, debería producirse un acuerdo general que nos hiciera abandonar nuestro subjetivismo y seguirla, pues ahora los ojos pueden ver la forma exacta de los objetos, y el corazón puede comprender los significados, los conceptos, los sentimientos correctos. ¿Cómo es posible entonces que se produzca el fenómeno contrario? De nuevo la explicación la encontramos en el Qur-an:

(124) Cuando se hace descargar una sura, algunos de ellos preguntan: “¿A quién de vosotros le ha hecho crecer el iman?” A los que creen les ha hecho que crezca su iman y se llenan por ello de gozo. (125) Mas a los que tienen una enfermedad en el corazón les añade inmundicia a la inmundicia que ya tienen y les hace morir encubriendo la verdad.

Qur-an 9 – al Tawbah

(53) para hacer que lo que arroja el shaytan sea un motivo de discordia entre los que tienen una enfermedad en sus endurecidos corazones. Los infames están en un cisma que cada vez les aleja más de la verdad.

Qur-an 22 – al Hayy

Por lo tanto, hay corazones que están enfermos, y lo que la Luz Divina proyecta en ellos es más oscuridad. Los discípulos de Isa y otra gente de su tiempo, tan pronto como oyeron sus palabras, creyeron en él, creyeron en la verdad que les transmitía. Muchos de ellos prefirieron morir antes que renegar de esa Verdad. Cuando Jadiya recibió a su esposo que volvía tembloroso de la cueva de Hira después de su encuentro con el ángel (a.s), enseguida le tranquilizó y le aseguró que aquella experiencia sólo podía provenir del Cielo. Jadiya no tenía una enfermedad en el corazón y por ello inmediatamente creyó en la misión de Muhammad (s.a.s). Nadie le conocía mejor que ella; ¿acaso podía haber un hombre más digno de recibir la Profecía que él? Lo mismo ocurrió con su hijo adoptivo, Zaid. ¿Podía renegar del Mensajero de Allah (s.a.s) quien lo había preferido a su propia familia? De la misma forma, ‘Ali, aunque era muy joven, casi un niño, había vivido en la casa del Profeta (s.a.s) el tiempo suficiente para comprender que no podía haber otro ser vivo en el universo más digno que su primo para anunciar al mundo el último Mensaje Divino. Su amigo Abu Bakr, tan pronto como se enteró del asunto, puso toda su confianza en el Amin. ¿Cómo podía ese hombre veraz, a quien conocía desde que era niño, mentir, engañar, falsear los hechos? Aunque Musa (a.s) era un forajido que huía de Misr, cuando llegó a los Madianitas, el anciano padre de las dos muchachas a las que había ayudado a abrevar las ovejas creyó en él; le ofreció a una de sus hijas en matrimonio y le aseguró que mientras estuviese en su casa no tendría nada que temer. Todos ellos eran creyentes que vivían en las tinieblas pues todavía no había descendido la Luz de Allah, Su Revelación, Su Objetividad, Su Guía, Su Verdad. Yunus (a.s) descendió a la oscuridad más profunda; a una oscuridad abismal; a una oscuridad dentro de otra oscuridad. Musa (a.s) se escondía tras la cortina de la noche para evitar que le apresara la guardia de Firaun. Muhammad (s.a.s) meditaba en la oscuridad de la cueva de Hira. Todos ellos veían con extrañeza a sus contemporáneos, ajenos a la grandeza del universo; ghafilun, despreocupados, del Más Allá. Sus corazones rebosaban de iman, pero no había Libro ni hikmah; no había Luz ni guía y por ello, aunque se mantenían al margen de sus sociedades, vivían en su misma oscuridad. Sin embargo, cuando descendió la Verdad, la Luz de Allah, sus corazones se iluminaron por completo:

(257) Allah es el protector de los creyentes. Los saca de las tinieblas y los lleva a la luz.

Qur-an 2 – al Baqarah

Había iman en sus corazones, pero no había Luz, comprensión, objetividad. Ahora, todo empezaba a cobrar su forma real. Allah sacó a Yunus (a.s) de la oscuridad del mar y de la ignorancia, y lo llevó a la Luz del día; puso su cuerpo en tierra firme y puso comprensión en su contrito corazón. Había estado en las tinieblas y ahora el Altísimo lo había conducido a la Luz. Musa (a.s) recibe la Profecía en el Monte, y por fin comprende la razón del anhelo y de las ansias que ardían en su pecho. Muhammad (s.a.s) desciende de la cueva, de la oscuridad y todo ese tiempo de soledad, de retiro, de búsqueda… llega a su fin. Cuando Muhammad (s.a.s) anuncia al mundo la Verdad del Altísimo, los creyentes, los que no tienen una enfermedad en el corazón, creen en él, se regocijan, se llenan de luz y el aparente caos de sus vidas recobra sentido de inmediato; su extrañeza, su aislamiento, su angustia… se convierten en un impulso imparable que les hace llevar el Mensaje Divino hasta el último rincón de la Tierra.

A los encubridores, en cambio, esa Luz Divina no hace sino aumentar sus tinieblas, su ceguera, su sordera… no hace sino llevarles más y más lejos en su lejano extravío:

(257) …pero los protectores de los encubridores son los taghut. Los sacan de la luz y los llevan a las tinieblas. Ésos son los que serán arrojados al fuego. En él penarán para siempre.

Qur-an 2 – al Baqarah

El hombre nace en la fitrah (ver Artículo 10), en la Verdad, en la luz, pero poco a poco su corazón enferma y no tiene otra preocupación que la de seguir sus deseos. Los taghut entonces toman las riendas de sus vidas y se erigen en sus protectores, sacándoles de la luz y llevándoles a las tinieblas.

Ibrahim (a.s) vivía en la oscuridad de su tiempo. Había descubierto lo que “no era”, pero sin Revelación y sin Luz Divina no lograba dar con lo que “era”. Su investigación, su iytihad, lo formulaba en negativo –el Sol no es, la Luna no es, aquel planeta no es… pero no alcanzaba a ver con claridad la parte positiva de la moneda. La angustia y la desesperación que sentía le llevaron a enfermar. Entonces descendió la Revelación del Altísimo, la Luz y la hikmah, e Ibrahim (a.s) entendió lo que “era”, y Allah añadió luz a su luz y le mostró los dominios de los Cielos y de la Tierra.

Cuando Muhammad (s.a.s) advierte a sus conciudadanos del peligro que corren si no abandonan las supersticiones en las que creen, los ídolos a los que adoran, las prácticas corruptas de su sociedad, y comienzan a adorar a Allah sin asociarle nada ni nadie, muchos de los mequinenses se revuelven contra él y comienzan a tacharle de mentiroso, de loco, de poeta hechizado; comienzan a hacerle la guerra, a matar y torturar a sus seguidores, decretan un boicot contra él y contra su clan… Musa (a.s) es amenazado de muerte por Firaun, con quien se ha criado y quien lo conoce como si fuera su hermano (ver Info 24). Ibrahim (a.s) tiene que abandonar su tierra natal después de sufrir toda suerte de amenazas y de haber sido arrojado a una hoguera.

La luz no puede convivir con la oscuridad; una de ellas debe prevalecer. Cuando la Luz de Allah desciende sobre Muhammad (s.a.s) y se desparrama por toda Arabia, por África, por Asia, por Europa… los creyentes, los que no tienen una enfermedad en el corazón, se iluminan con ella y con esa Luz les llega la comprensión y la Objetividad de Allah. Por el contrario, los encubridores la rechazan y calumnian a quienes la proyectan en sus corazones. La Verdad divide, enfrenta, genera discordia pues saca a la luz la realidad de lo que anida en los pechos, las intenciones… y ya no pueden ocultarlas, pues cuando desciende la luz se disipan las tinieblas, los encubrimientos.

La batalla de Jandaq fue uno de esos momentos en los que el iman se separa de la hipocresía:

(22) Cuando los creyentes vieron a los coaligados, dijeron: “Esto es lo que Allah y Su Mensajero nos habían prometido. Allah y Su Mensajero han dicho la verdad,” y no hizo, sino aumentar su iman y su entrega.

Qur-an 33 – al Azhab

La luz de Allah mostraba a los creyentes la realidad de aquel terrible enfrentamiento. A los encubridores y a los hipócritas, en cambio, los taghut les hacían creer que aquella batalla era la prueba de que Allah y Su Mensajero mentían y de que no tenían ningún poder.

La batalla de Jandaq no ha dejado de librarse a lo largo de la historia de la humanidad. Una y otra vez, los taghut llaman a los coaligados, a sus soldados, a los asociadores, a los que tienen una enfermedad en el corazón, y les incitan a luchar contra los creyentes, a unirse con los enemigos de Allah para apagar Su Luz y llevar a los que creen en el Altísimo y en el Último Día a las tinieblas. Pero Allah es su Protector y Suya es la victoria final.

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