¿Qué mundo feliz nos queda aún por esperar?

27-mayo-2020
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Después de la devastadora sorpresa que hemos recibido de la mano de un supuesto virus, quizás nos quede por preguntarnos ¿cuál será la siguiente? ¿Cuál será el siguiente escenario? Sin ánimo de intentar cerrar la última página de la historia, poco parece que vaya a sorprendernos a estas alturas del devenir humano.

Perdimos el camino lógico de ser criaturas dentro de un proyecto existencial sumamente prometedor y atractivo, para adentrarnos en un bosque encantando lleno de aduladoras trampas –la ciencia, por ejemplo, ha resultado ser la zanahoria más podrida de cuantas nos han incitado a continuar moviéndonos.

No han quedado muchos materiales con los que podamos seguir construyendo nuestro deseado paraíso. No les han quedado a nuestras esperanzas ningún resorte en el que apoyarse –el miedo a contagiarse en alguna playa o en algún restaurante, un amor de verano o unas agotadoras vacaciones en alguna isla tropical. Mas ahora sabemos que todo ello son escenas de una película que nadie sabe cómo continuar. Una película que ha perdido todo su atractivo, toda su emoción. ¿Es el final? Es el final, pues el único futuro que nos espera es más control, más dirigismo y un paulatino desmonte de ese paraíso que apenas estábamos levantando. Hemos visto la tramoya, a los cámaras, al medidor de luz, los micrófonos… Es ridículo seguir sentados en la butaca. Salir a la calle, no obstante, tampoco va a resolver nada. Nos encontraremos caminando por un mercado chino abarrotado de gente, abarrotado de ofertas que ya no le interesan a nadie. Perderemos nuestra identidad mientras recorremos la encrucijada de callejuelas que configuran el último espacio habitable.

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Sin embargo, la prensa internacional sigue hablando del recién recuperado optimismo de la bolsa de Nueva York. Son noticias que justifican aún más nuestra decisión de suicidarnos. Todos los telones de todos los teatros se han caído, ¿por qué entonces seguir mintiendo? ¿Por qué ese desesperado intento de hacer que siga el espectáculo? ¿Acaso no sería mejor volver, retroceder, recorrer en sentido inverso el camino de la historia? Ahora sabemos lo que nos espera al final de esta serpenteada senda, y también sabemos lo que había al principio. ¿No deberíamos volver a decorar nuestras cortinas, nuestras alfombras, nuestras colchas… con salmones remontando la corriente como símbolo de la más genuina sabiduría?

¿Quién guiará a este hombre,

a esta humanidad?

Nos han engañado –la siguiente fase al más desenfrenado vicio ha resultado ser el confinamiento. ¿Por qué nos extrañamos? ¿Acaso en un mundo como éste en el que vivimos donde no puede existir lo absoluto podría esperarse otra cosa que el descenso una vez que se ha alcanzado la cima relativa del éxito, del poder… del placer? Un continuo escalar la montaña, una y otra vez, cargados con el pesado fardo de nuestras fantasías. Es la maldición que cayó sobre Sísifo. Es la maldición que ha caído sobre el hombre, sobre el hombre ignorante que se deja seducir por los artilugios, los dispositivos cuánticos y los valores que fluyen desde el Silicon Valley directamente hasta nuestro corazón. Un corazón envenenado, intoxicado, ciego. ¿Quién guiará a este hombre, a esta humanidad? Esta humanidad no quiere guía, sino volver a la normalidad, retomar el asunto en el punto en el que lo dejamos.

El hombre en cuanto que individuo siempre tendrá la posibilidad de elevarse por encima de la devastadora corriente del tiempo y de la historia –las sociedades, no. Aprovecha, pues, tu oportunidad. Salte de la normalidad, del bosque, de la confusión. Vuelve al origen. Remonta la corriente… Hazte salmón.

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