Perder un miembro es sin duda la cirugía más devastadora que pueda sufrir un individuo. Es como perder una parte de su identidad. Por un instante, es como si hubiera dejado de ser él mismo. Qué diremos entonces de una amputación innecesaria, errónea. Cualquiera al que le llegara esta noticia calificaría al cirujano de criminal. Sin embargo, hay algo peor –cuando somos nosotros mismos los que aceptamos la amputación sin que el cirujano nos dé ningún argumento de peso que la justifique. Y esta perturbadora actitud aún puede ser superada –entramos en la sala de operaciones porque nuestros vecinos y amigos ya andan con muletas.
Nos movemos por impulsos gregarios, los individuos y los gobiernos, las instituciones, los especialistas… Lo que importa es seguir la suerte de la manada, sea la que sea –mal de muchos, consuelo de tontos. Es la educación que nos ha inyectado la democracia –la mayoría, cualquier mayoría, siempre tiene la razón. Sin embargo, esta vez, el gregarismo nos va a costar caro. Vamos a perder nuestro trabajo, nuestro negocio, nuestras relaciones familiares, nuestros amigos. Vamos a odiar a nuestros semejantes –esos transmisores de muerte. Nos zarandearán como a muñecos de trapo y aceptaremos la condición que quieran imponernos –por el bien público.
No se trata de huir –¿a dónde?– sino de resistir, de no dejarse llevar por la inercia de la rutina, por las estadísticas, todas ellas llenas de inconsistencias, de informaciones incompletas. No nos hagamos preguntas sin respuesta que solo nos llevan a la desesperación: “¿Cuánto más durará este encierro?” “¿Es que no van a abrir nunca más las escuelas?” “¿Se tardarán años en acabar con el virus?” Es mejor indagar en otros ámbitos: ¿Por qué se ha exagerado este fenómeno tan brutalmente, contra todo análisis objetivo del problema?
Hasta ahora se han recuperado en Italia algo más de 12.000 afectados. ¿Cómo lo han logrado? ¿Acaso tienen una medicina eficaz que cura el coronavirus? No, no este el asunto. Se han recuperado porque el coronavirus solo resulta eficiente en personas de avanzada edad con algún problema respiratorio en su historial clínico.
Los primeros casos en España se dieron en una residencia de ancianos en Santomera, Murcia. Se trataba de dos hombres de 65 y 72 años, y ambos presentaban síntomas leves, pues incluso los mayores sin problemas pulmonares, pueden hacer frente al virus con su propio sistema inmunológico. La hospitalización únicamente es necesaria en los casos en los que el paciente necesite respiración asistida, el resto saldrá adelante valiéndose de sus propias defensas o ayudándose con algún tipo de medicina, especialmente homeopática (sistema médico estigmatizado por los ignorantes y fraudulentos responsables sanitarios de todos los países occidentales).
En general, la información que recibimos bascula entre una cierta dosis de esperanza, cada semana hay un país o un laboratorio que asegura tener la vacuna o la medicina para el coronavirus, y una desoladora avalancha estadística con el número de muertos (sin más detalles), número de afectados (sin especificar su estado real) y número de pacientes que se han recuperado (sin explicar cómo se ha producido su restablecimiento). Es decir, no sabemos nada; pero la amenaza de un virus asesino planea sobre nuestras cabezas indefensas sin que los datos proporcionados por los diferentes gobiernos justifiquen, objetivamente hablando, las medidas draconianas que están tomando. Con toda esta parafernalia, se está proyectando la idea de que, si logramos vencer al virus, se habrá acabado la muerte. Al mismo tiempo, se presenta la incongruente presunción de que podemos morirnos por cualquier causa sin que resulte un escándalo existencial, pero no del coronavirus –en este caso son los gobiernos los responsables de tales muertes.
Es cierto que el cáncer no es contagioso, pero aun así se lleva por delante cada año a 8,2 millones de seres humanos en el mundo. Y una de las principales causas de que se active esta enfermedad es el estrés, producto, a su vez, de la forma de vida que se ha impuesto a las sociedades occidentales. Bastaría con eliminar la súper-producción y buena parte de la tecnología para que esta alarmante cifra se redujera drásticamente. Sin embargo, nadie se siente responsable ni alarmado por algo que es inevitable: “Es el precio del progreso”. De acuerdo. Entonces añadamos el coronavirus a ese precio y vivamos en positivo. Son estas dislocaciones lógicas las que más afectan a nuestro sistema respiratorio, a nuestros nervios y a nuestra paciencia.
Otro elemento que aumenta la confusión y el desánimo entre las poblaciones son la infalibilidad y el poder supra-humano de los expertos, especialistas, científicos y virólogos, en los que debemos confiar como se confía en un talismán o en un amuleto. Lo que hemos visto, sin embargo, a lo largo de este proceso vírico es que estos especialistas, rodeados del aura de la ciencia, no saben lo que es un virus, no saben para qué existen ni cómo interactúan con sus anfitriones, pues ninguno de ellos estuvo allí cuando se diseñó la creación y se dio a sus elementos la orden de comenzar a existir. Después de varios decenios de estudiar a estas miniaturas biológicas en sofisticados laboratorios, un grupo de virólogos comentaba al respecto:
El virus fue descubierto en enero y la mayor parte de su biología sigue siendo un misterio.
¿Cómo puede ser tan complicado para un ser humano, que sí es una identidad extremadamente compleja y la única dotada de intelecto y de consciencia, entender y comprender a los virus? Precisamente porque nada de lo que existe en esta creación ha sido diseñado a nuestro nivel ontológico. Antes bien, los elementos que podemos observar, con los medios que sean, no son, sino terminales del sistema operativo que los ha producido –podemos entender parte de su funcionamiento, pero no su naturaleza intrínseca.
El nuevo virus, ciertamente, parece ser efectivo a la hora de infectar a los humanos, a pesar de su origen animal. El pariente más cercano del SARS-CoV-2 se encuentra en los murciélagos, lo que sugiere que se originó en un murciélago, luego saltó a los humanos ya sea directamente o a través de otra especie. (Otro coronavirus que se encuentra en los pangolines salvajes también se parece al SARS-CoV-2, pero solo en la pequeña parte de la espiga que reconoce la proteína ACE2; los dos virus son diferentes y es poco probable que los pangolines sean el recipiente original del nuevo virus). Cuando el SARS-clásico dio este salto por primera vez, fue necesario un breve período de mutación para que reconociera bien a la ACE2. Pero el SARS-CoV-2 ha podido hacerlo desde el primer día. «Ya había encontrado su mejor manera de ser un virus [humano]», dice Matthew Frieman de la Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland. Este misterioso ajuste indudablemente alentará a los teóricos de la conspiración: ¿cuáles son las probabilidades de que un virus de murciélago aleatorio tenga exactamente la combinación correcta de características para infectar eficazmente las células humanas desde el primer momento y luego saltar a una persona desprevenida? «Muy bajo,» comento Andersen, del Scripps Research Translational Institute.
Nos encontramos aquí con la misma situación que nos encontramos ante el fenómeno de la vida y del universo –la probabilidad de que algo tan irreductiblemente complejo haya podido producirse de forma aleatoria, a través de millones de fases, es “muy baja”. Sin embargo, haciendo alarde de la más escandalosa actitud anti-científica, prefieren trabajar con las hipótesis menos probables. De la misma forma, y a pesar de las medidas inexplicablemente exageradas que se están tomando, a pesar de las características inexplicablemente idóneas del covi19 para trasladarse del animal al hombre sin necesidad de ningún tipo de mutación previa, seguimos pensando que la pandemia es un fenómeno aleatorio. El presidente del gobierno lo ha confirmado una vez más, añadiendo un cierto aire poético:
Europa no ha alumbrado este virus, no lo ha convocado, tampoco lo ha hecho España. El virus ha penetrado en Europa siguiendo un viaje aleatorio y está poniendo a examen a todo el mundo y al proyecto europeo.
Como siempre, nos choca ese lenguaje antropomórfico de un virus examinando al mundo y al proyecto europeo. Y es este lenguaje el que denuncia la utilización del concepto “aleatorio”, pues cómo puede ser algo aleatorio y, al mismo tiempo, examinar al mundo y poner en jaque al proyecto europeo.
Su discurso no debe intimidarnos ni hacernos perder el tiempo escuchándolo. Mucho menos nos debe hacer ir a un hospital y pedir que nos amputen el miembro gangrenado. No hay gangrena, sino manipulación.