La palabra “filósofo” todavía conserva un cierto prestigio en las sociedades occidentales, aunque nadie espera obtener ningún provecho de estos alienígenas ya casi olvidados. No por ello dejan de insistir, y no paran de publicar libros, dar conferencias y ofrecer entrevistas televisivas. Esta vez, sin embargo, los nuevos representantes de esta anacrónica tribu tendrán que introducir elementos circenses en sus actividades de promoción si quieren atraer a un mínimo de público –también el espectáculo ha llegado a la filosofía… y a la ciencia. Los nuevos biólogos y astrofísicos tienen que gesticular, contar chistes, vestirse indecorosamente… mientras explican, a unos oyentes listos para pasar un buen rato, algunos aspectos de la física cuántica.
La ciencia ya es un espectáculo en sí misma –fotos efectistas de allende las galaxias, agujeros negros al alcance de la mano, hoteles interestelares, colonias humanas en Marte, mitocondrias en estado de rebeldía celular… También la filosofía. No tiene otra manera de defenderse. “Este siglo no habrá filosofía, vaticinaba Michel Foucault, o la tendrá que hacer Giles Deleuze.” Son bromas entre amigos. Hoy por ti y mañana por mí. O quizás se trate de una de esas frases chocantes con las que rematar una tertulia literaria. El propio Deleuze acuñó numerosas máximas de este mismo tipo. En una ocasión dejó caer, como de paso: “Quizás ya no se pueda escribir si no es por amor. Quizás toda escritura no sea, sino una carta de amor.” Después saltó por la ventana; se suicidó; se mató; quedó aplastado contra el suelo. Eso no fue una carta de amor, sino una brutal despedida, una devastadora forma de abrogar toda una vida. A Deleuze le gustaban las anomalías. Adolecía de una cierta psicopatía. Todos los filósofos son, de alguna forma, estrafalarios psicópatas. Hay demasiado espectáculo en sus propuestas epistemológicas. Pretendía hacernos creer que entendía al judío Spinoza cuando en Spinoza no hay nada que entender. Querer manipular la naturaleza del Altísimo es ya bucear en un laberinto submarino. Hay cinismo al final de sus vidas, de las vidas de los filósofos, y hay locura, alcoholismo y suicidio. No se puede encontrar la salida del laberinto, y tan solo contamos con unos pocos minutos para ello, pues necesitamos subir a la superficie para respirar. Angustiosa la vida de los filósofos.
La locura, el suicidio, la sífilis… es lo que nos han legado los filósofos. ¿Quién podrá seguir, hoy, a esos modelos? ¿Quién se atreverá a tomar para sí sus propuestas? La locura de Foucault, el suicidio de G. Deleuze, la sífilis de Nietzsche… ¿Qué le queda entonces a Occidente? ¿Las barbaries colonialistas? ¿El pillaje civilizador? ¿Y todo ello sin una filosofía que lo justifique, que lo explique? Ha caído Deleuze, el único que podía salvar a este siglo, el de la pop philosophy. Pensó que unas cuantas películas con Belmondo y cuatro frases ocurrentes podrían dar sentido al ateísmo, pero nada consigue dar sentido a este altercado contra la lógica, contra las más íntimas aspiraciones.
No importa, vendrán otros, con otras fantasías. Hablarán de la inmortalidad y de viajes interestelares, pues aquí, en esta Tierra, ya no es posible la filosofía.
La filosofía ha muerto, dios ha muerto, el hombre ha muerto, el masón y transgénero Pedro Sánchez liderará la desmembración de España… y para colmo ayer perdió el Betis.
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