El valor reside en aquel que da valor a todas las cosas.

Siempre me ha inquietado esta pregunta: ¿De dónde obtienen las cosas su valor? ¿En base a qué podemos calificar un trabajo, un logro o a un individuo como altamente valioso? ¿Cómo es posible que una persona, como por ejemplo un jugador de fútbol, obtenga tanta aprobación de la gente? De hecho, ¿cómo logró alcanzar un juego como el fútbol el valor y la santidad de la que goza? En otras palabras, ¿quién otorga el valor a los individuos, a los fenómenos, a los acontecimientos?

Quizás, para responder a esta pregunta, tengamos que retroceder varios milenios en la historia del hombre, ya que se trata de la única criatura que posee un nivel de conciencia que la califica para comprender el significado de “valor”. Sólo él puede describir algo como valioso.

Supongamos que tuviéramos la oportunidad de preguntarle a un individuo que viviera en la era preislámica y adorase a un ídolo y lo santificase, qué es lo que da valor a su vida y a todas las cosas que le rodean, esta persona habría respondido sin dudarlo: “Es ese ídolo al que adoro. Cuanto más le adoro y le obedezco, más aumenta mi valor para él y en consecuencia para toda mi comunidad.”

Si analizamos su respuesta, caeremos en la cuenta de que él deriva su valor de su dios, que en este caso es un ídolo. Entonces hizo de ese ídolo el centro. Aquí podemos decir que el problema reside en el centro, ya que es lo que da valor a quienes le rodean, por lo que su valor aumenta y disminuye según su posición con respecto a él. La pregunta aquí es: ¿Dónde está hoy el centro; quién lo ocupa? Cuando miras de cerca a tus semejantes podrías preguntarte a ti mismo: ¿Qué adoran estas personas? ¿Qué santifican? ¿Para ellos, dónde está el centro?

De hecho, el problema del centro que da valor a quienes lo rodean ha sido siempre el nudo gordiano de la historia. Sin embargo, hoy la alta tecnología y sus artilugios han añadido aún más confusión al turbulento cambio de los poderes que han operado en el centro.

Cuando olvidaron aquello con lo que se les había hecho recordar, les abrimos las puertas de la abundancia, y cuando más se regocijaban con lo que se les había dado, les llegó de súbito Nuestro castigo y fueron presa de la desesperación. (Corán, sura 6, aleya 44)

El resultado de estos avances tecnológicos es directamente proporcional al aumento de la corrupción y tiranía en la Tierra, excepto aquello que el Altísimo quiera preservar.

Cuando el hombre creyó que controlaba una pequeña parte de este universo y de la naturaleza con sus logros tecnológicos, se imaginó que podía dirigirlo a su capricho sin la necesidad de un Dios Creador.

Y cuando los campos rebosan de frutos y sus propietarios están convencidos de que recogerán abundantes cosechas, llega Nuestra orden de noche o de día y los arrasamos como si el día anterior no hubiera crecido en ellos nada. (Corán, sura 10, aleya 24)

Es decir, el hombre contemporáneo, representado por Occidente, reivindicando civilización y prosperidad, se ha hecho con el centro y ha retirado de él al Altísimo. Por lo tanto, es ahora el hombre –una entidad altamente subjetiva, imprecisa y confusa– la que va a otorgar a las cosas el valor que más le convenga. Así pues, lo que tenemos encima de la mesa es un altercado, una supresión de la realidad, al pretender el hombre ser él el dador de valores. Mas ¿cómo puede un hombre decidir cuál es el valor de otro hombre? ¿Qué es lo que le eleva por encima de los demás? Y éste es el altercado, pues sólo el Altísimo puede elevarnos o humillarnos. Si eliminamos al Creador, los valores que otorgue el hombre al otro hombre será una impostura tiránica. Por lo tanto, el valor que deriva de una persona es el resultado del valor que le ha dado el Altísimo y que todos los demás individuos reconocen.

Éste es el caso del profeta Muhammad, la persona más valiosa para los creyentes. El creyente vigila su proximidad al centro. La subjetividad del creyente se ha transformado ahora en la objetividad divina, y esa es su brújula –una sólida indicación de lo que es correcto, de lo que realmente es valioso, pues al provenir de la Objetividad Divina, los valores que derivan de ella no cambian; no están sujetos al capricho de la subjetividad humana. Te das cuenta de que ese hombre únicamente sigue sus deseos, sin importarle las consecuencias.

¿Has visto a quien toma a sus pasiones como su ilah (su dios)? (Corán, sura 45, aleya 23)

Otorga valor, por ejemplo, a un jugador, a un actor o a un millonario. Los elogia simplemente porque le producen una sensación de placer y felicidad. Poco le importa la altura moral, ética y religiosa de estas personas. Para él lo fundamental es que le proporcionen satisfacción.

Vale la pena señalar que este problema a la hora de determinar quién da valor también se encuentra entre muchos musulmanes. Por ejemplo, cuando varias publicaciones en Francia y Dinamarca llenaron sus páginas con grotescas representaciones del profeta Muhammad, en seguida oímos discursos que se quejaban de estas ofensivas viñetas, diciendo: ¿Cómo alguien puede burlarse de aquél en quien creen miles de millones de personas? Como si el Profeta derivase su valor de estas personas, y no al revés. Según esta lógica, si el número de creyentes disminuyera, disminuiría al mismo tiempo su valor. Cuanto más lejos se sitúe un creyente de la guía del Profeta, menor será su valor. Y no porque derive su valor del Profeta mismo, sino porque el Altísimo es quien le dio ese valor y ordenó a la gente que le siguiera para poder vivificarlos.

Responded a Allah y al Mensajero cuando os llamen a lo que os vivifica. (Corán, sura 8, aleya 24))

Los musulmanes de nuestro tiempo son musulmanes sólo de nombre, excepto aquellos de quienes el Altísimo tiene misericordia. Encontrarás que la mayoría de ellos siguen sus caprichos y lo que Occidente les ordena que sigan. En su centro, de hecho no está el Altísimo. ¡Y de qué forma se ha hecho realidad la advertencia del profeta Muhammad!

Seguiréis los pasos de los que os precedieron en la religión (judíos y cristianos), centímetro a centímetro, codo con codo. Incluso si se metieran en la madriguera de un lagarto, entraríais en ella.

Muhammad Ishaq para SONDAS

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