El panteísmo inconsciente

Fijémonos en esta escena. Una galería de arte en cuyas paredes cuelgan cuadros de un afamado artista, cuyas obras se han expuesto en las más prestigiosas salas del mundo. Algunas de sus pinturas se exhiben en conocidos museos. Un grupo de gente observa uno de estos cuadros. Comentan en voz alta sus impresiones. El artista forma parte de ese grupo, pero nadie sabe que es él, nadie le conoce. Nadie ha visto nunca su foto.

El artista escucha con curiosidad las interpretaciones sobre su cuadro. Cada uno de los espectadores lo ve a través de su subjetividad. Nadie logra ver el cuadro en sí mismo, pues todos buscan saber qué pensaba el artista cuando lo pintó y ello les aleja de entender el verdadero sentido de la obra.

Sin embargo, uno de los espectadores, un joven que se ha mantenido en silencio, hace un comentario que llama la atención del artista. Sus miradas se encuentran en un mismo punto. Hay conexión.

El grupo se mueve de forma dispersa por la galería, situación que aprovecha el artista para comunicarse con ese joven. Le trasvasa parte de su experiencia creadora, y ello hace que el joven cada vez esté más interesado en el significado del cuadro. A pesar de esas indicaciones, el joven no le reconoce. Piensa que quizás se trate de un crítico de arte o de un periodista.

Esta escena nos trae a la memoria uno de los aforismos de Heráclito: «La naturaleza gusta de esconderse.» Fue una pena que dijera eso el filósofo de Éfeso. Si tan solo hubiera recapacitado un instante sobre el posible significado de «naturaleza», habría caído en la cuenta de que nada tiene que ver este concepto con el de Diseñador o Creador o Vivificador.

Utilizamos el término «naturaleza» para referirnos a un paisaje, un paisaje que es natural, en oposición a un paisaje urbano, a un paisaje artificial, fabricado por el hombre. En el concepto de «naturaleza» están implicados los seres vivos y los accidentes geográficos. A ese conjunto lo llamamos «la naturaleza», en el sentido de paisaje –algo que estaba ahí sin que nadie lo haya diseñado o creado. Es una vista que se despliega ante nuestros ojos cuando abrimos una de las ventanas de nuestra casa de campo, un paisaje. Decimos que la naturaleza en la selva Amazónica es exuberante o es una naturaleza salvaje.

Naturaleza, pues, como paisaje; como una vista general, natural. No así cuando abrimos la ventana de nuestro apartamento de Nueva York. En este caso no utilizaremos el término «naturaleza» ni «paisaje», a no ser que añadamos el término «urbano». Y, sin embargo, también en Nueva York hay seres vivos, hay seres humanos, animales, insectos, algunos árboles, hierba… Mas todos esos elementos forman parte de un paisaje artificial –calles de asfalto, edificios, coches, bicicletas, motos, trenes… todo ello creado por el hombre.

Por lo tanto, no podemos decir que la naturaleza gusta de esconderse, pues no es un elemento exterior, independiente del paisaje, de cualquier paisaje. Ningún elemento del paisaje puede asumir el término «naturaleza». Cuando hablamos por separado de una montaña, de un río, de unos árboles, de un prado, de un rebaño de ovejas, no podemos describir a ninguno de estos elementos como «naturaleza», pues naturaleza es el paisaje, el conjunto de todos esos elementos.

Sin embargo, al excluir al Creador, al Diseñador de todo cuanto existe, damos al concepto «naturaleza» el valor de un dios panteísta –»la naturaleza es sabia; la naturaleza otorga el instinto a los animales, a las plantas; nueve los vientos; hace llover…» Todo lo que aprendemos del mundo que nos rodea, lo vamos incluyendo en el saco «naturaleza».

Sin embargo, al intentar comprender cómo el espermatozoide activa el óvulo y va generando un ser vivo completo según los bloques de información de ADN contenido en las células que se van desarrollando durante ese periodo de tiempo, los términos «instinto», «naturaleza», «evolución»… resultan insuficientes. Sentimos que algo portentoso está ocurriendo más allá de nuestra comprensión y de nuestra voluntad. Es entonces cuando queremos salir de ese panteísmo. Nos resulta ahora lógico que haya un Agente Externo, un Creador, que haya diseñado y traído a la existencia todo eso que conforman los paisajes, la naturaleza, el espacio, los astros.

Salimos del panteísmo, de la idea de un dios desparramado por su creación, para alcanzar la visión de una creación surgida de ese dios, de un dios independiente de su creación.

El panteísmo es un tipo de blasfemia, pues en última instancia significa el otorgar a Dios la incapacidad de producir una creación sin por ello mantener intacta su naturaleza. En el panteísmo Dios no crea, simplemente se multiplica, perdiendo, así, su unicidad. Ya no es el Uno, produciendo la multiplicidad, sino que ese Uno se ha convertido en la multiplicidad.

Los científicos están sufriendo ahora la tentación de caer en el panteísmo para explicar lo que la ciencia no puede explicar. No es un mal camino si tras esta fase, quizás inevitable, pasan a la siguiente y reconocen que durante la creación está el Uno y después de la creación sigue estando el Uno. Y de esta forma dejan de dar «credibilidad» a la multiplicidad, a los paisajes, a la naturaleza y dirigen su consciencia a ese Uno.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s