Quién habrá dicho –quizás todos– que el intelecto, el cuerpo mismo, los órganos, la imaginación… nos pertenecen. Y aquí «pertenecer» significa «formar parte de»; «ser una posesión». Mas ¿quién podría ser el poseedor del intelecto? ¿Yo? Parece que ese «yo» es diferente de todo lo demás, también de nuestro organismo. Decimos «mi cuerpo» a pesar de que no sabemos nada de él. No controlamos ninguna de sus funciones; ni siquiera las conocemos todas. Por lo tanto, sería más correcto decir: «Este cuerpo en el que me manifiesto.» Un préstamo, una cesión momentánea, un dispositivo, como también lo es el intelecto, la imaginación –sofisticados mecanismos que le permiten al «yo» desarrollar su programa existencial con una cierta comodidad, siempre bajo la reflexiva mirada de la consciencia. Ésta es la entidad «insan» –hombre, ser humano completo.
Así, pues, y en tanto que préstamo, no podemos servirnos de la imaginación a nuestro capricho –para nuestra mundana satisfacción, para escapar al deber, para eludir la realidad que nos muestra la consciencia. Es una poderosa herramienta que debemos utilizar para completar las secuencias –las de nuestra propia historia y las del relato profético. Imaginar, pues, significa «componer»; no fantasear o elucubrar como hacen los astrofísicos y los biólogos. Su imaginación no sigue la parte secuencial objetiva –la que podemos observar, sobre la que podemos reflexionar. Todo es imaginación –imaginación como una serie de suposiciones que nos van alejando de lo que realmente pasó en el origen. Y la forma que tienen de dar sentido a un supuesto universo que supuestamente es así –una suposición– es elucubrando sobre todas esas suposiciones. Ya nadie puede seguirlas, nadie puede saber dónde realmente estamos, en qué punto de la imaginación imaginamos la realidad.
En sus corazones hay una enfermedad que Allah agrava (multiplica). Tendrán un doloroso castigo por haber falseado la verdad. (Corán, sura 2, aleya 10)
Mas ¿qué es una suposición, una elucubración, cuando con ellas se está encubriendo la verdad? Ese es el mal, el cinismo, la falsedad que actúa sumándose, multiplicándose –suposición más suposición por elucubración más elucubración… hasta generar un universo tejido de falsedad, como una pegajosa tela de araña de la que no nos podemos despegar. La confusión, así, se multiplica. Esas elucubraciones no se disipan en favor de la verdad, sino que se suman y la encubren cada vez más.
De esta forma la imaginación nos arroja a un intelecto en cuyos procesos no hay coherencia, a un cuerpo maltratado, a una imaginación repleta de suculentas aberraciones –la homosexualidad, el transgenerismo… no son, sino subproductos de la imaginación que ésta utiliza para evadirse de una realidad conectada con el absoluto, establecida por el Creador, ineludible.
Mas la imaginación nos presenta otra imagen –una imagen distorsionada, en la que el mal, las anomalías se suman y se multiplican, devolviendo al hombre a la más baja condición a la que puede llegar una entidad provista de intelecto. Y para salir de esta bajeza, de estas inaceptables anomalías, la irreflexión, la incoherencia, el encubrimiento… se suman y se multiplican sin que no haya quedado otra salida de la confusión que más confusión, más encubrimiento, más incoherencia.
Salir de este torbellino que nos engulle y nos vacía exige un proceso de desintoxicación a través del cual limpiar nuestra imaginación de perturbadoras imágenes, de erróneos silogismos, de teorías subjetivas… de chamanismo. Para ello no tenemos otro camino que volver al relato profético –el único relato que le incumbe al hombre.