Hay en el mundo de hoy un tremendo nerviosismo, una continua agitación que produce en el ciudadano malestar y enfado; ira, irritación… No sabe lo que le pasa, pero algo le pasa; algo le azuza por dentro y quebranta su natural estado de quietud, de paz. Al menos ésta era su condición cuando se situaba en medio de una creación que había sido preparada para él. Se sentía cómodo en ella. Su naturaleza primigenia, sus inclinaciones estaban afinadas con los ritmos del Universo. Nada le era extraño, aunque todo fuese sorprendente, portentoso.
Esa armonía se ha roto. Poco a poco la tecnología le ha ido desconectando del mundo que había sido creado para su confort con el fin de que tuviera tiempo y energía para conectarse a la órbita divina; para avivar su consciencia y separarse de la trama existencial, pues se trataba de observarla, de entender para qué había sido creado este complejo Universo.
Mas este ciudadano de hoy –nervioso y crispado– se ha conectado a realidades virtuales. Ha enchufado su cerebro y sus sentidos a un torrente de información incontrolada que le llega a través de cables, de interfaces, cuya naturaleza desconoce. Su cuerpo se debilita, sentado en una silla, mientras que su intelecto navega por imágenes generadas electrónicamente y construidas con píxeles. Y según aparecen –desaparecen.
Es un mundo cambiante, dentro y fuera de la virtualidad. Cuando se levanta de la silla para ir a un garito de comida basura y devorar una hamburguesa mientras se sumerge en una apática nebulosa, observa con cierta inquietud que la ciudad que contempla ahora es diferente de la que veía hace tres o cuatro hamburguesas. Cada vez hay más coches, más ruido, menos gente en la calle. Han desaparecido los niños.
Paga ese asqueroso bocadillo chorreante de grasa que aún inunda la comisura de sus labios y vuelve corriendo a la silla, a la obnubilación.
No es un mundo reconocible. Y quiere irse, salirse de él, vivir en otro planeta, en otra galaxia; con otro sol. Cada día lee artículos en los que le aseguran que debe haber millones de planetas como el nuestro; planetas en los que es posible la vida –con océanos y continentes, con nubes, con lluvia, con seres inteligentes. No encuentra ninguna razón para seguir viviendo en la Tierra.
Está conectado con miles de ciudadanos como él que ya han elegido el planeta en el que pasarán el resto de su inmortalidad. Hay vida en ellos, gente, bullicio; vehículos que surgen de túneles subterráneos y que surcan los cielos. Son planetas multicolores.
Él todavía no ha encontrado el suyo. Busca un lugar en el cosmos con mercados callejeros, con caminos empedrados, con carretas, con fraguas… un mundo que el tiempo se ha llevado; una historia pasada.
Mas no sigas buscando ese idílico lugar. Arranca esos cables que te mantienen prisionero en la irrealidad. No sigas buscando. Ésta es tu tierra. Ya vives en ella.