Alucinación controlada

No cabe la menor duda de que la mente ha sido la gran estrella de la filosofía occidental, ya que “mente” hace referencia a pensar, al pensamiento, y el pensamiento ha sido la base sobre la que esta filosofía ha pasado relevo a la ciencia. Y si no, ahí está la gran máxima “pienso, luego existo.” Nos gustaría preguntarle a Descartes quién existe, entonces, en el sueño profundo, en el que no hay ninguna actividad cerebral ni sensorial. ¿Quiere ello decir que a veces existimos y a veces no?

Afirmar tal proposición sería ir en contra de nuestra propia experiencia, pues cuando salimos del sueño profundo, tenemos la certitud de haber existido, y de haber existido de forma placentera. De ser una cuestión volitiva, volveríamos a entrar en ese estado –un estado de paz, de plenitud, de gloria, pues no hay acción. Nada agita las aguas de la consciencia.

Mas no es de extrañar que esta máxima se acuñara en Europa, pues el europeo experimenta una gran dificultad a la hora de observar, ya que observar exige quietud y reposo, concentración –características estas muy opuestas a la psicología del hombre occidental, sumergido en el desorden. Es la trápala lo que le zarandea de una idea a otra. Comienza a emborronar cuartillas y más cuartillas con fórmulas y ecuaciones, unas superponiéndose a otras: “¿Por qué tiene que recalentarse el universo? En un principio tuvo que ser frio. ¡En un principio! Y ¿si no hubiera habido principio? Eso es, antes del Big Bang puede que hubiera otro universo. Eso es, un universo que se contrajo y dio lugar al Big Bang; o el Big Bang se expandió arrastrado por la inflación del primer universo, que probablemente surgió de la nada… o de otro universo; y de esta forma no explico nada. Tendré que revisar las últimas ecuaciones, pero lo que sí está claro es que Einstein sí que tenía razón. Incluso Newton tenía razón. Quizás sea yo el único que no tiene razón, pero como he demostrado que ellos sí tienen razón, de alguna forma yo también tengo razón. O algo así. O quizás no. ¡Maldito universo!”

Si este investigador se diera cinco minutos antes de dejarse llevar por el barullo de ideas que enturbian su mente, probablemente lo primero que haría sería abandonar la astrofísica y dedicarse a cocinar hamburguesas en algún puesto callejero. Pero si a pesar de todo persistiese en la idea de producir teorías cosmológicas, entonces tendría que olvidarse de todo lo que aprendió en la universidad y empezar a observar lo que le rodea, así como el sistema interno que le configura.

Y a través de una primera observación Anil Seth concluye que el escenario existencial en el que se sitúa el “yo” consciente es una alucinación controlada. Y algo de verdad hay en ello, pues todos los fenómenos observables son, en realidad, imposibles –al menos desde un punto de vista humano.

Es imposible que la conjunción de un espermatozoide y un óvulo produzca a los nueve meses, no a los nueve mil años, un ser humano completo; un mecanismo vivo de una complejidad inimaginable. Hay causas primeras que lo explican, pero según vamos deshojando la alcachofa, nos encontramos con un imposible, con una alucinación. Y aquí es donde deberíamos cambiar la terminología de Seth –afinamiento perfecto.

Ni los animales ni las plantas necesitan de una extremada coherencia. Si el verde prado en el que pastaba un grupo de cebras se convierte en un hermoso lago, las cebras aprovecharán la coyuntura para beber. No les resultará perturbador ese cambio de escenario. Aceptarán la nueva situación o morirán. Sin embargo, en el caso del hombre, provisto de consciencia, de memoria, de elementos cognitivos… la desaparición del prado y la aparición del lago en su lugar, le llevarían a tal extrañeza que podría acabar en locura. Por ello, el universo, la Tierra, la vida… están perfectamente afinados con el cuerpo y la psicología del hombre –una y otra vez vuelve a ese lugar y ahí está el verde prado.

Mas si Seth siguiera observando, caería en la cuenta de que lo que él, y Descartes, llama “mente” no existe. El cerebro humano no es productor, sino receptor. De esa misma forma funciona un ordenador. El aparato que compramos está vacío. Realiza simplemente las funciones de encendido y apagado, y quizás alguna más. Pero si queremos hacer diseños gráficos, llevar una hoja de cálculo o visualizar un vídeo, necesitaremos programas –un input que viene del exterior y que no forma parte del ordenador, pero que éste posee dispositivos que le permiten recibir estos programas, decodificarlos y expresarlos a través de palabras, sonidos, imágenes…

Fijémonos ahora en un teléfono móvil. A simple vista diríamos que es este aparato el que realiza todas las funciones. Sin embargo, si le retiramos la tarjeta SIM, el teléfono dejará de funcionar. No podremos realizar llamadas, ni recibirlas. Pero el teléfono móvil tiene dispositivos que le permiten recibir esta tarjeta, decodificar la información que contiene y expresarla, como en el caso del ordenador, en palabras, sonidos, imágenes… Mas la tarjeta SIM no forma parte del teléfono. Es algo exterior a él.

De la misma forma, nuestro cerebro recibe información (ondas) y la decodifica. Después, el dispositivo fuad enviará esta información al sistema cognitivo del hombre para que lo analice y actúe en consecuencia. Si durante este proceso la consciencia está activada, habrá reflexión. En caso contrario, habrá automatismo y en última instancia –olvido. Esa información se perderá en el estanque de la memoria.

Y de seguir observando Seth, cambiaría la máxima cartesiana, pues ahora ya sabe que la existencia no depende del pensamiento, pues no hay tal cosa. Y, por lo tanto, la nueva máxima debería ser: “Soy consciencia y por ello existo.”

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