La ciencia –el último avatar del mal

Y ahí está el hombre, en medio de su historia, en medio de su biología, de su espacio, bajo un cielo estrellado. ¿Qué le pasa a ese hombre, desconcertado, perplejo, ante un mundo que no logra aprehender, en el que no consigue encontrar su lugar, su relación con el resto de los seres vivos, con el resto de los elementos que configuran este universo? Se ve diferente a todos. Hay algo que le separa del resto de la creación, pero desde hace 400 años ha dejado de entender esa diferencia. Se ha salido del camino que le permitía recorrer la Tierra sin sobresaltos.

Hace 400 años que empieza a desarrollarse un elemento perturbador que trata de convencernos de que hay otro camino, otra forma de entender las cosas, otras creencias. Y este elemento –la llamada ciencia– ha desconectado al hombre de toda transcendencia, de su intuición metafísica, para arrojarle a una física materialista que después de 400 años no ha logrado explicar nada. Le enseña al hombre a fabricar artilugios, máquinas, dispositivos, pero hay una pregunta que le taladra el cerebro, una pregunta tan molesta como las moscas del verano, que las espantas y vuelven a ti una y otra vez. ¿Es posible que este Universo, esta Tierra, nosotros mismos, hayamos venido a la existencia para fabricar telares, para construir máquinas de tren, aviones? ¿Puede ser éste el sentido de la vida, el objetivo de esta creación? Sabemos que no, pero seguimos adelante, mintiendo, pues la ciencia, ante todo, miente; falsifica la realidad de los hechos, la oculta, y nos presenta un escenario fabricado por su curia, por sus prelados, también llamados científicos, quienes no cesan de promulgar su fraude a través de dos abominables propuestas: la inmortalidad y el tiempo en cuya extensión se realizarán todos los imposibles.

Mas ellos saben que no pueden fabricar agua –el elemento más abundante en la naturaleza; ni pueden explicar por qué esa agua en los océanos y en los mares lleva en disolución una cantidad inimaginable de sal, mas no así en los ríos, en los lagos, en las fuentes… Observan la vida fluyendo por toda la Tierra y se asombran, y se preguntan cómo ha surgido este fenómeno, de dónde se ha originado. Pero es que ellos ¿no están vivos? ¿Cómo es posible que se hagan estas preguntas? ¿Es razonable pensar que el Big Bang se expandió al azar y casualmente configuró este Universo, la Tierra, la vida? Y que este azar haya producido mundos de irreductible complejidad que el hombre no logra comprender e intenta convertir el portentoso orden que prevalece en todas las cosas en un caos que justifique su intento de controlar este Universo, las sociedades, los individuos.

Como vemos –mienten. Y miente la ciencia. Trabajan laboriosamente en los laboratorios para crear una simple célula que se generó al azar o llegó del espacio en algún meteorito. Y esta imposibilidad de crear lo que ha creado el azar y la casualidad les impide conciliar el sueño. Se despiertan alarmados y comienzan a segregar nuevas y más disparatadas teorías para explicar un mundo cerrado que les impide salir a otras realidades; que les impide, incluso, imaginarlas.

¿Por qué, a pesar de contar con los más sofisticados programas de efectos especiales, Hollywood no ha logrado diseñar una entidad viva diferente a todo lo que existe –una entidad viva fuera de la plantilla: cabeza, tronco y extremidades? ¿Cómo es posible que no haya logrado mejorar al hombre? Todas sus representaciones son inferiores a él, grotescas, pero siempre semejantes. No podemos traspasar los límites de esta creación. Parece imposible, arguyen confusos los científicos, que el hombre –una entidad inteligente– no pueda comprender y mejorar lo que ha surgido del azar, de un caprichoso y casual ensamblaje molecular. Mas eso es así porque solo puede desarrollar y combinar los elementos que componen el input que se le ha introducido en su estructura cognitiva.

Y dice Yuval Harari, como si acabase da nacer la reflexión en el mundo, que el Homo Sapiens dominó al resto de los humanos con la creación de mitos al poseer un complejo y conceptual lenguaje. Y ¿qué mitos ha creado él? ¿Qué mitos ha creado Obama o Bill Gates, o Napoleón, o Newton? Lo que él llama “el mito de que todos los hombres son iguales”, no es un mito, sino una estúpida aproximación a la realidad. Mito, en cuanto que estructura básica de la realidad, transporta los acontecimientos que ocurrieron y que forman parte del relato profético. Mito es el diluvio; mito es Ibrahim dispuesto a sacrificar a su hijo, a su único hijo; mito es la historia de Musa y de los Banu Isra-il cruzando el mar; mito es Yunus (Jonás) tragado por la ballena… Y son estos y muchos otros sucesos proféticos los que se van a esparcir por todos los pueblos de la Tierra en forma de mitos.

Quizás deberíamos replantearnos la gratuita aseveración de que el hombre posee inteligencia. Es posible que no sea inteligente, ni algo en vez de nada, que simplemente no sea. Deberíamos contemplar esta posibilidad, pues ya esta incapacidad para comprender y crear los productos del azar es un indicativo de que el hombre no es productor, generador, sino receptor, decodificador. ¿Era Don Quijote una entidad inteligente? ¿Lo era Sancho Panza? ¿El Bachiller? Sin duda que Dulcinea era hermosa, pero ¿era inteligente? O ¿era Cervantes la entidad inteligente en toda esta historia? ¿De dónde le venían a Don Quijote sus pensamientos, sus desvaríos, sus locuras? ¿Se originaban en él o simplemente era la terminal, el locus en el que se manifestaba el pensamiento, la imaginación, el poder creativo de Cervantes? ¿Qué diríamos ahora si este gran escritor otorgase a sus personajes la consciencia, la misma consciencia con la que él les observa? Si ello fuera posible, esos personajes, tras un breve periodo de desconcierto, se volverían a su creador e inter-actuarían con él. Mas esta opción es imposible, pues Cervantes no era una entidad inteligente. Él mismo funcionaba como terminal de su Creador y, por lo tanto, no podía otorgar a sus personajes su propia consciencia.

¿Qué tenemos entonces? Personajes tratando de comprender la creación de su Creador, pero ¿acaso puede Sancho Panza salirse del guion de Cervantes? ¿Puede pronunciar otras palabras que las que el escritor ha puesto en su boca? ¿Puede recordar lo que Cervantes no quiere que recuerde? ¿Puede Dulcinea viajar, abandonar el Toboso sin el permiso de su creador?

Entonces ¿por qué leemos este libro? ¿Cuál puede ser el sentido de seguir una historia que ha sido originada fuera del libro, fuera de sus personajes, de sus avatares? Podemos leerla con extraordinaria emoción gracias a la humildad del escritor. Cervantes desaparece de escena para que podamos dar realidad a sus personajes. El director desaparece, las cámaras desaparecen, los micrófonos, las luces; y ello para que el espectador pueda ir penetrando en la película como si fuera su realidad.

Con esa humildad el Altísimo desaparece de la escena. Nos deja Su creación, Su portentoso Universo. Mas a diferencia de Cervantes, de cualquier escritor, de cualquier director, nos ha otorgado la consciencia para poder conectarnos con Él, para conocerle a través de Su obra. La consciencia nos hace libres. Nos conecta con la divinidad. Mas el hombre en el que se manifiesta es un mero personaje, sin inteligencia, sin existencia propia; un mecanismo capaz de decodificar lo que le llega de los centros de producción.

¿Podemos afirmar que un aparato de televisión es inteligente? Retiremos su carcasa y tan solo veremos circuitos impresos, trozos de silicona… pero no veremos a la orquesta que interpretaba una sinfonía de Mozart. No están los contertulios que conversaban. Todo ello ha llegado de ese centro originador, y ese aparato, simplemente, ha decodificado las ondas en las que iban encapsulados los sonidos, las voces.

El hombre, de igual manera, no es una entidad inteligente. No es un centro productor. Es un aparato decodificador que desarrolla el programa, el input que le ha sido introducido en sus circuitos impresos, en su cerebro, en ese complicado mecanismo de neuronas por las que fluyen ideas, pensamientos, sensaciones, sentimientos… que le llegan del exterior como un susurro constante e imperceptible para el oído. Y ese personaje que somos es observado por la consciencia –algo que no podía hacer Cervantes con sus personajes. La autonomía del hombre, su independencia… su libertad reside en esa consciencia que le permite observar y observarse, salirse de esa mera y devastadora sucesión de acontecimientos.

El hombre ha nacido en medio de una creación acabada, completa; una creación de un diseño portentoso, en el que no ha participado, al que no ha añadido ni quitada nada; un escenario de una complejidad que no deja de admirarle. Y todo se ha hecho sin su ayuda, sin sus posibles propuestas. Tras el asombro, inevitable, que surge al contemplar aquel prodigio que se despliega ante sus ojos, ante su consciencia, el hombre se ha vuelto hacia el que podría haber sido el Hacedor de aquella Tierra que pisaba, de aquella agua de la que bebía, de aquellas frutas cuyo sabor antes de comerlas nunca lo habría imaginado. A veces ese Hacedor se mezclaba con elementos paganos, idólatras. El hombre adoraba piedras, adoraba al Sol y a la Luna. Buscaba entre las estrellas la mano obradora de aquella portentosa creación. Mas tras esos periodos de confusión y de control por parte de las castas sacerdotales, se instauraban las fases proféticas.

Mas desde hace 400 años, desde que empezase su labor chamánica la Royal Society of London, se ha propuesto una religión laica; una religión sin Dios, sin transcendencia, sin viaje existencial más allá de la muerte. Este nuevo chamanismo ha propuesto al hombre que no busque más allá de sí mismo, pues su inteligencia, unida al método científico, acabará por resolver todos los enigmas que ahora le turban. Mas no hay ningún enigma, ningún misterio en la creación. Hay un mecanismo interno, operativo, que no le incumbe al hombre. Se trata de un mero escenario, exuberantemente decorado en el que tomar consciencia del Creador y de la finalidad de la existencia. Y esa consciencia se irá abriendo cada vez más según vamos recorriendo la geografía que se despliega más allá de la muerte.

Sin embargo, el hombre de hoy, tras 400 años de frustración, de estropear ese mecanismo operativo, se encuentra en el punto de partida. Fijémonos en cuál fue la causa de que Adam desobedeciera a su Señor y comiera del árbol del que le había sido prohibido comer:

(20) “La única razón de que vuestro Señor os haya prohibido este árbol es evitar que seáis malaikah o que alcancéis la inmortalidad.” (Corán, sura 7)

(120) Pero le susurró el shaytan y le dijo: “¡Adam! ¿Quieres que te indique el árbol de la inmortalidad y de un dominio que no se extinguirá jamás?” (Corán, sura 20)

Adam cambió la verdad por el engaño de shaytan. Creyó que éste le podía hacer inmortal y darle un dominio inabarcable. Es lo mismo que la ciencia le susurra al hombre –la inmortalidad y un dominio, interestelar, interminable. Se trata, pues, del mismo engaño, de la misma falacia que, 50,000 años más tarde sigue funcionando, sigue sacando al hombre del camino de rectitud, el camino que lleva a la verdadera inmortalidad y al verdadero dominio sin límites –una lección para los que siguen creyendo en el progreso, para los que se imaginan que los avances tecnológicos del futuro les traerán la inmortalidad y abrirán para ellos el espacio infinito del Universo.

Mas incluso si esto fuera posible, ¿podemos estar seguros de que la inmortalidad en la vida de este mundo sea algo deseable? El susurro de la ciencia va más allá del susurro de shaytan que le engañó a Adam, pues su inmortalidad estará exenta de enfermedades. Buscará un planeta para los humanos, en el que no le molesten el calor del Sol, el frio, la oscuridad de la noche, el cansancio… una gigantesca placenta en la que tendrá todo lo que desee. Y esa es la extrapolación de la realidad, pues eso que le prometa la ciencia al hombre confuso y perdido de hoy, eso que le prometió shaytan a Adam, son escenarios de la otra vida, de la vida del Más Allá, de la vida tras el resurgimiento, la vida en el Jardín de las Delicias. El susurro de shaytan ha pasado a ser el susurro de la ciencia –las mismas palabras, las mismas promesas. Por lo tanto, podemos decir que la ciencia es el disfraz de shaytan con el que sigue engañando a los hombres. Tras un primer asombro y desconcierto, el ser humano, en su estado de coherencia, de lógica, es imperativo que trate de entender qué es todo eso que le rodea, el Cielo y la Tierra.

El científico, en cambio, desdeña la idea de encontrar al Creador, al Diseñador, a ese Agente Externo que ha dado un sabor especial a cada fruta y a cada una de ellas un color. Ha descubierto la fórmula química del agua. Sus moléculas están formadas por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno; y de esta forma creen estar por encima de Quien ha diseñado esa fórmula y obvian los estados en los que se manifiesta. Obvian el asombroso hecho de que ese líquido, el menos denso, soporte millones de toneladas sin que le cause la menor fatiga. Y es de ese líquido elemento de donde surge todo lo vivo. Esa simple fórmula es el substrato necesario para la vida. ¿Quién podría habérselo imaginado? Imposible, pues nadie estuvo allí cuando se diseñó el Universo. Nadie participó en su creación.

Prefieren estudiar el movimiento de las microzimas o el genoma humano para intentar modificar la creación de ese Agente, de ese Diseñador; para intentar cambiar la creación del Altísimo. Y se preguntan de dónde nos habrá venido este lenguaje nuestro con el que podemos enunciar conceptos. Y dice Yuval Harari: “Tenemos un lenguaje con el que podemos hablar de cosas que no existen.” No, no podemos hablar de cosas que no existen, pues no podemos imaginar nada fuera de nuestro input –lo que vemos, lo que oímos y sus combinaciones. En el Renacimiento los europeos hablaban de las quimeras que vivían en islas más allá del horizonte. Mas esas quimeras eran una combinación de elementos humanos y animales: cuerpo de hombre y cabeza de león. O como es el caso de las sirenas: cabeza y busto de mujer, adosados a una cola de pez. Todo lo que podemos imaginar ya existe. Y los mitos de los que habla Harari son sucesos reales que han pasado a muchos pueblos en forma de mito.

Alejémonos del susurro engañoso de la ciencia –el nuevo rostro de shaytan; y dirijamos nuestra consciencia, nuestra reflexión, al Creador de todo cuanto existe.

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